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Aribert Heim, Doctor Muerte


Aribert Heim (28 de junio de 1914 – presuntamente falleció el 10 de agosto de 1992) fue un médico nazi austríaco, también conocido como Doctor Muerte. Como médico de las Schutzstaffel en el Campo de concentración de Mauthausen-Gusen, se le acusa de matar y torturar a muchos reclusos a través de diversos métodos, tales como las inyecciones directas de compuestos tóxicos en los corazones de sus víctimas.
Junto a Alois Brunner, Heim, que sería ahora nonagenario (a partir de 2008), fue uno de los últimos grandes criminales nazis fugitivos que no se le pudo ubicar.
Según una publicación de 2007 por el ex integrante de la Fuerza Aérea de Israel Danny Coronel Baz,  Heim fue secuestrado en Canadá y llevado a Santa Catalina frente a la costa de California, donde fue asesinado por un equipo de caza nazi código "El Búho" en 1982.  Baz mismo afirma haber sido parte de este grupo. El Centro Simon Wiesenthal en Jerusalén, aunque el cazador de nazis francés Serge Klarsfeld dice que esto no es cierto. 

La familia de Heim previamente dijo que había fallecido en 1993 en Argentina, pero no mostraron ningún certificado de defunción. 
Se cree que vivió durante muchos años en El Cairo, Egipto bajo el alias de Tarek Farid Hussein y según se dice murió allí el 10 de agosto de 1992. Su tumba y su cuerpo no han sido encontrados. 
Heim nació en Bad Radkersburg (Austria-Hungría). Hijo de un policía y un ama de casa, estudió medicina en Viena antes de presentarse voluntario para formar parte de las Waffen-SS en la primavera de 1940.
En octubre de 1941, Heim fue enviado al campo de concentración de Mauthausen, donde fue conocido por los crueles experimentos médicos que allí realizó utilizando a los presos como cobayas. Más tarde, fue enviado también a un hospital de campaña de las SS en Viena.Media 1,90 metros.

Los prisioneros del campo de concentración de Mauthausen llamaban a Heim "Doctor Muerte", los judíos sefardíes y los presos republicanos españoles le conocían, además, como "El banderillero". Heim estuvo en este campo cercano a Linz (Austria) durante aproximadamente dos meses (de octubre a diciembre de 1941), y allí realizó experimentos con los judíos, los rusos y los españoles como lo había hecho el médico de Auschwitz Josef Mengele. "Heim refleja en los presos su miedo a la muerte", dijo un superviviente. Marcelino Bilbao relata como él mismo junto a otros 29 reclusos fue envenenado con diversas inyecciones directamente en el corazón con el fin de inducir la muerte más rápidamente.
Desde febrero de 1942, forma parte de la 6.ª División de Montaña SS Nord, en el norte de Finlandia (sobre todo en Oulu) donde ejerce como médico en hospitales SS. Su servicio continuó hasta al menos octubre de 1942. 

El 15 de marzo de 1945, Heim fue capturado por soldados de Estados Unidos y enviado a un campamento para prisioneros de guerra. Fue puesto en libertad bajo dudosas circunstancias y trabajó como Ginecólogo en Baden-Baden hasta su desaparición en 1962. Huyó cuando un informador le dijo que la policía austríaca lo investigaba por crímenes de guerra. Posteriormente desaparece, se desplaza a España, Uruguay (donde abre un establecimiento Psiquiátrico y Ginecólogo de 1979 a 1983), y probablemente también a Chile, Argentina. Paraguay,  Egipto y Brasil, para luego posiblemente volver a España de nuevo hasta 2005. 
Después de Alois Brunner y de Adolf Eichmann, Heim ha sido el segundo Oficial Nazi fugado más buscado.

Heim aparentemente se ha escondido en América del Sur, España y los Balcanes. Efraim Zuroff, del Centro Wiesenthal, ha iniciado una búsqueda activa de su paradero. Ya a finales de 2005, la policía española determinó su posible ubicación en Palafrugell. De acuerdo con el diario "El Mundo", Heim habría sido ayudado por colaboradores de Otto Skorzeny, quien ha organizado una de las mayores bases de Odessa de Franco en España.  Odessa estaba, evidentemente, todavía en vigor de un modo u otro. Los informes de prensa a mediados de octubre de 2005 sugirieron que la detención por la policía española era "inminente". Dentro de esos días, sin embargo, los informes más recientes sugirieron que había eludido con éxito la captura y se había trasladado ya sea a otra parte de España o bien a Dinamarca.
A principios de 2006, se cree que Heim se encuentra en Chile, donde su hija Waltraud, ha vivido desde principios de los años 1970 en Puerto Montt. Cuando se le preguntó acerca del paradero de su padre por parte de las autoridades chilenas, en virtud de las solicitudes de Alemania, Waltraud Aribert alegó que había muerto en 1993. Sin embargo, cuando trató de recuperar un millón de dólares de herencia de él (en una cuenta a su nombre), no podía proporcionar ningún certificado de defunción.
Heim presuntamente se ha trasladado a España tras huir de Paysandú, Uruguay, cuando se encontró allí por el Mossad israelí. El gobierno alemán está ofreciendo € 150.000 por información que conduzca a su arresto, mientras que el Centro Simon Wiesenthal lanzó la Operación "Última Oportunidad", un proyecto para ayudar a los gobiernos en la localización y detención de presuntos criminales de guerra nazis que siguen vivos.
En los últimos cinco años, 300000 € se han retirado de sus cuentas y trasladados a España y Dinamarca. Un joven italiano de Palafrugell, España, tiene contacto con uno de los hijos de Heim en laCosta Brava, región de Cataluña.
El dinero transferido de la cuenta planteó la sospechas de los funcionarios israelíes, en contacto con el Instituto Penal en el estado alemán de Baden-Wurtemberg. Después de que el Instituto Penal investigase en la cuenta, llegaron a la conclusión de que era dinero de Heim, lo que sugiere que Heim estaba todavía vivo, y que su familia había mentido acerca de su presunta muerte en América del Sur debido al cáncer.
Los investigadores alemanes, junto con el Centro Simon Wiesenthal, han descubierto sus cuentas bancarias secretas en Berlín a comienzos del decenio de 2000. Demostraron tener 1 millón de € (£ 680000, $ 1350000) en efectivo y otros activos. Se ha partido del supuesto de que Heim sigue con vida, y esto se fundamenta en el hecho de que ninguno de sus tres hijos requirió nunca cualquier parte de este dinero en herencia. Impuestos sobre los registros demuestran que, lo más tarde en 2001, el abogado de Heim solicitó a las autoridades alemanas las ganancias de capital de devolución de impuestos percibidos por él, porque él estaba viviendo en el extranjero.
Fredrik Jensen, un noruego y ex SS, fue puesto bajo investigación policial en junio de 2007, acusado de ayudar a Aribert Heim en su fuga. La acusación fue negada por Jensen. 
En julio de 2007, el Ministerio de Justicia austriaco declaró que iba a pagar $ 50.000 por información que condujera a su arresto y extradición a Austria.

