La auténtica historia de Zugarramurdi



Entre 1609 y 1612, docenas de aldeanos de las regiones que hoy pertenecerían a Navarra y País Vasco murieron a causa de la brujería. Pero, al contrario de lo que la leyenda y el desconocimiento podrían afirmar, no fueron las artes oscuras de hechiceros o brujas lo que acabó con sus vidas: todas ellas fueron víctimas de la justicia, que condujo al ahorcamiento y quema pública de ochenta personas en el Labourd y ocho en Logroño, donde se encontraba el Tribunal de la Inquisición y previamente habían fallecido trece personas en las mazmorras.

¿Qué ocurrió para que en las cuencas del Bidasoa y el Baztán tuviese lugar un proceso de criminalización vecinal y persecución que llegó a marginar sectores enteros de la sociedad? Por una parte, la intervención del monarca francés Henri IV, que acabó con la útil y frecuente solución parroquial de las acusaciones de brujería, que solía concluir de manera pacífica, e impuso la intervención externa de una Comisión contraria a las directrices de la Inquisición, que no creía en brujas, pactos diabólicos y la utilización de castigos.

La nueva situación condujo a “la incomprensión de las nuevas acusaciones del tribunal por parte de los acusados; encierro nocturno de los niños y adolescentes en las iglesias para que no les raptase el diablo; aprovechamiento de ciertos vecinos para dar listas de acusados a niños a trueque de incentivos económicos; amenazas, castigos y torturas de vecinos por otros vecinos para que se autoacusasen”, explica el profesor y antropólogo Mikel Azurmendi a El Confidencial. “En fin, un querer salvarse cada cual como fuere, aun recurriendo a la delación falsa”.

Azurmendi ha expuesto en dos libros, el ensayo Las brujas de Zugarramurdi (Almuzara) y la novela Las maléficas (Hiria) lo acaecido en la aldea navarra y la comarca de Bidasoa durante aquellos años, siguiendo la obra del historiador Julio Caro Baroja y desmintiendo las visiones tópicas que sobre el proceso ha dado la cultura popular, como es el caso de la reciente película de Álex de la Iglesia.

“¿Cree alguien que sea meramente sensato hacer aparecer en su film a una víctima de Zugarramurdi, Graciana de Barrenechea (septuagenaria muerta entre sufrimientos horribles en las mazmorras de Logroño) solazándose en rituales libertarios demoníaco-lúbricos?”, se pregunta el escritor. “¿Cree alguien que se premiaría hoy en Europa una película donde a una víctima de Auschwitz se la propusiera como personaje báquico proclamando la excelencia de ser cocinada en el horno junto a millones de compañeros judíos?”

Entre la realidad y el mito

La fecha de inicio de los luctuosos acontecimientos es 1608, cuando los señores de Urtubi-Alzate y Sant Per solicitan ayuda urgente al monarca francés “para limpiar de brujas el país de Labourd” tras un conflicto de facciones en San Juan de Luz. Ese mismo año es creada una Comisión con plenos poderes de represión que haría huir a la población labortana hacia España y una mujer de Zugarramurdi acusa a varias vecinas de brujería, lo que provoca que el abad de Urdax solicite ayuda a la Inquisición. “La aldea quedó partida en dos pues un tercio de ella quedó acusada y lista para pasar a ser llevada ante el tribunal de Logroño”, explica Azurmendi.

Si hacían confesar a su chaval que era brujo pero que había sido captado, era perdonado y la familia no tenía nada que temer
Los inquisidores Becerra y Valle Alvarado dieron pábulo a la teoría de la brujería y acuñaron el término de aquelarre para nombrar las supuestas reuniones de hechiceros y brujas en el bosque. Un proceso en el que el funcionamiento del tribunal favorecía la delación del vecino: “La manipulación de los niños/adolescentes por los párrocos de Vera de Bidasoa y de Lesaca fue infame; el que esos chavales contasen a sus padres como si fuesen historias verdaderas sus sueños y ensueños nocturnos ponía a los progenitores en el disparadero más terrorífico”, explica Azurmendi. “Si hacían confesar a su chaval que era brujo pero que había sido captado por X, el chaval era perdonado y la familia no tenía nada que temer”.

