Sanz Briz, el "Ángel" de Budapest


Durante la Segunda Guerra Mundial se produjo en Europa uno de los crímenes más atroces de la Historia: el aniquilamiento de millones de personas en los campos de exterminio nazis. Ante tal holocausto, unos optaron por callar y mirar hacia otro lado; otros, en cambio, adoptaron un papel activo para impedir toda aquella barbarie en la medida de sus posibilidades.
Uno de esos hombres excepcionales fue Ángel Sanz Briz, un diplomático zaragozano destinado en Budapest que, gracias a la concesión urgente de documentación española, salvó la vida de unos 3.500 judíos húngaros que de otro modo habrían estado sentenciados.

El franquismo ante el Holocausto
En la España de posguerra existían no pocas personas con poder que simpatizaban con el régimen nazi y sentían aversión hacia los judíos (como Onésimo Redondo) y algunos discursos antisemitas (de Queipo de Llano, Mola, Cabanellas o el propio Franco); pero el antisemitismo, en realidad, ocupaba un papel poco relevante en el ideario franquista.
El Gobierno de Franco tuvo conocimiento indirecto de la política de exterminio del III Reich, y algunas personas decidieron actuar, aunque manteniendo una posición neutral y, en ocasiones, movidos más por motivos económicos que humanitarios.
También es cierto que aquellas inclinaciones antisemitas no fueron exclusivas del franquismo: a pesar de algunos discursos favorables, los gobiernos de izquierdas y de derechas de la Segunda República frenaron la entrada de judíos entre 1933 y 1935, reinstaurando la obligación de visado para los alemanes y rechazando la participación de España en el sistema de cuotas que propuso la Sociedad de Naciones.
Los judíos de origen español (sefardíes) podían optar a ciertos privilegios diplomáticos a partir de un decreto ley promulgado por Miguel Primo de Rivera (que pretendía regularizar la situación de los sefardíes ya protegidos que lo solicitaran, y dentro de un plazo, para tratar de acabar con el problema de solicitud del status de protegido entre quienes sufrían situaciones políticas convulsas en sus países).
Sin embargo, no ofrecía la nacionalidad española a todos los que la solicitaran, un error frecuente que nació a partir de una noticia equivocada publicada en el American Jewish Yearbook 1925-1926, que ayudaron a extender importantes figuras religiosas judías y que luego fue alentado por la propaganda franquista de los años sesenta, así como por los historiadores revisionistas y los modernos apologistas de la derecha española, dando lugar a uno de tantos falsos mitos sobre el régimen de Franco.
El Gobierno nazi daba a elegir entre deportar a los judíos a campos de concentración o que España se hiciera cargo de ellos. Para evitar una llegada masiva de judíos, nunca bien vistos, se decidió prestarles ayuda ofreciéndoles refugio en tránsito hacia terceros países o concediéndoles cierta ayuda diplomática en sus países de origen. Pero esas decisiones, al final, dependían de las personas al frente de cada embajada o consulado.
España acogió temporalmente a entre 20.000 y 35.000 judíos durante la contienda europea, y otros 5.000 recibieron algún tipo de ayuda diplomática. Aunque no se puede decir que la ayuda fuera pequeña, sí se podría haber prestado mucha más.
Desde antes de que terminara la guerra y hasta 1968 la diplomacia española orquestó una campaña de propaganda que dio lugar a uno de los mitos más persistentes del franquismo: el de la ayuda de Franco durante la Segunda Guerra Mundial a los sefardíes.
Cuando en 1946 la ONU acordó no admitir a España y recomendó la ruptura de relaciones diplomáticas con este país, la propaganda franquista esgrimió la salvación de judíos como argumento contra el aislamiento, redactando en 1948 y 1949 sendos informes sesgados y contradictorios que falseaban las cifras de judíos ayudados por España, pero que consiguen su objetivo de mejorar la imagen del Gobierno de Franco y del propio dictador. Esto, sumado a la orientación católica del régimen y a su anticomunismo en plena Guerra Fríaayudó a aumentar la influencia positiva de España en las potencias occidentales.