En 2006 un periódico alemán informó de que tenía una hija, Waltraud, viviendo en las afuera de Puerto Montt, que declaró que había muerto en 1993.  Cuando trató de recuperar una herencia de un millón de dólares de una cuenta a nombre de su padre no pudo aportar un certificado de defunción. 
En agosto de 2008, para tomar posesión de sus bienes, el hijo de Heim pidió que su padre fuera declarado muerto; pretendía donarlas a proyectos de investigación sobre las atrocidades cometidas en los campos. 
Después de años de avistamientos falsos, las circunstancias de la huida de Heim, vida como proscrito y muerte fueron proveídas juntas por la cadena alemana ZDF y el New York Times en febrero de 2009. Informaron de que vivió bajo la identidad falsa de Tarek Farid Hussein en Egipto, y que murió en 1992. 
Heim se había asentado en El Cairo en 1962 donde se convirtió al Islam. Según su vecino, "Su vida era muy ordenada: ejercicio por la mañana, después oraciones en la mezquita principal de Al-Azhar, y largas sesiones de lectura y escritura sentado en su mecedora". Los periodistas que investigaban su caso encontraron un certificado de defunción egipcio y confirmaron su autenticidad.
Durante una entrevista en la villa familiar en Baden-Baden Heim, de 53 años, admitió públicamente que había estado con su padre en Egipto cuando murió. Heim declara que fue durante las Olimpiadas, y que murió el día después de que éstas acabaran. El 21 de septiembre de 2012, un tribunal alemán en Baden-Baden, declaró oficialmente fallecido a Heim en Egipto.  Su apellido Heim en alemán significa hogar. 

La leyenda negra de César González-Ruano



Hasta hace unos meses, uno de los premios de periodismo mejor dotados del mundo -30.000 euros- llevaba su nombre. Con una pluma excelente y con un aire distinguido y bohemio de “hidalgo venido a menos”, César González-Ruano (Madrid, 1903-1965) ha sido considerado durante décadas como uno de los mejores periodistas españoles siglo XX. Sus colegas y discípulos, como Paco Umbral o Camilo José Cela, hablaban con indulgencia e incluso admiración de su carácter amoral, de pícaro, de buscavidas. Ruano fue corresponsal de ABCen el Berlín nazi y en la Roma fascista, y vivió tres años a todo tren en el París ocupado sin escribir ni trabajar. En 1942, la Gestapo lo detuvo y fue encerrado en la cárcel militar de Cherche-Midi. ¿Cuál fue el motivo? ¿De dónde sacaba el dinero para mantener su nivel de vida en la capital francesa?


Él mismo alimentó a su regreso a España el enigma sobre su excéntrica figura y sus andanzas en París -y en Roma y en Berlín- con silencios y medias verdades vertidas en sus diarios y memorias: “No fue por robar relojes, claro está”, reconoció el escritor a propósito de su encarcelamiento parisino sin dar más explicaciones. Ahora, El marqués y la esvástica. César González-Ruano y los judíos en el París ocupado (Anagrama) pone sobre la mesa los episodios más oscuros de la “leyenda Ruano”, que trasladarían al periodista del territorio de la amoralidad a la inmoralidad absoluta. Tanto es así, que el periodista se ganó la desconfianza tanto de la resistencia francesa como de los regímenes nazi y fascista, con los que había colaborado. Los autores del libro son la ensayista especializada en cultura germánica Rosa Sala Rose y el reportero Plàcid Garcia-Planas, que han pasado tres años viajando, visitando archivos y recabando testimonios para llevar a cabo una extensa investigación de 500 páginas.

El marqués y la esvástica está escrito con un estilo ágil que pone al descubierto los propios entresijos de la investigación, añadiéndole al ensayo ingredientes propios de las novelas de misterio. “Desde el principio supe que lo importante no sería la meta, sino todo lo que pudiéramos encontrar por el camino. Esta actitud te permite reflejar no sólo los éxitos de la investigación, sino también los fracasos y las contradicciones”, explica Garcia-Planas.

Según las averiguaciones de los autores, Ruano se aprovechó de la tragedia judía traficando con salvoconductos para los fugitivos, a los que expoliaba sus bienes. De esta manera financiaba las joyas que llevaba y las fiestas que daba en París, aseguran los testimonios de personas que coincidieron con él, contados por sus familiares. Varios documentos -procedentes de la embajada alemana en París y del expediente del juicio al que fue sometido años después por la Francia libre- acreditan que la Gestapo encerró a Ruano en Cherche-Midi durante 78 días por traficar con salvoconductos y extorsionar a una familia judía a cambio de tráfico de influencias.

El libro también documenta cómo Ruano ocupó y expolió en París el piso de un judío. El empresario español Julián Ruiz Aranda había usado sus contactos para facilitar la huida del comerciante judío José Bernheim hacia la Francia no ocupada. Bernheim le confió las llaves de su fastuoso piso de 850 metros cuadrados a Ruiz Aranda, y éste alojó en él a Ruano. Según la viuda del arquitecto, el periodista desvalijó el piso: “A medida que colgaba una falsificación, vendía el cuadro original y se gastaba el dinero”. Cuando en 1943 los alemanes tasaron el piso para su “arianización”, el lujoso mobiliario y las obras de arte se habían evaporado, según el informe del tasador.

Sala y Garcia-Planas aseguran que “los círculos diplomáticos y jurídicos españoles por los que Ruano se movió a su llegada a París estaban éticamente gangrenados”. Buceando en el archivo de la Prefectura de Policía de París, los autores se han topado con numerosos casos de estafa y chantaje a judíos por parte de españoles con nombres y apellidos a los que Ruano conoció. Sin embargo, de él no hay ni rastro en este archivo. Para Sala, el descubrimiento de esta “gangrena moral” entre los españoles establecidos en el París ocupado es uno de los principales hallazgos de la investigación. “Esta gente, entre los que había gente de derechas y chaqueteros que habían sido republicanos, engañaba con la facilidad de quien se toma un café”, se indigna la germanista.


Terror en Andorra

La acusación más grave sobre Ruano, que no ha podido ser probada, procede de Eduardo Pons Prades, que fue coordinador regional del maquis en los Pirineos y participó desde 1941 en el pasaje clandestino a España de civiles y militares europeos que huían de la Francia ocupada. Según sus memorias publicadas hace unos años, Los senderos de la libertad, su cuadrilla descubrió unas misteriosas caravanas de camiones que llevaban engañados a decenas de fugitivos hasta los Pirineos y allí los asesinaban a tiros. Los guerrilleros encontraron a un superviviente malherido en el bosque, un ingeniero químico judío de apellido Rosenthal. A partir de su testimonio, uno de los compañeros de Pons Prades llamado Manuel Huet viajó con él a París para tirar del hilo. Según sus pesquisas, que Sala y Garcia-Planas admiten no haber podido corroborar, González-Ruano podría haber estafado sistemáticamente a fugitivos judíos en el París ocupado con salvoconductos falsos haciéndose pasar por el agregado cultural de la embajada española. Aquél sería el comienzo de una falsa cadena de evasión que se rompía en Andorra y en muchos casos acababa en asesinato. “Aunque esto fuera cierto, no creo que Ruano supiera el final que le aguardaba a los fugitivos a los que les vendía los salvoconductos”, matiza Sala.


Esta “leyenda negra andorrana” es la otra línea de investigación principal del libro, junto con la de Ruano. Según Garcia-Planas, “se conoce de sobra en el principado pero nadie quiere hablar de ello”. En España se conoció a partir de una serie de reportajes del periodista Eliseo Bayo aparecidos durante los años del destape en la revista Reporter, “entre culos y tetas”, explica el investigador. “Queda mucho por investigar sobre este asunto y debería ser el gobierno andorrano quien tomara las riendas para clarificarlo todo, porque si no la leyenda negra será cada vez más leyenda y más negra”, reclama Garcia-Planas.