En el Auto de Fe celebrado entre el 7 el 8 de noviembre de 1610 en Logroño, 18 personas salvaron la vida al confesar sus culpas, pero otras seis fueron pasto de las llamas. En los meses siguientes, la situación degeneraría de tal modo que en abril de 1611, el obispo de Pamplona escribiría una carta al inquisidor general en la que hablaba del "deterioro" de la situación social provocada por los predicadores enviados por Felipe III en la que se producía la tortura y asesinato de vecinos. 

Mucha ideología, menos religión

Hay que entender lo ocurrido como la consecuencia de un proceso de cambio en la historia europea, que Azurmendi considera como el momento en el que nace la ideología, es decir, “el abandono de tener que legitimar el estado de cosas político-social de la monarquía mediante la pura religión y su reemplazo por formas simbólicas y culturales de legitimación mucho más complejas, como por ejemplo, el pacto con el diablo considerado como crimen político de lesa majestad divina punible con la pena de muerte”.

Si tú quieres volver independiente el País Vasco, inventas que existe un conflicto político ancestral entre España y el País Vasco
La acumulación de poder (judicial, legislativo y coercitivo) en manos de los monarcas absolutistas los empujó a buscar nuevas coartadas para emplear mano dura con el pueblo con el objetivo de pugnar en fronteras, como la del Bidasoa, la más antigua de Europa: “Para levantar esa frontera hubo que construirla antes en la imaginación de los fronterizos: a base de amedrentar a la población fronteriza que ni hablaba francés ni español y que la traspasaba sin saber que pasaba una frontera. La persecución de una supuesta brujería echó el cemento para sedimentarla en la mente de la población”.

Azurmendi compara repetidamente la situación vivida en las aldeas con aquella que tuvieron que afrontar los internos de los campos de concentración. Por una parte, “la situación de absoluta alienación de la personalidad en la que quedaba el campesino acusado, arrancado de su familia, llevado preso a cien kilómetros de su aldea, encerrado en una mazmorra, incomunicado bestialmente durante meses o años y sometido a incomprensibles interrogatorios hasta que se declarase culpable, si no quería ser sometido al tormento o tortura”. Aquellos que lograron sobrevivir a las acusaciones, “quedaron como despojos humanos”.

La persecución que se repite a lo largo de los siglos

Un círculo vicioso del terror que favorecía la denuncia del vecino, y que el antropólogo considera parte del “lote humano de nuestras sociedades”. “Entre nosotros, los vascos, hasta ayer mismo un vecino siempre podía decir ‘algo habrá hecho’ ante un asesinado de ETA para quedar bien ante otros vecinos o hasta podía denunciar a alguien para congraciarse con ellos”, añade Azurmendi con conocimiento de causa, ya que ha sido víctima de dos intentos de atentado por parte de ETA, lo que le hizo abandonar en 2002 su plaza en la Universidad del País Vasco y marcharse a Estados Unidos.

Mikel Azurmendi, uno de los fundadores del Foro de Ermua.La invención de enemigos ha sido, pues, un proceso recurrente a lo largo de los siglos. “Si tú quieres volver independiente el País Vasco, inventas que existe un conflicto político ancestral entre España y el País Vasco, te inventas batallas inexistentes de los vascos contra los españoles, borras de la memoria los hechos incontrovertibles de vinculación económico-social entre la tierra vasca y la española”, explica el profesor. “A ese conflicto lo calificas de genocida y decides hacer una lucha terrorista contra España –que llamas ‘frente militar’– para que parezca que hay un conflicto armado entre España y País Vasco”.

