Mostrando entradas con la etiqueta Personajes. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta Personajes. Mostrar todas las entradas

El pequeño Adolf y Sigmund Freud


Monstruos y abismos invadían cada noche los sueños del pequeño Adolf 

Un muchachito austríaco de seis años y gesto desafiante, el mentón elevado y la mirada firme, las piernas abiertas, los brazos cruzados, algo diferente del resto de sus compañeros de colegio, cambió con el tiempo la historia de Europa. Hijo de Alois, un funcionario de aduana, y de Klara, una sufrida ama de casa, en 1895 Adolf Hitler no representaba nada, para el poder de Guillermo II en Alemania ni para el de Francisco José I, monarca del imperio austrohúngaro. Después de todo, sólo se trataba de un pequeño escolar que suficientes problemas ya tenía en su casa como para preocupar a tan importantes personajes que en aquellos días continuaban decidiendo el destino de gran parte del mundo, ya que sus guerras y reconciliaciones, sus tratados y sus ambiciones tenían un impacto profundo más allá de las fronteras, hasta ultramar. Una reciente investigación realizada en Londres por el escritor de televisión Laurence Marks, que tuvo la colaboración de John Forrester, estudioso de Sigmund Freud y su obra, indica que el padre del psicoanálisis recomendó en 1895 que el pequeño Adolf fuese internado a los seis años en un instituto de salud mental para niños de Viena. Conductas impropias para un chico normal de clase media austríaca y horribles pesadillas nocturnas que se repetían cada noche llevaron al médico de la familia Hitler, el doctor Ernest Bloch, a consultar con un especialista para saber qué hacer con el paciente que soñaba con monstruos malignos, caídas hacia abismos profundos y negros como la noche y persecuciones en las que invariablemente era capturado y azotado hasta desear la muerte. Metódico como la mayoría de sus compatriotas, el doctor Bloch, de origen judío, dejó constancia en varios escritos hallados por Marks, de la consulta realizada a otro judío, el propio Freud, que fue terminante en el diagnóstico: "internación y tratamiento". Pero la inflexibilidad del padre, Alois, fue más fuerte que los desvelos de la madre, Klara, y el destino marcado por voluntad paterna, es decir, que su hijo llegara a ser, como él, un funcionario del Estado, impidió que el niño fuese tratado con resultados que bien podrían haber alterado el curso de la historia mundial. Adolf Hitler ni fue internado ni recibió tratamiento alguno y años después revelaría, en el reflejo escrito más fiel de su pensamiento político y de la forma en que él interpretaba su propia biografía, Mi lucha (Mein Kampf) : "La camaradería que mantenía con muchachos robustos, que era frecuentemente motivo de hondos cuidados para mi madre, pudo hacer de mí cualquier cosa menos un poltrón". En los años de más temprana formación, la conducta de Hitler no ocasionaba penurias más que a su familia, especialmente a su madre. Según Allan Bullock, historiador y autor de una importante biografía del Führer , publicada en 1952, la crisis psicológica sólo hizo eclosión en la vida de Hitler entre 1907 y 1908, a la edad de 18 años, cuando fue rechazado dos veces por la Academia de Artes de Viena. El nunca aceptó la justicia de aquella decisión de las autoridades de la academia, algo que quedó también reflejado en Mi lucha : "Aún hoy no me explico -escribió- cómo no me di cuenta antes de que tenía vocación para la pintura. Mi talento para el dibujo se hallaba tan fuera de duda que fue uno de los motivos que indujeron a mi padre a inscribirme en un colegio de enseñanza secundaria, pero jamás con el propósito de permitirme una preparación profesional en ese sentido." El frustrado pintor austríaco siguió intentando desplegar aquel talento que, como muchas otras habilidades tales como la oratoria y la capacidad de liderazgo, él consideraba natural. Y hoy, diversos coleccionistas de Europa mantienen entre marcos los paisajes urbanos pintados por Hitler casi hasta el fin de sus días. La sensación de que existía una suerte de conspiración en su contra, en este caso para impedirle consumar su futuro de artista, era coherente con las viejas y aterradoras pesadillas de la infancia temprana. Las persecuciones nacidas en su mente eran más peligrosas para los otros que para él mismo. Aunque esto sólo se sabría años después. Sin embargo, el investigador Marks señala el principio del daño psicológico de Hitler mucho antes que Bullock, y ubica su origen en el maltrato que recibía del padre. "Le gustaba humillar a su hijo. En una muestra de rebelión, Adolf, entonces de seis años, trató de escapar de su casa durante la noche, saltando por una ventana. Se desvistió para salir con menos ruido, pero quedó enganchado. Su padre lo oyó y trajo al resto de la familia para