La “lista” de Sanz Briz, el Schindler español
Retrocedamos a los años de la Segunda Guerra Mundial y al Holocausto perpetrado por la Alemania nazi. Allí nos espera Sanz Briz…
Cuando en 1944 Alemania tomó el control de Hungría, la vida de los judíos húngaros comenzó a peligrar. Ángel Sanz Briz, un encargado de negocios de 34 años destinado en la Embajada de Budapest, decidió expedir 45 pasaportes para sefardíes y más de 350 pasaportes provisionales.

Después, ignorando si eran o no de origen sefardí, expidió otras dos mil cartas de protección y refugió a todos los judíos que pudo en casas alquiladas que fueron declaradas anexos de la Embajada española mediante la colocación de un cartel en la fachada. Además emitió visados españoles para un viaje con destino a Tánger para otras mil personas. Gracias a esto, todos esos miles de judíos pudieron escapar de la terrible deportación a los campos de exterminio.

Luego, cuando se hizo inminente la invasión de Hungría por parte del Ejército Rojo, Sanz hubo de huir a Suiza, pero prosiguió su labor en la embajada Giorgio Perlasca, un católico italiano que había combatido con las tropas franquistas durante la Guerra Civil española y que solicitó protección diplomática en Budapest.
Perlasca se hizo cargo de la Embajada española y consiguió ayudar a otros 6.000 judíos y mantener a todos a salvo hasta que las tropas soviéticas entraron en la capital húngara el 16 de enero de 1945.
Sanz Briz prosiguió su carrera diplomática en Estados Unidos, Sudamérica, Europa y China. En 1976 fue nombrado embajador de España ante la Santa Sede, cargo que ocupó hasta su muerte en 1980. Pocos años después, el Museo del Holocausto Yad Vashem le concedió los honores de inscribir su nombre como “Justo entre las naciones”.
También en Hungría se colocó una placa conmemorativa en una de las casas alquiladas por la Embajada española y se grabó su nombre en un monumento de la Gran Sinagoga de Budapest dedicado a Raoul Wallenberg, el diplomático sueco que consiguió salvar a casi cien mil judíos húngaros.

Si en la diplomacia española y europea hubiesen existido más hombres como éstos, con pocos medios y mucha voluntad se habría podido evitar uno de los episodios más denigrantes de la Historia… y millones de seres humanos habrían podido salvar la vida.

CUIDAR

      