Una pluma mercenaria

El libro también demuestra, a partir de documentos intercambiados entre la embajada nazi en España y el ministerio de asuntos exteriores alemán, queRuano puso su pluma al servicio de la propaganda nazi a cambio de dinero. En sus artículos cantaba las bondades del régimen nazi y su concepto del honor patrio y la pureza racial, al tiempo que atacaba y despreciaba a los judíos, sobre todo en dos artículos titulados “La raza”, donde decía que “el judío es un masoquista y un ventajista de la persecución”. En otro artículo, publicado en La Nueva España, afirmaba: “El judaísmo ha ganado terreno en Francia: domina su política, orienta sus tristes destinos, condiciona la vida de la República a los juegos de la masonería y a los intereses de Moscú”.


Después de tres años de investigación, Sala aún no tiene claro cuánto de convicción y cuánto de conveniencia tenía el antisemitismo de Ruano: “Es difícil saberlo, pero había mucho de oportunismo y de ganas de llenarse el bolsillo en su actitud”. Por otra parte, la autora cree que este desprecio hacia los hebreos está relacionado con sus propias aspiraciones aristocráticas -consiguió que Alfonso XIII le prometiera restaurar el marquesado de Cagigal, del que se decía heredero, en caso de volver a ocupar el trono- y su “necesidad de reforzar la seguridad en su superioridad innata, en la nobleza natural de su sangre”.

Sala y Garcia-Planas también han descubierto que Ruano fue condenado por Francia, después de la liberación, a 20 años de trabajos forzados “por inteligencia con el enemigo”, pero no cumplió la pena porque ya había vuelto a España, donde retomó su actividad profesional.

Como recuerda Sala en el libro, Hannah Arendt habló de la “banalidad del mal”, refiriéndose a las personas que actúan siguiendo órdenes, sin ser conscientes de la maldad de sus actos. La filósofa alemana de origen judío inventó este concepto contrapuesto a la idea de “mal radical” de Kant. La coautora de El marqués y la esvástica inventa una nueva etiqueta para situar a Ruano: “la mediocridad del mal”. Según esta categoría moral, “Ruano hacía el mal porque necesitaba francos para comprar champán. Seguro que sentía un poco de remordimiento, pero no demasiado”.

Garcia-Planas asegura que, a pesar de su bajeza moral, la obra de González-Ruano debe ser juzgada por sí misma y destaca su "literatura sublime". "Me he ido enamorando literariamente de Ruano conforme lo íbamos desnudando moralmente", concluye. Fuente: El Cultural



10 de los hombres más sanguinarios de la historia


La selección de esta lista no se basa en cifras de muertos, sino de las acciones en general, y el impacto, o la brutalidad que tenían. 
De mal en peor, aquí están los 10 hombres más malvados de la historia. 

10. Atila En Huno 

10 hombres más malvados de la historia 
Atila fue el último y más poderoso caudillo de los hunos, tribu procedente probablemente de Asia, aunque sus orígenes exactos son desconocidos. Atila gobernó el mayor imperio europeo de su tiempo, desde el 434 hasta su muerte en 453. 
Pasó sin trabas a través de Austria y Alemania, sobre el Rin saqueando y devastando todo a su paso con una ferocidad sin precedentes en los registros de las invasiones bárbaras. Es conocido en la historia y la tradición occidentales como el inflexible “Azote de Dios”, y su nombre ha pasado a ser sinónimo de crueldad y barbarie. Algo de esto ha podido surgir de la fusión de sus rasgos, en la imaginación popular, con los de los posteriores Gengis Kan y Tamerlán: todos ellos comparten la misma fama de crueles, inteligentes, sanguinarios y amantes de la batalla y el pillaje. 

9. Maximilien Robespierre 

10 hombres más malvados de la historia
Maximilien Robespierre era un líder de la Revolución Francesa y fue su argumento de que hizo que el gobierno revolucionario para asesinar al rey sin un juicio. Además, Robespierre fue uno de los principales impulsores del reinado de terror, un período de 10 meses post-revolucionario en el que las ejecuciones masivas se llevaron a cabo. El terror se cobró la vida de entre 18.500 a 40.000 personas, con 1.900 muertos en el último mes. Entre las personas que fueron condenadas por los tribunales revolucionarios, aproximadamente el 8 por ciento eran aristócratas, clérigos 6 por ciento, 14 por ciento de clase media, y 70 por ciento eran trabajadores o campesinos acusados de acaparamiento, evadiendo el proyecto, la deserción, rebelión y otros delitos perseguidos. 

8. Ruhollah Khomeini 

Clérigo chiíta iraní que dirigió la revolución que derrocó al Sha Reza Pahlevi en 1979, estableció un régimen islámico y gobernó el país hasta su muerte diez años más tarde. Se propuso desde el principio eliminar todo tipo de influencia occidental (sobre todo la estadounidense) y cualquier oposición al régimen teocrático chiíta, además de prestar apoyo directo a acciones terroristas. Numerosas personas que habían trabajado para el sah fueron ejecutadas y, de acuerdo con su doctrina fundamentalista, las mujeres iraníes fueron obligadas a llevar velo, al tiempo que se prohibían el alcohol y la música occidental. También se restauraron los castigos prescritos por la ley islámica y se promovió una policía encargada de velar por las costumbres musulmanas. Por otra parte, el régimen iraní trató de exportar a los países vecinos sus creencias fundamentalistas. Otro aspecto que caracterizó al gobierno de Khomeini fue la prolongación de la guerra irano-iraquí (1980-1988). Irak, dirigido por Saddam Hussein, era un país de tendencia sunní. A pesar del radicalismo de su gobierno y de sus altos costes humanos y económicos, Khomeini gozó de un amplio apoyo popular. El día de su muerte se vivió como un auténtico duelo nacional y su tumba es hoy centro de peregrinaciones multitudinarias. 

7. Idi Amin Dada 

Fue un político y militar ugandés, Presidente del país entre 1971 y 1979. En enero de 1971, Idi Amin derrocó el gobierno "constitucional" del presidente Milton Obote mediante un golpe de estado apoyado por Israel y posteriormente por el Reino Unido y asumió de facto la jefatura de estado de Uganda. Apoyado por el ejército, estableció un régimen de terror y una política genocida que llevó a la muerte a más de 300.000 ugandeses, principalmente de las etnias lango y acholis. Inició una guerra civil encubierta y se hizo famoso en el mundo por sus excentricidades y su crueldad. A comienzos de su gobierno ya se veían como eran asesinados y torturados los opositores políticos en la capital; en los campos no era necesario cavar tumbas, pues eran echados a los cocodrilos. Había rumores de que era caníbal, pues una vez en la OUA, celebrada en Libreville, capital de Gabón dijo que antes de que sus enemigos se lo comieran, él se se los comería. Además su ministro de sanidad Henry Kyemba dijo que Amin se había comido partes del general de brigada Charles Arube, en 1974, cuando entró en la morgue para estar a solas con él, luego los doctores notaron que faltaban dedos de los pies y manos. 

6. Leopoldo II de Bélgica 

10 hombres más malvados de la historia 
Fue el segundo rey de los belgas y propietario del Estado Libre del Congo. Leopoldo impuso personalmente altas cuotas de producción de caucho en el Congo, obligando la población indígena a cumplirlas con métodos coercitivos de la más alta violencia. Para aumentar el ritmo de producción, los soldados del ejército belga cobraban primas en función de las cantidades suplementarias de caucho recolectado, lo que les incitaba a endurecer cada vez más los métodos de presión sobre los trabajadores. Su política con los nativos consistió en brutales prácticas basadas en el más espantoso terror, contradiciendo los principios humanitarios que él mismo había defendido. Se calcula que durante los años de dominio de Leopoldo sobre el Congo fueron exterminados unos diez millones de nativos, la mayoría de ellos esclavizados, mutilados, asesinados o amenazados con la muerte para que trabajaran en la obtención de caucho. 

