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"Ya me cansé de creer en Dios". ¿Dónde está Dios cuando ocurren los desastres? y otras preguntas eternas...



Cada día se encuentra uno con un ateo más, o cuando menos agnóstico, en cualquier lugar, la escuela, la universidad, el tecnológico, la casa, la fiesta, la cafetería, el estadio, el club deportivo, la calle, el Metro y en el “micro” escuchamos directa o indirectamente las pláticas que sostienen entre compañeros, amistades y demás personas, donde el punto central es creer o no creer en lo que ven, en lo que oyen o en lo que piensan de Dios. No hay estadísticas ni cifras confiables al respecto, pero es notorio que ronda el ateísmo.

Un diálogo significativo se dio en un centro de educación superior, el ITAM, donde acuden jóvenes de ambos sexos con un buen nivel económico, social y de escolaridad que lo hacen a uno pensar en la trascendencia del asunto. El diálogo fue así: “Ya no quiero, ya me cansé, de creer en Dios, pues si existe, a mi no me atiende ni me hace caso. Hace mucho tiempo que le he pedido que me ayude en mi problema y no veo respuesta. Y me doy cuenta que a personas que no creen en Él, si se les resuelven problemas similares a los míos. ¿No crees que sea absurdo de mi parte esperar en Dios y que mejor deba esforzarme por mí mismo para que me vaya mejor en la vida, sin restringirme de nada?”.


El interlocutor contestó: “No eres la única persona que se ha sentido así. Generalmente cuando se piensa de esta manera es cuando se llega al punto de la desesperación y angustia por la necesidad de satisfacer algo específico sin respuesta. En momentos así pasamos por alto la intervención divina, sin embargo vale la pena darse cuenta de que Dios sigue presente y que no se olvida de nadie ni nos abandona. El secreto consiste en creerle a Dios, esto es muy diferente a creer en Dios. La mayoría de las personas creemos en Dios, que existe y nos ama. Creerle a Dios es creer que sí cumple sus promesas. <…a los que aman a Dios, todas las cosas les ayudan a bien, esto es, a los que conforme a su propósito son llamados.> (Romanos 8:28)


“Es muy probable que a través de los momentos difíciles que te agobian, Dios te prepare para algo más grande. No te resistas a Dios, cuya voluntad para ti será siempre mejor que la tuya. Si Dios bendice a quienes no le conocen, no tengas envidia de ellos, mejor piensa que Él tiene mayores bendiciones para ti. ¡Aprende a creerle a Dios!”.


La fragmentación de creyentes en sectas es otro aspecto significativo de la búsqueda incesante de respuestas y, a la vez, de inconsistencia o conocimiento amplio de su propia religión y por eso son presa fácil de convencer para irse a recluir con grupos que ofrecen ayudar a los sectarios en sus problemas y hasta les consiguen empleo, para posteriormente obligarlos a entregar el diez, doce y hasta quince por ciento de su sueldo o salario mensual, además de someterlos a disciplinas que conculcan sus libertades.


El tema que nos ocupa de por qué se deja de creer en Dios va muy ligado al problema existencial del hombre, quien -desde siempre- se pregunta: ¿Quién soy? ¿De dónde vengo y adónde voy? ¿Por qué existe el mal? ¿Qué hay después de esta vida?


Estas y otras preguntas se encuentran desde los poemas de Homero y en las tragedias de Eurípides y de Sófocles, en los tratados filosóficos de Platón y de Aristóteles, al igual que en los escritos sagrados de Israel, en los Veda (escritos sagrados del hinduismo 1,800 años antes de la Era Cristiana), en los escritos de Confucio, Lao-Tze y Buda, en el Antiguo y el Nuevo Testamento, y son preguntas que aún se hace el hombre del siglo XXI.


Todo esto nos llevó a indagar en libros, documentos e historia y encontramos una edición argentina reciente, de Lumen, “¿Dónde estaba Dios? La fe ante las catástrofes naturales”. Ahí siete escritores de gran talla, con distintas ópticas y el editorial de La Ciudad Católica, publicación italiana jesuita bimensual, nos hacen meditar muy profundo sobre la última catástrofe que conmovió al mundo, el “tsunami” o maremoto ocurrido el 26 de diciembre de 2004 que desde las entrañas del océano Índico recorrió diez mil kilómetros en la costa del sudeste asiático y produjo 250 mil muertos, cinco millones de seres humanos sin casa, damnificados, heridos, traumados y en pobreza extrema, en doce países afectados (Indonesia, Malasia, Sri Lanka, Somalia, India, Tanzania, Maldivas, Seycheles, Tailandia, Bangladesh, Myanmar y Kenya).


El rabino Ángel Kreiman-Brill habla de la omnipotencia divina y la impotencia humana: “en el judaísmo la fe yace en la pregunta y no en la respuesta”. Plantea que la Creación supone una relativa autonomía del mundo físico y espiritual, mundo/naturaleza que sigue en evolución y siempre depara novedades y sorpresas, tanto la naturaleza con sus leyes, como la humanidad con sus libertades. “Es cierto, decimos, que lo que nos desconcierta es normalmente la novedad: nos parece que no puede haber racionalidad que comprenda el mundo y su sentido, la vida y su sentido, si no hay alguien que controle todo: ya sea Dios o los seres humanos”.