20140111-215353
Me llegó ayer, vía @Neomed, esta carta, escrita por una enfermera americana. Aunque a mi gusto se centra demasiado en lo más duro de nuestro trabajo (que también es enormemente gratificante), me parece interesante como reflexión. Así que le pedí a su autora permiso para copiarla aquí. La traducción (un tanto de andar por casa, y también un poco libre) es mía; si queréis leer el original en inglés, lo tenéis aquí.
"Querido (y desencantado) familiar de mi paciente de UCI:
Así que entraste y me encontraste cantando una canción mientras colgaba aquella medicación intravenosa, ¿eh? Te quedaste un poco desconcertado y pensaste: “¿Es aquella canción de Sonrisas y Lágrimas? ¿Cómo puede estar tan contenta viendo a mi padre con un tubo en la garganta?” 
Pues sí, es Sonrisas y lágrimas. Después de todo, “these are a few of my favorite things”.
Pero ahora en serio, no estoy cantando por gusto. Lo que no sabes es que canto para controlar mis nervios, para mantener la calma. Tu padre estuvo a punto de morir antes de que entraras. Estoy preocupada por él, pero no quiero que me lo notes en la cara. No quiero que te preocupes. Es mi trabajo. Sólo quiero que le demuestres tu cariño.
Sé que nos escuchaste reír y contar un chiste. Y que no lo encuentras nada divertido mientras tu madre siga confinada en esa cama, atada a todos esos monitores.
Lo entiendo. De verdad. Espero que puedas comprender que mientras tú estabas esperando fuera, despreocupadamente, nosotros salvamos a la joven de la habitación de al lado. No podía respirar. Ahora ya puede. Pensamos que no conseguiríamos intubarla a tiempo…
También reanimamos al hombre de la habitación de enfrente. Le desfibrilamos muchas veces, y yo incluso le rompí alguna costilla. Justo cuando nos temíamos que no lo recuperaríamos, lo hicimos.
El paciente de la habitación contigua no tuvo tanta suerte. Lo intentamos; recé por él, pero se fue de todos modos. Abracé a su hija y la dejé llorar en mi hombro durante 20 minutos.
Algunas veces necesitamos reír. Es lo único que sabemos hacer. Tememos que, si empezamos a llorar, no seremos capaces de parar.
Lo siento de veras si te parecí cortante cuando entraste a la hora de la visita. Sé que pensaste que estaba siendo maleducada, y que al salir te quejaste de mí diciendo: “¡debía estar deseando irse a descansar un rato, en vez de tomarse el tiempo de hablar conmigo!”
No. No me tomaré hoy ningún descanso. Y no pretendía ser maleducada. Estaba concentrada en los cambios que acababa de ver en el electrocardiograma de tu padre. Pensaba qué más podría hacer cuando su tensión se hundiera de nuevo. Porque ya le estamos administrando la dosis máxima de esos fármacos que ves ahí colgados. Sé que aún no estás preparado para decir adiós. Y yo no estoy preparada para rendirme. Eso me distrae a veces y me hace ser menos comunicativa.
Quiero que sepas que cuando veo a tu madre en esa situación, comparto tu dolor. Pienso en mi propia madre, que ya murió. Cuando veo su enfermedad reflejada en la de tu madre, tan parecidas, es como volver a abrir mi herida. No dejo que lo notes, pero me trago mis propias lágrimas mientras tú lloras.
Querida madre, mientras tú tratas de mantener la serenidad ante tu hijo inconsciente, yo tengo que esforzarme para no llorar contigo. Tu dolor me pone delante la fragilidad de los niños. Y a mí, como madre, no me gusta. Sudaría sangre para luchar por la vida de tu pequeño, de la edad que sea. Sé que podría ser mi propio hijo.
Querido amigo, siento haber tenido que irme mientras llorabas ante tu esposa enferma. Siento no poder ser más fuerte para ayudarte. Por un momento me puse en tu lugar. Imaginé a mi esposo en esa situación, y me entristecí. Entonces regresé para seguir luchando por ella. Solo quería que lo supieras.
Mi canto, mis chistes, mi comportamiento alegre, podrían hacerte pensar que soy indiferente. Mi aire distraído o mi expresión firme, que no me preocupo.
Pero lo hago.
Lo que no ves es que, cuando vuelvo a casa después de terminar una larga jornada, en ocasiones aparco el coche y lloro. Todo el estrés de luchar por ellos, todas las penas acumuladas, todas las emociones finalmente me atrapan. Entonces no canto ni río. Lloro.
Luego me seco los ojos y entro. Y abrazo a mis pequeños y a mi marido un poco más fuerte. Después me voy a la cama temprano para poder volver por la mañana, a luchar por ellos, un día más.
Solo quería que lo supieras.
Cordialmente,
Tu enfermera de UCI

Axiomas de Peano y consecuencias (3)

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A la parte 4 - A la parte 2

Teorema 8: n.(m + k) = n.m + n.k.
(Es decir, vale la propiedad distributiva).
Demostración:
Fijamos n y m, y hacemos inducción en k. Para k = 0 vale por los axiomas 3 y 5.
Tenemos que probar que n.(m + k) = n.m + n.k implica n.(m + S(k)) = n.m + n.S(k). Veámoslo:
n.m + n.S(k) =
= n.m + (n.k + n)     (ax. 6)
= (n.m + n.k) + n     (teo. 4)
= n.(m + k) + n     (hipótesis)
= n.S(m + k)     (ax. 6)
= n.(m + S(k))    (ax. 4)

Teorema 9: (n.m).k = n.(m.k).
(Es decir, el producto es asociativo).
Demostración:
Fijamos n y m, y hacemos inducción en k. Para k = 0 vale por el axioma 5.
Tenemos que probar que si (n.m).k = n.(m.k). entonces (n.m).S(k) = n.(m.S(k)).
Veámoslo:
(n.m).S(k) =
= (n.m).k + n.m     (ax.6)
= n.(m.k) + n.m     (hipótesis)
= n.(m.k + m)     (teo. 8)
= n.(m.S(k))     (ax. 6).