5. Pol Pot 

Su verdadero nombre es Saloth Sar, fue el principal líder de los Jemeres Rojos desde su formación en la década de 1960 hasta su muerte en 1998. Fue también Primer Ministro de "Kampuchea Democrática", que fue la forma en la que se constituyó políticamente el actual Reino de Camboya. Forjador de un estado de corte maoísta, Saloth Sar pasó a la historia como el principal responsable del denominado genocidio camboyano, llevó a cabo una drástica política de reubicación de la población de los principales centros urbanos hacia el campo como una medida determinante hacia el tipo de comunismo que deseaba implantar. Los medios empleados incluyeron el exterminio de los intelectuales y otros "enemigos burgueses". El resultado de ello fue la desaparición de, al menos, entre un millón y medio a dos millones de personas. Tomando las estadísticas de 1975, año en el cual los jemeres rojos tomaron Phnom Penh, había en Camboya una población de 7,3 millones de habitantes y 6 millones en 1978. K. D. Chandler señala como razones de este drástico descenso de la población -que calcula en 1,5 millones de desaparecidos- la malnutrición, los trabajos forzados y las enfermedades mal atendidas en general, pero 200.000 personas, probablemente más, fueron ejecutadas sin juicio, clasificados como "enemigos", entre los que se contaban niños, ancianos y personas pertenecientes incluso al mismo Partido. Porque la mayoría de las víctimas pertenecían a la etnia jemer, Jean Lacouture denominó a este proceso "auto-genocidio". Su política incluía la oposición a Vietnam que hizo efectiva con numerosos ataques a ese país, lo que causó una invasión masiva de Camboya en 1979 que precipitó su régimen hacia su fin. 

4. Vlad Tepes (Vlad Dráculea) 

10 hombres más malvados de la historia 
Vlad III, el Empalador (en rumano, Vlad Ţepeş) fue Príncipe de Valaquia (hoy el sur de Rumania) entre 1456 y 1462. Se cree que Vlad Draculea fue el personaje en el que el escritor irlandés Bram Stoker se inspiró para crear a su personaje el vampiro Conde Drácula. Como su apodo Tepes indica, tenía predilección por el empalamiento, una técnica de tortura y ejecución que consiste en introducir un palo de aproximadamente 3,50 m de longitud sin punta (ya que esto aseguraba un mayor sufrimiento en la víctima), por el abdomen, fijarlo a la carne con un clavo y después levantarlo para que la víctima muriese lentamente. Entre 40.000 y 100.000 personas murieron de esta manera, o a través de otros métodos de tortura(la amputación de miembros, nariz y orejas, la extracción de ojos con ganchos, el estrangulamiento, la hoguera, la castración, el desollamiento, la exposición a los elementos o a fieras salvajes, la parrilla y la lenta destrucción de pechos y genitales) a manos de los hombres del Empalador, durante los siete años que duraron sus sucesivos reinados: enemigos, traidores, delincuentes de todo tipo. Vlad odiaba, más que cualquier cosa, los robos, las mentiras, el adulterio, y no perdonaba a nadie por su rango; más aún, cuanto más alto era el rango del traidor, más duro era el castigo. 
Consiguió acabar con los boyardos decadentes de su tiempo. Una de sus acciones de empalamiento masivo fue en su venganza contra los boyardos, asesinos de su padre y de su hermano mayor. A Vlad le gustaba organizar empalamientos multitudinarios con formas geométricas. La más común era una serie de anillos concéntricos de empalados alrededor de las ciudades a las que iba a atacar. La altitud de la estaca indicaba el rango que la víctima había tenido en vida. Con frecuencia, Vlad los dejaba pudriéndose durante meses. Un ejército turco que pretendía invadir Valaquia se volvió atrás, aterrado, cuando encontró a varios miles de empalados descomponiéndose en lo alto de sus estacas, a ambas orillas del Danubio. (Creo que no voy a dar más detalles jaja, para los morbosos los detalles están en wikipedia) 

3. Iván IV de Rusia (Iván El Terrible) 

Zar de Rusia (1547-1584). Considerado uno de los creadores del estado ruso. Se casó al menos siete veces, pero su matrimonio más importante fue el primero, con Anastasia Románovna Zajárina en 1547. Tras la muerte de su esposa, Iván se transformó en un zar autoritario y psicópata, del cual se dice que durante las noches sus gritos sonaban por todo el Kremlin. Pasaba de la euforia a la depresión más absoluta. Con un ejército de 15.000 hombres devastó Nóvgorod, torturando, decapitando y empalando a muchos de los habitantes. Después de malas cosechas, hambre y la epidemia de peste de los años 1567, 1568, 1569 la población de Nóvgorod se redujo a 10.000 (de 20.000 habitantes). Algo parecido mandó hacer contra la ciudad de Pskov. En sus últimos años los ejércitos polaco y sueco devastaron las regiones occidentales y del norte de Rusia, conquistaron algunas ciudades rusas (Pólotsk, Véliz, Sókol, Velikiye Luki, Narva), destruyendo sus guarniciones y a sus habitantes. Ya en sus últimos años dio rienda suelta a sus perversiones. Según los escritores no imparciales polacos, se jactaba de haber desflorado a más de 1.000 vírgenes y posteriormente haber asesinado a los hijos resultantes, mostrando así su perturbación. En un acceso de cólera, el 16 de noviembre de 1580, golpeó mortalmente con su bastón a su hijo mayor, el zarevich Iván (su preferido). Lloró amargamente su muerte y tuvo remordimientos hasta sus últimos días, provocando que se tirara del pelo y de la barba o arañara las paredes. Mató además a varios de sus enemigos y amigos, lo que hizo que Iván se volviera aún más psicópata. En esta locura final llegó a refugiarse en creencias paganas y brujeriles. Los ataques psicóticos sufridos por el zar podrían, según los expertos, corresponder al resultado del tratamiento de la sífilis con mercurio; este tratamiento era común en la época, y provocaba daños cerebrales que derivaban en cambios constantes de humor y ataques eufóricos y coléricos, con tintes psicóticos. 

2. Adolf Hitler 

10 hombres más malvados de la historia 
Fue un político alemán de origen austriaco, líder, ideólogo y miembro original del Partido Nacionalsocialista Alemán de los Trabajadores (más conocido cono Partido Nazi) que estableció un régimen nacionalsocialista en Alemania entre 1933 y 1945 conocido como Tercer Reich. La ideología de Hitler, que llevó como causa directa al estallido de la Segunda Guerra Mundial y al desarrollo del Holocausto, se basaba en una serie de puntos de tipo visionario de carácter innegociable: la eliminación de los judíos; la consecución de un «espacio vital» para garantizar el futuro de Alemania; la raza como explicación de la historia del mundo y la lucha eterna como ley básica de la existencia humana. La principal tarea de Hitler era erradicar "ideas peligrosas", como la democracia, el socialismo y el pacifismo. Sus ideales de supremacía de la raza aria llevó al desarrolo del Holocausto: el genocidio de más de 6 millones de judíos (aunque también se hallaban negros, homosexuales, gitanos, opositores, etc...) en los campos de concentración donde además se realizaban experimentos, torturas y trabajos forzados. 