que se rieran de él. Adolf lloró durante tres días", relató. Marks está convencido de que Alois se negó a seguir el consejo dado por Freud, esto es, internar a Adolf para un tratamiento psiquiátrico, sólo para evitar que cualquier examen médico pudiese delatar el maltrato, que también era físico. Fue una decisión que cambiaría el futuro. Como es de suponer, dada la profesión de Marks, toda esta investigación será la base de una obra de teatro en el West End de Londres, y ya hay quienes hablan de una película. Pasado más de medio siglo desde el fin del horror hitleriano, ya no son los hechos -indubitables- sino sus causas lo que se trata de dilucidar. Esa búsqueda también se manifestó hace pocos meses en Buenos Aires, cuando especialistas de todo el planeta reunidos en el Congreso Mundial de Neurología intentaron analizar posibles razones neurológicas en la patología de Hitler, que se daba por descontada. El historiador Bullock, de todas maneras, dice que las teorías sobre los orígenes de la insania mental, e incluso la existencia cierta de esa enfermedad, aún lo intrigan. Se pregunta: ¿fue Hitler realmente un enfermo mental, y en caso de que lo haya sido, qué lo hizo capaz de acumular semejante poder, a pesar de ello? "Vaya a cualquier asilo para locos y seguramente encontrará a alguien que cree tener una misión especial de conquistar el mundo. Esas personas no llevan adelante esa supuesta misión. La pregunta por responder es: ¿cómo hizo Hitler para ponerla en práctica?", dice, sin que hasta el momento alguien haya aventurado una respuesta irrefutable. Las investigaciones realizadas por Laurence Marks pusieron al desnudo ciertas curiosidades. Por ejemplo, que Adolf Hitler nunca olvidó al médico de su familia. Cuando, en 1938, Alemania invadió y anexó Austria, Martin Bormann recibió instrucciones precisas del máximo jerarca nazi: preservar a Ernest Bloch, otorgándole un salvoconducto para huir a Suiza. En definitiva, Hitler le salvó la vida a un judío, a pesar de que el judaísmo era el centro de su teoría fantástica acerca de las razas, y el blanco principal de la furia homicida que desató en Europa. Precisamente él, un enemigo demencial de los judíos, estuvo a punto de no quedar en la memoria como el autor intelectual y material del mayor genocidio en la historia europea, y haber sido un anónimo pintor de brocha gorda, o bien un oscuro funcionario del Estado austríaco, merced a la intervención bien intencionada de dos judíos: Ernest Bloch y Sigmund Freud. Pero no fue así. El mundo lo sabe. Por Leonardo Freidemberg (c) La Nacion .

El legado de Mandela, Mbuye Kabunda


[Mbuye Kabunda es profesor en la Universidad Autónoma de Madrid]
Mandela era un patriarca, un conciliador que, sin rencor después de más de 27 años en la cárcel, miraba más hacia el futuro que hacia el pasado. Era el sabio africano, el símbolo de la libertad, la paz y la reconciliación y el modelo del futuro jefe de Estado en África.
Era sin lugar a dudas el personaje político más venerado del mundo, dotado con un excepcional encanto personal y político, indiferente hacia los bienes materiales y el dinero, poniendo por encima de todo la sinceridad y la humildad.
Cuidadoso de las apariencias o del poder de la imagen, aparecía en público con las llamadas “camisas Mandela” multicolores -en sustitución de sus elegantes trajes cruzados de raya diplomática de los que era aficionado antes de ser encarcelado- para transmitir una nueva imagen de liderazgo diferente de la occidental, pero sí africana y autóctona, al tiempo diferente de los déspotas africanos, dando públicamente pasos de baile si fuera necesario, y atendiendo siempre a los medios de comunicación.
Era una simbiosis perfecta de la educación tradicional y la moderna, impregnado con la filosofía africana del Ubuntu (la hermandad). Un hombre siempre cercano al pueblo. Era pura bondad.
El personaje
Nelson Rolihlahla Mandela, Madiba, nació el 18 de julio de 1918, en Qunu, en el Transkei. Era un hombre de casi un metro noventa de altura, delgado y atlético con un hermoso color caramelo, un moreno suave, dorado o canela, y amante del jogging.
Cursó derecho en la Universidad de Fort Hare, la única institución de enseñanza superior, en su época, a la que podrían acceder los negros en el África Austral. Es allí donde empezó a desarrollar sus actividades políticas y se puso en contacto con los miembros del Congreso Nacional Africano (ANC). Por esta razón fue expulsado de esta universidad en 1940, y se afincó en Johannesburgo, donde finalizó sus estudios por correspondencia en la universidad de Witwartersrand, consiguiendo el título de abogado. Poco después creó un bufete de abogados negros con sus incondicionales compañeros, Oliver Thambo y Walter Sisulu, los futuros dirigentes de la lucha contra el apartheid en Sudáfrica.