El sacerdote argentino Gabriel F. Bautista, especialista en cuestiones de medio ambiente y su relación con la teología, asentó que el cataclismo planteó reflexiones no tanto como individuos, sino como sociedades, comunidades y como humanidad. “Esto ocurrió en Asia donde habita la mayor parte de la humanidad y la mayor cantidad de pobres”.


La teóloga católica Gabriela Cargnel expresó: “Aceptémoslo, frente al dolor no hay respuestas, por lo menos respuestas fáciles”. Incluye un primer momento de permanecer en el dolor y aguantarlo, “porque cualifica nuestra existencia”, y un segundo tiempo donde plantea la figura de Jesús que abre el “fondo último de misericordia y compasión que de manera misteriosa acompaña nuestra existencia y en quien muchos reconocemos la presencia de Dios”.


El monje budista Jorge Ryunan Bustamante Zenji resalta que el “tsunami” sucedió en Oriente y que esto esoportunidad de saber para los occidentales cristianos, porque el Cristianismo también nació en esa latitud aunque se le llame Medio Oriente, y es importante mirar de dónde sacan los orientales la paz, el aguante y la felicidad en esta vida, y propone que debemos despertar para permitir que la intuición que existe en cada uno se manifieste y poder admirar la existencia desde otro ángulo que libera los miedos y aceptar la condición humana sin lógicas imposibles, sin pretender explicar todo y entender todo. Al despertar podremos abrirnos a la oportunidad que ofrece cada suceso, aun una catástrofe de esta magnitud. “Para nacer hay que morir a toda expectativa, a toda ilusión”. Es un pensamiento que insiste en despertar de la ilusión.


El pastor evangélico de Río de la Plata, René Krüger, se preguntó: “¿Dónde estaba Dios cuando sobrevino el tsunami?”. Y expuso la significación del hecho desde la pauta de la Teodicea (la justicia divina) en la reflexión judeo-cristiana, como intento para justificar “la bondad y la racionalidad del comportamiento de Dios ante el mal en el mundo y en la existencia humana. No podemos enfrentar el dolor sólo desde el pensamiento de la Creación: necesitamos mirar a Jesús, creer en Él, porque nos sentimos y sabemos impotentes para solucionar la vida y buscamos, consciente o inconscientemente, quien nos salve”.


LA FE TRANSFORMA A LOS HUMANOS

El especialista en Sagradas Escrituras, Luis Heriberto Rivas, nos recuerda pasajes bíblicos y las palabras del Papa Benedicto XVI, de lo que entresacamos lo siguiente: “La fe transforma nuestra impaciencia y nuestras dudas en la esperanza segura de que el mundo está en manos de Dios y que, no obstante las oscuridades, al final vencerá Él. La fe que hace tomar conciencia del amor de Dios revelado en el corazón traspasado de Jesús en la Cruz, suscita a su vez el amor. El amor es una luz -en el fondo la única- que ilumina constantemente a un mundo oscuro y nos da la fuerza para vivir y actuar. (Benedicto XVI, Deus caritas est).


“Ese corazón abierto es el de Dios, que no espera que lo comprendamos o que lo entendamos para rodear con esa su ternura a cada hijo que sufre, porque es Dios que (Sal 56, 9) (Sal 72, 14) de la persona que padece”.


En tanto, La Ciudad Católica en su editorial encaró, desde la fe, este fenómeno marítimo que atrajo la atención mundial y propuso asumir una actitud ética mediante la humildad, la conversión y la solidaridad, para reavivar la fe. Esto nos hizo recordar que estos tres puntos se dieron en la población mexicana aquel 19 de septiembre de 1985, ante los terremotos que sacudieron a la Ciudad de México y dejó un indeterminado número de muertos y accidentados, así como milagrosos sobrevivientes,Muchos, espontáneamente se volvieron humildes de conducta, solidarios en la acción y reconvertidos a la fe al volver a creer en Dios.


Ciertamente, el “tsunami” asiático no ha sido el único, pues en la costa de Portugal, ocurrió un sismo marino en 1755 y mató a 60 mil personas, muchos para ese tiempo. Voltaire escribió un poema filosófico al respecto y otro filósofo se preguntó por qué Dios había descargado su juicio en Lisboa, cuando París y otras ciudades eran mucho más pecadoras.


Y qué decir de los restos dejados por los diluvios, inundaciones, sequías, pestes y otras calamidades que han mostrado la relación Dios, naturaleza y hombre, sin importar la condición de éste ni siquiera la inocencia e indefensa, descritas en numerosos escritos y libros sagrados de varias religiones y científicos. Dejamos ahí las reflexiones a que ha lugar en la vida moderna, pese a la evolución de la humanidad, su pensamiento y de la influencia del cosmos y su orden en el planeta Tierra.


(parte de la Columna por un Momento de Alfonso Fernández de Córdova M.)

Puede ver su blog en la siguiente dirección: http://www.reportajesmetropolitanos.com.mx/editorial_mayo_07.html

Paulinas no se solidariza necesariamente con todo el contenido de ese blog pero si queríamos compartir parte de esta columna que nos parece interesante y muy pertinente dados los momentos que está pasando la Humanidad ahora mismo.


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