1. Josef Stalin 

Fue el máximo líder de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas y del Partido Comunista de la Unión Soviética desde mediados de los 20's hasta su muerte en 1953. Bajo liderazgo, Ucrania sufrió una hambruna tan grande que es considerado por muchos como un acto de genocidio por parte del gobierno de Stalin. La hambruna fue causada por dirigir las decisiones políticas y administrativas. Además Stalin ordenó las purgas dentro de la Unión Soviética de cualquier persona considerada como un enemigo del Estado. En total, las estimaciones del número total de asesinados bajo el reinado de Stalin, varían de 10 millones a 60 millones. Fuente: Taringa

Jacques Stroumsa, el último violinista de Auschwitz


El 8 de mayo de 1943, Jacques Stroumsa, nacido en enero de 1913, llegó, con su familia y otros 2.500 judíos procedentes de Salónica, a una estación terminal. Se les hizo bajar de los vagones mientras recibían órdenes en alemán. Las mujeres y los jóvenes fueron separados de los viejos. Jacques pensó que su mujer y sus padres irían en los camiones y él, como todos los jóvenes, a pie. Jamás los volvió a ver. El destino, un mundo desconocido para él en ese momento, tenía un nombre: Birkenau (Auschwitz II).
Después de ser rapado y de que le tatuaran un número en el brazo izquierdo, un amigo suyo, médico, pronunció la expresión "campo de concentración". Era la primera vez que la oía. Le aconsejó que nunca fuera al hospital, por muy enfermo que estuviera. Le dijo que ya no tenía mujer, ni padre, ni madre. En unas horas, los que no estaban tatuados estaban muertos.
Enseguida entró en un bloque. En él le estaba esperando un kapo con la estrella negra, lo que significaba que se trataba de un criminal llevado desde cárceles alemanas para cumplir su condena en el campo.
Jacques era ingeniero. Por este motivo fue llevado al complejo industrial de Auschwitz, treinta días después de su llegada al infierno. Allí comenzó a trabajar en una fábrica de bombas de mano. Su profesión, su edad y su talento para tocar el violín fueron, probablemente, las causas de que salvara la vida. En todos los campos de la muerte había banda musical, buena prueba del indudable carácter progresista y civilizado de la sociedad nacionalsocialista alemana, y de su sensibilidad artística. Según cuenta, por ejemplo, Toivi Blatt, en el campo de exterminio de Sobibor la orquesta de música recibía a los judíos procedentes de Francia y Holanda horas antes de que fueran convertidos en humo. Rudolf Reder, en su libro sobre Belzec, campo del que fue uno de los tres únicos supervivientes, recuerda, con toda la potencia poética de la sencillez verbal más limpia, más austera, más verdadera, cómo la música sonaba mientras las cámaras procedían al gaseamiento de los judíos:
At the same time the wails of the people being suffocated in the chambers were audible, the orchestra was playing...
La orquesta sigue tocando... Tras el Holocausto la música sigue sonando, las estrellas siguen brillando:
El proceso [de exterminio de judíos en Sobibor] en el que Toivi Blatt [superviviente e integrante de la fuga de dicho campo] participó era tan eficiente, tan bien diseñado para evitar todo tipo de trastornos, que tres mil personas podían llegar, ser despojadas de sus posesiones y prendas de vestir y, finalmente, ser asesinadas en un lapso de menos de dos horas. [Blatt:] "Cuando el trabajo hubo acabado, cuando los cuerpos fueron retirados de las cámaras de gas para ser quemados, recuerdo que pensé que era una noche hermosa, estrellada, realmente tranquila (...) Tres mil personas habían muerto, pero nada había pasado. Las estrellas estaban en el mismo lugar" (Laurence Rees, Auschwitz, cap. 4).
Seguramente gracias a la necesidad de violinistas para la banda musical de Auschwitz, Stroumsa vivió unos meses más; hasta que un día, el 20 de enero de 1945, las máquinas de la fábrica pararon. El campo iba a ser evacuado y los prisioneros que, como él, quedaban vivos y en condiciones de caminar emprendieron, hambrientos y débiles, la llamada "marcha de la muerte", a unos 20 grados bajo cero, durante cuatro días y cuatro noches. Tras la marcha fueron introducidos en un tren con destino a Mauthausen (Austria). Allí trabajó Stroumsa durante otros cuatro meses, hasta que las máquinas se volvieron a detener.
Su siguiente destino fue un campo de prisioneros. El 8 de mayo de 1945 vio pasar unos tanques enormes. No sabía quiénes eran. Sólo se dio cuenta de que eran soldados americanos cuando vio la marca de los cigarrillos que llevaban, prosaico símbolo de la libertad.
Cuando llegó a Francia recibió, como todos los supervivientes, 1.000 francos, que guardó para comprar un violín. Entró en una tienda y probó un violín que no podía adquirir con el dinero que tenía. En la soledad de la tienda, tocó el concierto 80 en la mayor de Mozart. Dos años después, la vendedora se lo regaló.
Jacques Stroumsa ha fallecido en Jerusalem el día 14 de noviembre de 2010 a los 97 años de edad, 65 años de victoria sobre el nazismo como superviviente. El 28 de agosto de 2007, en Yad Vashem, relató esta historia, como la había relatado otras muchas veces y como aún la relataría muchas más. A partir de ese testimonio ha sido transcrita. Un testimonio en un ladino delicioso, que a los españoles podía sonarnos como la voz de la España medieval. Narraba el horror más extremo con una serenidad implacable, con una frialdad inflexible, transparente, libre de cualquier atisbo de sentimentalismo, de cualquier tentación de retórica, rasgo común a todos los supervivientes que he conocido o leído. Mientras no pocos de los asistentes se habían solazado, durante las intervenciones en sesiones precedentes, en el recurso consolador de adjetivar el exterminio, congraciándose acaso con la propia conciencia y con la especie humana, Stroumsa, que realmente sabía de lo que hablaba, cumplía a rajatabla la máxima ética (y estética) de ceñirse al relato de lo sucedido, a lo sustantivo, mostrar sin más la historia, sabiendo que calificarla de algún modo es rebajarla, abaratarla, traicionarse a uno mismo y a los que no pudieron contarla. Contaba su relato sin ensuciarlo con juicios de valor ni contaminarlos con sentimentalismos falsos y obscenos, ese imperativo racional que ningún superviviente osaría infringir. Hablaba con la sencillez poética del que está diciendo verdad, porque está diciendo el horror. Su valioso testimonio puede encontrarse en sus libros autobiográficos: Escoger la vida y Violinist in Auschwitz: From Salonica to Jerusalem, 1913-1967.

