Al oeste del país, cerca del lago Tanganika, existe un lugar alegre, lleno de vida, donde conviven unas doscientas personas. Comen, duermen y cultivan su propio huerto. Cuentan con un taller de costura, comedor, cocina comunitaria, aulas, zona de juegos, dormitorios…
Hasta aquí suena muy bien pero Kabanga es, en realidad, una fortificación. Un recinto amurallado de tres kilómetros de diámetro, que acoge a personas con diversidad funcional de vista y oído, o con problemas psíquicos además de unos cien albinos. La genética los ha vuelto excepcionales y el destino los ha agrupado aquí para poder sobrevivir. Albinos que han tenido que huir de sus pueblos por miedo a que los corten en pedazos, o que han sido expulsados por vergüenza de sus propias familias.
El primer día, cuando llegué, miraba fijamente la puerta del centro… estaba paralizada. No me atrevía a entrar. Pensaba que se asustarían al verme y que sospecharían que venía a venderlos a los hechiceros. Me hice una película en la cabeza muy de Hollywood. Por fin crucé cautelosa la verja y me entró el pánico de verdad cuando vi a decenas de niños corriendo hacia mí, gritando y saltando a toda velocidad. No daba crédito. No tenían miedo, estaban encantados. Los voluntarios son frecuentes allí y saben que son de fiar. En ese preciso momento empezaron a desvanecerse todas mis ideas preconcebidas sobre los albinos, sus miedos, su fragilidad…
Llegué a la conclusión de que esa diferencia es lo que les hace más fuertes. La emergencia de 2007 El problema para esta comunidad se agudizó en 2007, cuando comenzaron los asesinatos de albinos a manos de mercenarios de la muerte. Estos cazafortunas sin escrúpulos suministran partes del cuerpo de albinos a los brujos para preparar sus brebajes y conseguir el preciado elixir de “buena suerte”. El negocio del hechizo es rentable y, por una mano albina, pueden llegar a pagarse 2000 dólares. Una suculenta cifra capaz de convertir a cualquier vecino en posible verdugo. Muchas veces son los propios familiares los que delatan la existencia de una persona albina en casa.
En los últimos seis años se han registrado más de cien asesinatos causados por estos cazarrecompensas para satisfacer la demanda de los consumidores de esta pócima manchada de sangre. Sembrado el pánico, comenzó el éxodo de albinos a aldeas remotas, a las grandes ciudades para pasar desapercibidos o a centros como Kabanga, donde el Gobierno proporciona vigilancia policial y garantiza cierta tranquilidad a sus habitantes. Las personas con albinismo sufren una seria discriminación social. Nacen blancos y eso no tiene sentido para muchos hermanos negros. Los llaman “zurus” (fantasmas) y se nutren de supersticiones para explicar su existencia. Creen que son concebidos durante la menstruación, o que son hijos del demonio, o un castigo divino, o que son el resultado de relaciones sexuales con un blanco.
Zawia Kassim es una de las cabecillas. Con sus doce años, hace y deshace a su antojo los grupos en el juego, organiza los bandos y marca los tiempos. Tiene un claro espíritu de líder. Lee braille, se comunica mediante el lenguaje de signos con los sordos y en suajili con el resto, mientras me pide en inglés que le enseñe una canción en español. Zawia es divertida, carismática y tiene garra. No me quito de la cabeza a esta niña. Con doce años habla tres idiomas y, quizá, nunca salga de Kabanga. La genética le ha jugado una mala pasada. Sus padres la dejaron a ella y a Shamima, su hermana pequeña, en el centro por miedo a que les hicieran daño y son demasiado pobres para pagar un colegio especial, para niños con problemas de visión como ella. Ella quiere ser maestra. Sería una maestra estupenda. Es una luchadora. Será una maestra estupenda.
Superstición y maldición
En 1866, Gregor Mendel demostró con sus experimentos genéticos que la naturaleza es caprichosa. Demostró que dar a luz a un niño albino de padres negros es poco frecuente, pero estadísticamente posible. El albinismo es, por tanto, parte de la armonía en el orden del cosmos. Es el hombre, ignorante de esta ley de la naturaleza y sin ninguna base científica, el que bautiza de “bendición” o “maldición” la condición de albino. Generación tras generación, la tradición en África ha decidido maldecir al albino por “ser de otro color”, convirtiéndole en marginado y discriminándole en todos los contextos sociales (familia, escuela, trabajo, etc.). El albinismo es una condición genética que consiste en la falta de melanina en piel, ojos y cabello. En África esto es especialmente grave. Si no hay melanina, que es un fotoprotector muy eficaz contra las radiaciones solares, la sensibilidad a los efectos abrasivos del sol es extrema y, normalmente, tiene consecuencias letales. Por eso, si un albino no se cubre la piel llevando prendas de manga larga, gafas oscuras y sombreros, lo más probable es que, desde niño, desarrolle lesiones cutáneas que acaben degenerando en un cáncer de piel.