Ante la intensificación de la represión, y sobre todo a raíz de las matanzas perpetradas por la policía racista en Shaperville, el 21 de marzo de 1961, el ANC optó por la lucha armada y creó la rama militar, el Umkhonto We Sizwe, de la que Mandela fue nombrado comandante. Lo que condujo a su detención, en 1964, junto a sus compañeros, acusados de “terrorismo” y condenados en el llamado “juicio de Rivonia” a cadena perpetua en la cárcel de la isla de Robben y distintas cárceles de la región de El Cabo.
El legado sudafricano de Mandela
El fin de la Guerra Fría convirtió en obsoleta la excusa de la lucha contra el comunismo en la región por el Gobierno racista, para conseguir el apoyo occidental y mantener el sistema del apartheid. A ello es preciso añadir la derrota militar de las tropas sudafricanas de ocupación en el sur del Angola (la batalla de Cuito Cuanavale), en 1988, junto a las sanciones internacionales que debilitaron completamente la economía del país. Todos estos factores crearon las condiciones para las negociaciones entre el ANC y el Gobierno, con la consiguiente independencia de Namibia y la liberación de Mandela.
Liberado el 11 de febrero de 1990, a los 71 años, Mandela lideró el ANC en las negociaciones con el National Party (NP), el partido de Gobierno encabezado por Frederik Willem de Klerk, para poner fin al sistema del apartheid y para la democracia.
Elegido en abril de 1994 como primer presidente negro de la Sudáfrica democrática, Mandela destacó una vez más por su autoridad moral, apostando por la reconciliación entre las razas y los grupos étnicos, cuando todo el mundo presagiaba la guerra civil o la yugoslavización del país, mediante la Comisión Verdad y Reconciliación (TRC), para aclarar los crímenes del apartheid e instaurar la cultura del perdón entre las víctimas y sus verdugos, de ambos bandos.
Llevó a cabo una política económica liberal, haciendo caso omiso de las presiones de sus aliados del Partido Comunista y del ala anti-liberal del ANC, cediendo sólo en las políticas de discriminación positiva y de empoderamiento de los empresarios negros (GEAR), siendo el objetivo reducir las desigualdades raciales y sociales heredadas del apartheid.
Se le recordará también por su firme compromiso en la lucha contra el VIH/sida, sobre todo después de las polémicas afirmaciones de su sucesor, Thabo Mbeki, -que consideraba los antirretrovirales igual peligrosos que el propio sida, en un país con 5 millones de seropositivos en 2005-, pidiendo la implicación del Estado en el apoyo a los enfermos de sida a los que se debería suministrar los fármacos antirretrovirales, y reconociendo públicamente la muerte de su hijo, Makgatho, en el mismo año, por esta enfermedad. De este modo, puso de manifiesto su apoyo a las personas más vulnerables y desfavorecidas, encabezando la lucha contra la pandemia.
La herencia de Mandela en la región
Cosa inédita en el continente, donde los gobiernos jacobinos defienden el carácter unitario y centralizado del Estado, Mandela aceptó la inclusión en la nueva Constitución sudafricana del derecho a la autodeterminación interna para los grupos que comparten cultura y lengua comunes, precisamente para no herir las susceptibilidades de los nacionalistas zulúes y afrikáners.
Demostró ser tolerante con las ideas y opiniones contrarias a las suyas y para respetar o representar los intereses de todos los grupos, mediante la incorporación de miembros de la oposición en su primer Gobierno de unión nacional (GNU), en particular al polémico líder del KwaZulu-Natal y del Inkhata Freedom Party (IFP), Mangosuthu Gatsha Buthelezi, y al último presidente del apartheid y del National Party (NP), Frederik Willem de Klerk, como símbolos de unidad y reconciliación, y para evitar la guerra civil.
En 1999, cuando todo estaba a su favor para repetir mandato, dejó voluntariamente el cargo a Thabo Mbeki, preparando de este modo su sucesión. Con ello dio una verdadera lección de democracia en un continente donde los altos mandatarios suelen aferrarse de una manera vitalicia al poder.
Se implicó personalmente en las negociaciones para la paz en la región de los Grandes Lagos, en particular en Burundi hasta 2001, así como en las negociaciones en el Outeniqua, en 1997, entre Mobutu y Kabila en la República Democrática del Congo, para evitar el baño de sangre en Kinshasa.