Y es que los testimonios de los supervivientes constituyen todo un género literario en sí mismo, con sus peculiaridades literarias y con un alcance filosófico de gran potencia, derivado de la estricta narrativa de los hechos. Acaso este género literario suponga un retorno a la condición más originaria y elemental de la narración en un plano que es, no obstante, radicalmente opuesto al de su génesis. El material que nutre estos textos no pertenece a los mitos de un pueblo, que operan como elementos de construcción de identidad cultural o ideológica. Su material, con una carga literaria que ningún relato de ficción puede igualar, a tales extremos de horror y belleza llega la realidad, es el acontecimiento histórico del exterminio sistemático de los miembros de un pueblo por un Estado del futuro y del progreso. El relato de los supervivientes no contribuye a la construcción de un pueblo. Es, por el contrario, el esfuerzo por desvelar la destrucción de un pueblo y la forma de sobreponerse con palabras a él.
De ese entramado burocrático e industrial que fue el Holocausto, en el que al individuo no le quedaba margen más que para la muerte y para diversos grados de complicidad y abyección, brota la necesidad de sobrevivir a toda costa, al menos para una sola cosa: contarlo. Así, se da el testimonio del superviviente como fuente de narración. El superviviente es sujeto y agente de su propia tragedia. Héroe y traidor. Víctima y cómplice. ¿Cómo verbalizar esa dualidad extrema? La palabra se resigna a mentir desbordada de verdad, a clamar en el desierto de la ausencia definitiva de Dios, de la presencia ominosa del hombre, esa especie depredadora con cobertura simbólica, con vocación de sentido:
No había Dios en Auschwitz. Las condiciones eran tan horribles que Dios decidió no ir allí. No rezábamos porque sabíamos que eso no serviría de nada. Muchos de los que sobrevivimos somos ateos. Simplemente no confiamos en Dios. (Linda Breder, en Laurence Rees, op. cit.).
Y, en fórmula más concisa, Elie Wiesel (en La Noche):
Todo ha terminado. Dios no está ya con nosotros.
La palabra de los supervivientes lleva dentro la carga de la verdad, del desvelamiento del Absoluto (Mal), del Mal (Absoluto). Esa verdad que sólo la voz de los silenciados puede contener. El testimonio del superviviente es la traición necesaria para que sea oído el silencio de los muertos. Es la participación en el horror, sin la que no hubiera habido testimonio del horror.
El valor del testimonio de los supervivientes y de su condición misma de supervivientes es incalculable, y sin embargo este valor es, diríamos, indirecto en cierto modo, porque es infinitamente más verdadero el silencio de los que no sobrevivieron al horror totalitario. Pero estos testimonios son condición de posibilidad para que la verdad silenciosa de los exterminados se haga oír. Sin esas voces, el silencio verdadero de los asesinados se convierte en olvido victorioso de los asesinos. Y el olvido es ignorancia, y la ignorancia es servidumbre, la peor de las muertes, según Platón.
La palabra ofrece la parte humana del horror, la parte soportable. El silencio lo apunta, lo roza en toda su pureza. La palabra escrita es casi una traición que convierte en tolerable lo que no lo es, pero una traición necesaria, la única forma de traición que no traiciona a los acallados por las cámaras de gas (y el resto de procedimientos de las maquinarias de la muerte), condenados a un silencio que es el verdadero legado transmitido por los supervivientes.

Pío XII y la controversia sobre su actuación durante la Segunda Guerra Mundial




La controversia que ha rodeado el papel de Pío XII durante la Segunda Guerra Mundial y en particular su actitud frente a la persecución de los judíos podría aclararse en breve si se confirman las intenciones del papa Francisco de abrir a los estudiosos archivos no conocidos de este periodo. El rabino de Buenos Aires Abraham Skorka, amigo desde hace muchos años del actual pontífice, declaró al diario británico ‘The Sunday Times’ que el Vaticano, en el marco de su nueva política de transparencia y cercanía, está estudiando esta apertura y que podría tomar una decisión muy pronto. El propio portavoz de la Santa Sede, el padre jesuita Federico Lombardi ha confirmado al diario ‘La Stampa’ que se está trabajando en ello y que existe la voluntad de hacer accesible a los estudiosos los documentos de aquellos años.

El Vaticano siempre ha defendido labor de Pío XII y el anterior pontífice, Benedicto XVI, lo declaró ‘venerable’ en 2009, un paso crucial hacia la beatificación. Las reacciones no se hicieron esperar, sobre todo en Israel, donde el museo del Holocausto dedica una foto del fuera cardenal Pacelli definiéndolo como “ambiguo”. Sectores judíos consideran que antes de cualquier paso hacia el ascenso a los altares del que fuera cardenal Pacelli se deben sacar a la luz todos los documentos que puedan aclarar motivos y actuaciones frente a las autoridades fascistas o nazis.

Pío XII vivió muy de cerca el ascenso del nazismo, ya que fue nuncio en Alemania desde 1917, y desde 1930 dirigió la política exterior de la Santa Sede como secretario de Estado hasta ser nombrado pontífice en 1939. Lo cierto es que en la posguerra recibió el agradecimiento de destacadas personalidades judías, entre las que figuró Albert Einstein.

Durante la contienda, el Vaticano bajo Pío XII escondió a numerosos judíos en decenas de Iglesias y monasterios; a muchos les facilitó falsos certificados de bautismo y visados. De los documentos que se conocen, resulta indudable que el Papa rechazaba el nazismo, pero también que creía que debía mantener relaciones con Alemania como mal menor. La principal acusación por parte de algunos historiadores que fue cogiendo vuelo a partir de los sesenta se centra en que el Papa no condenó de forma pública el fascismo y que no intervino para detener las deportaciones de judíos, a pesar de que estaba al corriente. Otra acusación es el apoyo prestado por la Iglesia, en forma de documentos falsos, a responsables nazis para que huyeran a Sudamérica, Adolf Eichmann entre ellos.

La justificación del Vaticano es que el Papa consideró que era preferible actuar en silencio para no poner en peligro la ayuda a los judíos y empeorar la situación de los cristianos alemanes y de los países ocupados. El exsecretario de Estado, Tarcisio Bertone, dijo en el ‘Osservatore Romano’ que “Pío XII no fue silente ni antisemita, fue prudente”.
Ojalá la investigación sobre los miles de documentos guardados aporten una nueva luz sobre aquellos acontecimientos, aunque existe una alta probabilidad de que la polémica siga abierta y que la división se mantenga entre los que creen que Pío XII calló para evitar males mayores y aquellos que están convencidos de que tomar una postura firme y clara, además de éticamente obligada, hubiera frenado en alguna medida la barbarie nazi.

Tiempos de liquidación, Zygmunt Bauman


Zygmunt Bauman (Poznan, Polonia, 1925) predica con el ejemplo. En su modesta casa de Leeds (Reino Unido), donde se instaló a principios de los años setenta, huyendo de las purgas antisemitas desatadas en su país, no hay huella de esa pasión por lo nuevo que caracteriza a nuestra sociedad consumista. Mobiliario, adornos, alfombras, todo parece llevar años en el mismo sitio en la vivienda de este profesor emérito de la Universidad de Leeds, que le ha dedicado un instituto. El pequeño salón, que se asoma a un jardín invadido por las hojas caídas y el fragor de la vecina carretera, está repleto de libros, gran pasión del dueño de la casa. Fiel a la tradición polaca, Bauman ofrece a la periodista un abundante refrigerio: fresas con nata, pasteles de todo tipo y café que él mismo prepara, a las 10 de la mañana.
Con su característica aureola de pelo blanco, y la inseparable pipa en el bolsillo, esperando el permiso de la visitante para encenderla, Bauman tiene todo el aspecto del intelectual disidente, flagelo del capitalismo salvaje, que tantos admiradores le ha valido en los círculos antiglobalización. Pero el profesor es también un sólido y reputado analista, un implacable observador de nuestro mundo, sin aparente vanidad. Premio Príncipe de Asturias de Comunicación y Humanidades (ex aequo con Alain Touraine), en 2010, Bauman conserva una envidiable salud. A sus 88 años recién cumplidos, sigue dando conferencias y viajando por el mundo para promocionar sus libros.
El último, ¿La riqueza de unos pocos nos beneficia a todos?, se publica ahora en español editado por Paidós. “No es un libro original”, apunta Bauman. “He recogido material de diferentes investigaciones sobre la idea común que relaciona felicidad y riqueza. Cuando aumenta el PIB, aumenta la felicidad. Y se dice que la gente que gana más parece más feliz. Pero hoy sabemos que la felicidad no se mide tanto por la riqueza que uno acumula como por su distribución. En una sociedad desigual hay más suicidios, más casos de depresión, más criminalidad, más miedo. O sea que la afirmación de que la riqueza de unos nos beneficia a todos es doblemente errónea. Por un lado, no es verdad porque para eso la gente tendría que invertir su riqueza, cosa que no ocurre siempre, y por otro, porque no revierte en más felicidad porque, como hemos dicho, la felicidad depende de la igualdad, de la equidad”.
Sorprende, sin embargo, que Bauman considere nuestra sociedad actual como una de las más desiguales, cuando, al menos en el mundo desarrollado, hemos dejado el hambre atrás, y la mayoría de los ciudadanos lleva una vida decente. El profesor está de acuerdo, pero subraya un fenómeno inquietante. “Hace 20 o 30 años las desigualdades entre las sociedades desarrolladas y las que no lo eran crecía, mientras que la desigualdad en el interior de una misma sociedad (rica), disminuía. Y creíamos, al menos nosotros, los europeos, que con nuestro Estado de bienestar habíamos solucionado el problema de la desigualdad. Pero desde hace 20 o 30 años la distancia entre los países desarrollados y la del resto del mundo está disminuyendo, y, por el contrario, en el interior de las sociedades ricas las desigualdades se están disparando. Hay informes que dicen que en Estados Unidos estas desigualdades están llegando a los niveles del siglo XIX”.

Vivimos en la cultura
del consumismo. Mantenemos relaciones mientras nos dan satisfacción, igual que
un modelo de teléfono
Una de las razones que explicarían esta trágica fractura hay que buscarla en la globalización, que ha permitido a los empresarios contratar a sus trabajadores en cualquier esquina del globo. Otra, y muy ligada a la última crisis, es la erosión que está sufriendo la clase media.
“Es evidente que las clases medias se están empobreciendo. Podemos hablar más que de proletariado deprecariado”, dice Bauman. “O sea viven en una situación cada vez más precaria. Lo importante es que grandes sectores de las clases medias pertenecen ahora al proletariado, que se ha ampliado. Aunque hoy tengan trabajo ha desaparecido la certeza de que puedan tenerlo mañana. Viven en un estado de constante ansiedad”.
—Su libro aborda problemas que estamos padeciendo en España, donde cientos de miles de personas han perdido sus trabajos y no pueden pagar sus hipotecas. Dicho esto, hay gente que asumió riesgos enormes. ¿No tenemos un poco la culpa también nosotros, ciudadanos de a pie, de lo ocurrido? ¿O es que es imposible resistir la tentación del consumo?
—Bueno, es difícil responder. Vivimos en la cultura del consumismo, no es ya simplemente consumo, porque consumir es totalmente necesario. Consumismo significa que todo en nuestra vida se mide con esos estándares de consumo. En primer lugar el planeta, que es visto como un mero contenedor de potencial explotable. Pero también las relaciones humanas se viven desde el punto de vista de cliente y de objeto de consumo. Mantenemos a nuestro compañero o compañera a nuestro lado mientras nos produce satisfacción, igual que un modelo de teléfono. En una relación entre humanos aplicar este sistema causa muchísimo sufrimiento. Cambiar esta situación exigiría una verdadera revolución cultural. Es normal que queramos ser felices, pero hemos olvidado todas las formas de ser felices. Solo nos queda una, la felicidad de comprar. Cuando uno compra algo que desea se siente feliz, pero es un fenómeno temporal.
Bauman recuerda que en la Europa oriental de su primera juventud, “la gente era bastante feliz”. No tenían mucho que comprar, “pero vivían en comunidades solidarias, con buenos vecinos, que se ayudaban entre sí, cooperaban, y eso les daba seguridad, y, por otro lado, eran artesanos, o gente que en palabras del sociólogo americano Thorstein Veblen tenía ese ‘instinto de la humanidad trabajadora’. La felicidad deriva del trabajo bien hecho. La satisfacción que eso produce es extraordinaria. En nuestra sociedad, en cambio, nos definimos no por lo que hacemos sino por lo que compramos”.
El sociólogo, hijo de una pareja de judíos polacos, pasó la infancia y parte de la adolescencia en Polonia, pero sus padres huyeron del país tras la invasión alemana, en 1939, y se instalaron en la Unión Soviética. Bauman participó de lleno en la Segunda Guerra Mundial, combatiendo en las filas del ejército polaco controlado por los soviéticos, y trabajó para los servicios de información militares, en la inmediata posguerra.
“Viví en Polonia esos años”, cuenta el profesor. “Después de la Segunda Guerra Mundial el desempleo era masivo y el país estaba destruido. Entonces llegaron los que proponían entregar las tierras a los campesinos y las fábricas a los trabajadores, y generaron un entusiasmo enorme. La propuesta era trabajar juntos y reconstruir el país devastado. El programa era hermoso”, recuerda Bauman jugueteando con su pipa, que no acaba de tirar. La realidad resultó no serlo tanto. Y el viejo profesor no escatima críticas a la ideología en la que creyó. “Como sabe, hay dos clases de totalitarismos, el nazismo y el comunismo. Tenían bastantes similitudes, pero entre las diferencias hay una importante. Se le puede acusar al nazismo de infinidad de crímenes, pero no de hipocresía. Desde el primer momento, los nazis dijeron claramente lo que pretendían hacer. Querían dominar todos los países y asegurar la supremacía del III Reich, y aniquilar a los judíos, y es lo que hicieron. Mientras que el comunismo era una fortaleza de la hipocresía. El mensaje teórico se basaba en los lemas de la Ilustración,Liberté, Égalité, Fraternité, pero la práctica era muy diferente. La gente vivía mintiendo”.

La seguridad sin
libertad nos hace esclavos, pero con libertad sin seguridad eres una especie de plancton, no un
ser humano
—Usted ya no es comunista, pero sigue siendo de izquierdas.
—Sí, porque creo todavía en la igualdad. Creo todavía que la libertées más importante que la seguridad. No había desempleo en la Rusia soviética. Había seguridad, acceso a una educación, a un sistema de salud básico, pero nada de libertad.
—Y, sin embargo, usted mismo ha criticado a la izquierda por no ofrecer una verdadera alternativa a la sociedad actual.
—Es cierto. No hay un modelo de sociedad alternativo. La izquierda solo sabe decirle a la derecha, “cualquier cosa que hagan ustedes nosotros la hacemos mejor”. Cuesta distinguir entre Gobiernos de izquierda y de derecha, la verdad.
Y eso hace a las sociedades desarrolladas más homogéneas, intercambiables entre sí, definibles con el adjetivo de líquidas que acuñó el sociólogo polaco (con pasaporte británico) hace una década. Una definición perfecta para la sociedad posmoderna, consumista y banal, en perpetuo movimiento, en contraposición a la vieja y sólida sociedad del pasado. ¿Hasta qué punto esta sociedad líquida es la cumbre del capitalismo anglosajón?
Bauman reflexiona un momento antes de responder. “Hay muchas variedades de capitalismo. Es cierto que los anglosajones han creado un modelo que los demás países han imitado enseguida. Mientras, en los países escandinavos se pagan impuestos altos y, a cambio, la gente tiene excelentes servicios gratuitos, y han optado por recortar la libertad de mercado a cambio de más seguridad existencial, en Reino Unido se opta por la libertad total. Hay que gastar fortunas para obtener una educación, y hay que pagar médicos privados para tener buena atención sanitaria, es cierto. Estamos constantemente presionados por dos valores opuestos y necesarios: libertad y seguridad. Seguridad sin libertad nos convierte en esclavos, y si tienes libertad sin seguridad eres una especie de plancton, flotando por ahí, no un ser humano. Los dos extremos son insoportables, hay que combinarlos”.
Libertad y seguridad son los dos polos entre los que se mueven las alternativas políticas que se nos ofrecen en el mundo de hoy, marcado por la superproducción y los ajustes violentos del mercado. Un mundo que no reconocerían los padres de la economía moderna, como Adam Smith. “Es cierto. Tenían la idea de que el crecimiento económico era un fenómeno temporal, porque pensaban erróneamente que la gente iba a comprar solo lo necesario para cubrir sus necesidades. Así es que muy razonablemente calculaban los productos que tendrían que ser producidos. Todo era una monótona repetición de las necesidades de acuerdo con el crecimiento de la población. No se dieron cuenta de que en la sociedad de consumo no se va a las tiendas solo para reemplazar lo roto o lo consumido, sino a satisfacer los propios deseos. Y los deseos son infinitos”.
Las nuevas generaciones, crecidas en una atmósfera de consumismo brutal, inician su aprendizaje en el sistema desde muy temprano y, a menudo, en familia, como cuenta Bauman, atento observador de una de las sociedades abanderadas del consumismo, la británica. “George Ritzer llama a los centros comerciales templos de consumo. Los domingos por la mañana las familias británicas no van a misa, van al centro comercial. Y es la gran salida familiar de la semana. Van no solo a comprar, sino a disfrutar mirando, viendo lo que hay”.
Bauman quiere terminar la entrevista. Se siente fatigado. Escuchándole hablar una lamenta que alguien con su apasionante biografía haya renunciado a escribir sus memorias.
—Mi esposa escribió dos volúmenes de memorias. Era una persona que percibía el mundo en imágenes, pero yo soy persona de conceptos, y no, no me lo planteo. Ella era la que describía nuestras experiencias cuando íbamos a algún encuentro, y de esa forma yo he llegado a ser consciente de lo que vivimos. Tenía un gran talento para eso. Yo no lo tengo. Fuente: El País