No quiso separar el destino de la Sudáfrica democrática con él de los demás países africanos, considerando Sudáfrica como un país africano que debe asumir un papel importante en el desarrollo económico del continente. Consideró que era de interés para Sudáfrica que haya crecimiento y desarrollo para el resto de África, y que Sudáfrica no podría desarrollarse al margen del resto del continente. En su primera participación en la cumbre de la OUA, en junio de 1994, en Túnez, manifestó: “Hoy, África es totalmente libre. Libre del poder de las minorías extranjeras y de las minorías blancas (…). África aspira a renacer de nuevo”.
Fue el único dirigente africano en protestar, en noviembre de 1995, contra el fusilamiento de los activistas ecologistas ogoníes por el régimen del general Sani Abacha en Nigeria, entre ellos el escritor Ken Saro-Wiwa.
Su desacierto fue la equivocada interpretación del conflicto de Ruanda (en términos de hutus contra tutsis), a raíz del genocidio de 1994 y en el momento que acababa de asumir el poder, y la consiguiente venta de armas al Gobierno del Frente Patriótico Ruandés (FPR), para defenderse, según él, de los ataques procedentes de los campos de refugiados hutus de la parte oriental de la RDC, posicionándose al lado de los tutsis y echando leña al fuego. A ello es preciso añadir la venta de armas al régimen militar argelino, en febrero de 1998, y al régimen islamista de Jartum. Lo que contradecía las soluciones políticas y diplomáticas, por las que apostaba, en la resolución de los conflictos africanos.
El legado internacional
Se dedicó a la moralización de las relaciones internacionales condenando los bombardeos de la OTAN contra Serbia, posicionándose contra la producción de minas antipersonas, y aprovechando su experiencia en la aplicación de los acuerdos de paz, ofreció su mediación en la resolución de conflictos en el mundo, como en Irlanda o en el conflicto árabe-israelí, y convenció a Gadafi para que entregara al Secretario General de la ONU a los dos sospechosos libios de los atentados de Lockerbie.
En los foros internacionales y en sus múltiples viajes por el mundo, no dudó en subrayar en defensa de África, que “más que ayuda, lo que sí necesita África es justicia”, poniendo de manifiesto su adhesión total a los valores de justicia y contra la arbitrariedad.
En un mundo unipolar post Guerra Fría, mostró una clara independencia en la política exterior de Sudáfrica, visitando a Fidel Castro y a Muamar El Gadafi, en agradecimiento a su apoyo a la lucha contra el apartheid, desafiando a las potencias occidentales hostiles a estos líderes internacionalmente aislados, y manifestó su disconformidad con la política de ataque preventivo de George Bush, junto a la adhesión al Movimiento de los Países No Alineados.
Las potencias occidentales le recriminaron la supuesta contradicción entre la adhesión a los derechos humanos y a los principios morales, y la colaboración con los regímenes considerados por ellas como “antidemocráticos”. Sin embargo, Obama dijo de él que era su modelo, y seguirá teniendo influencia en el mundo durante siglos.
Conclusión
La gran frustración de Mandela fue el no acabar con el apartheid económico en su país. Es decir, la segunda liberación, la socioeconómica, se reveló ser más difícil que la primera, la política, fundamentalmente por haber heredado una situación económica difícil y de desigualdades estructurales y su adhesión a las leyes del mercado sacrificando los aspectos de justicia social. Su gran mérito es haber liberado a los negros de la esclavitud y frustraciones y a los blancos de sus temores. Sin embargo, la reconciliación nacional no se acompañó de la justicia social para las víctimas del apartheid.
En este contexto, es preciso recordar las críticas de Winnie Madikizela Mandela, al Gobierno presidido por su exmarido y del que ella formó parte: le recriminó ser permisivo con respecto a los intereses de la minoría blanca, en lugar de erradicar las desigualdades del apartheid. En su opinión, se había concluido “un pacto del infierno entre las élites de los oprimidos y la de los opresores”. Al apartheid racial le había sucedido el apartheid económico y social, con la emergencia de una nueva burguesía negra que se había apartado de sus bases.
En definitiva, la gran herencia de Mandela es haber conseguido la democracia constitucional y la armonía racial y la reconciliación entre los grupos étnicos (the rainbow nation o la nación arco iris), con pocos avances en las políticas socioeconómicas. Es decir, sacrificando, para conseguir aquellos objetivos, sus principios socialistas a favor de lo positivo y lo constructivo.
Sus sucesores, Thabo Mbeki y Jacob Zuma, a pesar de conseguir importantes resultados macroeconómicos, no parecen servir a los más pobres por el conformismo económico y la falta de ambiciones de justicia social, debidos al contexto internacional y por privilegiar la unidad del país.