Sanz Briz, el "Ángel" de Budapest


Durante la Segunda Guerra Mundial se produjo en Europa uno de los crímenes más atroces de la Historia: el aniquilamiento de millones de personas en los campos de exterminio nazis. Ante tal holocausto, unos optaron por callar y mirar hacia otro lado; otros, en cambio, adoptaron un papel activo para impedir toda aquella barbarie en la medida de sus posibilidades.
Uno de esos hombres excepcionales fue Ángel Sanz Briz, un diplomático zaragozano destinado en Budapest que, gracias a la concesión urgente de documentación española, salvó la vida de unos 3.500 judíos húngaros que de otro modo habrían estado sentenciados.

El franquismo ante el Holocausto
En la España de posguerra existían no pocas personas con poder que simpatizaban con el régimen nazi y sentían aversión hacia los judíos (como Onésimo Redondo) y algunos discursos antisemitas (de Queipo de Llano, Mola, Cabanellas o el propio Franco); pero el antisemitismo, en realidad, ocupaba un papel poco relevante en el ideario franquista.
El Gobierno de Franco tuvo conocimiento indirecto de la política de exterminio del III Reich, y algunas personas decidieron actuar, aunque manteniendo una posición neutral y, en ocasiones, movidos más por motivos económicos que humanitarios.
También es cierto que aquellas inclinaciones antisemitas no fueron exclusivas del franquismo: a pesar de algunos discursos favorables, los gobiernos de izquierdas y de derechas de la Segunda República frenaron la entrada de judíos entre 1933 y 1935, reinstaurando la obligación de visado para los alemanes y rechazando la participación de España en el sistema de cuotas que propuso la Sociedad de Naciones.
Los judíos de origen español (sefardíes) podían optar a ciertos privilegios diplomáticos a partir de un decreto ley promulgado por Miguel Primo de Rivera (que pretendía regularizar la situación de los sefardíes ya protegidos que lo solicitaran, y dentro de un plazo, para tratar de acabar con el problema de solicitud del status de protegido entre quienes sufrían situaciones políticas convulsas en sus países).
Sin embargo, no ofrecía la nacionalidad española a todos los que la solicitaran, un error frecuente que nació a partir de una noticia equivocada publicada en el American Jewish Yearbook 1925-1926, que ayudaron a extender importantes figuras religiosas judías y que luego fue alentado por la propaganda franquista de los años sesenta, así como por los historiadores revisionistas y los modernos apologistas de la derecha española, dando lugar a uno de tantos falsos mitos sobre el régimen de Franco.
El Gobierno nazi daba a elegir entre deportar a los judíos a campos de concentración o que España se hiciera cargo de ellos. Para evitar una llegada masiva de judíos, nunca bien vistos, se decidió prestarles ayuda ofreciéndoles refugio en tránsito hacia terceros países o concediéndoles cierta ayuda diplomática en sus países de origen. Pero esas decisiones, al final, dependían de las personas al frente de cada embajada o consulado.
España acogió temporalmente a entre 20.000 y 35.000 judíos durante la contienda europea, y otros 5.000 recibieron algún tipo de ayuda diplomática. Aunque no se puede decir que la ayuda fuera pequeña, sí se podría haber prestado mucha más.
Desde antes de que terminara la guerra y hasta 1968 la diplomacia española orquestó una campaña de propaganda que dio lugar a uno de los mitos más persistentes del franquismo: el de la ayuda de Franco durante la Segunda Guerra Mundial a los sefardíes.
Cuando en 1946 la ONU acordó no admitir a España y recomendó la ruptura de relaciones diplomáticas con este país, la propaganda franquista esgrimió la salvación de judíos como argumento contra el aislamiento, redactando en 1948 y 1949 sendos informes sesgados y contradictorios que falseaban las cifras de judíos ayudados por España, pero que consiguen su objetivo de mejorar la imagen del Gobierno de Franco y del propio dictador. Esto, sumado a la orientación católica del régimen y a su anticomunismo en plena Guerra Fríaayudó a aumentar la influencia positiva de España en las potencias occidentales.

La “lista” de Sanz Briz, el Schindler español
Retrocedamos a los años de la Segunda Guerra Mundial y al Holocausto perpetrado por la Alemania nazi. Allí nos espera Sanz Briz…
Cuando en 1944 Alemania tomó el control de Hungría, la vida de los judíos húngaros comenzó a peligrar. Ángel Sanz Briz, un encargado de negocios de 34 años destinado en la Embajada de Budapest, decidió expedir 45 pasaportes para sefardíes y más de 350 pasaportes provisionales.

Después, ignorando si eran o no de origen sefardí, expidió otras dos mil cartas de protección y refugió a todos los judíos que pudo en casas alquiladas que fueron declaradas anexos de la Embajada española mediante la colocación de un cartel en la fachada. Además emitió visados españoles para un viaje con destino a Tánger para otras mil personas. Gracias a esto, todos esos miles de judíos pudieron escapar de la terrible deportación a los campos de exterminio.

Luego, cuando se hizo inminente la invasión de Hungría por parte del Ejército Rojo, Sanz hubo de huir a Suiza, pero prosiguió su labor en la embajada Giorgio Perlasca, un católico italiano que había combatido con las tropas franquistas durante la Guerra Civil española y que solicitó protección diplomática en Budapest.
Perlasca se hizo cargo de la Embajada española y consiguió ayudar a otros 6.000 judíos y mantener a todos a salvo hasta que las tropas soviéticas entraron en la capital húngara el 16 de enero de 1945.
Sanz Briz prosiguió su carrera diplomática en Estados Unidos, Sudamérica, Europa y China. En 1976 fue nombrado embajador de España ante la Santa Sede, cargo que ocupó hasta su muerte en 1980. Pocos años después, el Museo del Holocausto Yad Vashem le concedió los honores de inscribir su nombre como “Justo entre las naciones”.
También en Hungría se colocó una placa conmemorativa en una de las casas alquiladas por la Embajada española y se grabó su nombre en un monumento de la Gran Sinagoga de Budapest dedicado a Raoul Wallenberg, el diplomático sueco que consiguió salvar a casi cien mil judíos húngaros.

Si en la diplomacia española y europea hubiesen existido más hombres como éstos, con pocos medios y mucha voluntad se habría podido evitar uno de los episodios más denigrantes de la Historia… y millones de seres humanos habrían podido salvar la vida.