“Mutatis mutandis, con la brujería pasó algo similar. Los teólogos forjaron para sí una imaginación demoníaca completamente nueva y, persiguiendo a la gente y obligándola a confesar lo que ellos querían, creyeron que era real aquello que habían imaginado”, añade Azurmendi, que asegura que ha escrito los dos volúmenes “pensando en las víctimas, en los únicos perdedores de la historia”.

Un héroe para la eternidad

La razón por la que lo ocurrido en Navarra es uno de los procesos contra la brujería más conocidos de Europa es la localización en el año 1968 por Gustav Henningsen de toda la documentación inquisitorial, como explica Azurmendi, “pormenorizada hasta un extremo insólito gracias a un inquisidor de aquel tribunal que, tras desconfiar del procedimiento ilegal de sus dos colegas de tribunal, habló con más de mil acusados y levantó miles de folios de testimonios de víctimas y testigos directos”.

La Inquisición se comprometió a no ajusticiar nunca a nadie más por brujería

El justiciero se trataba de Alonso de Salazar y Frías, que se opuso a las teorías sobre la brujería fomentadas por puro interés y que consiguió, finalmente, que en 1614, que la Suprema de la Inquisición “se excusase de su mala información y de graves errores en toda aquella persecución, y adquiriera el compromiso de nunca más ajusticiar a nadie por brujería tras haber concedido amnistía completa a los penados en el Auto de Logroño de 1610”.

En 1617, el justiciero inquisidor informó al Alto Tribunal que la paz había retornado a la zona, lo que puso punto y final a uno de los episodios más oscuros de la historia de Europa, pero también de aquellos que mejor pueden ayudarnos a entender nuestro presente: “Para mí las víctimas del terrorismo etarra, del yihadismo musulmán, de las monarquías antiguas o modernas, de los nacionalismos nazifascistas o comunistas así como las de los inquisidores son igual de inocentes y la injusticia cometida contra ellas requiere nuestra mirada no sólo compasiva sino la que hagamos buscando la verdad”, concluye Azurmendi.

Alonso de Salazar y Frías

Alonso de Salazar nació en Burgos en 1564 en el seno de una familia de mercaderes y altos funcionarios. Estudió derecho canónico en Salamanca y Sigüenza y posteriormente se ordenó sacerdote. Fue destinado a las diócesis de Jaen y Toledo donde trabajó a las órdenes del obispo de ambas, Bernardo de Sandoval y Rojas, hermano del Duque de Lerma, valido de Felipe III.

Accedió al Santo Oficio en 1609, incorporándose en julio de 1610 al tribunal de Logroño donde los inquisidores Alonso Becerrra Holguin y Juan del Valle Alvarado ya tenían abierto un gran proceso por brujería en el que se mostraron mucho más intolerantes que Salazar. Este proceso fue la primera y última gran causa por brujería que se produjo en España y tuvo lugar en las localidades navarras de Zugarramurdi y Urdax.

A la llegada de Salazar el proceso ya estaba en marcha. Se inició cuando una tal María de Ximildegui afirmó haber participado en akelarres en presencia de otras personas de Zugarramurdi. Algunos de los denunciados admitieron los hechos y denunciaron a su vez a otras personas. Las coincidencias en los testimonios terminaron de convencer al tribunal de la veracidad de las denuncias. Estos incluían descripciones de las orgías, del aspecto de las apariciones demoníacas y de los ritos llevados a cabo.
En junio de 1610 los inquisidores acordaron la sentencia de culpabilidad de veintinueve de los acusados. Sin embargo Alonso de Salazar y Frías]], quien al haberse incorporado al tribunal en julio del año anterior no había participado en los interrogatorios de los principales inculpados, votó en contra de la condena a la hoguera de María de Arburu por falta de pruebas. Tras la celebración del auto de fe en noviembre de 1611 —en el que dieciocho supuestos brujos y brujas fueron reconciliados, seis fueron quemados vivos y cinco lo fueron en efigie— Salazar comenzó a dudar también de la culpabilidad del resto.  
En los meses siguientes al auto de fe se desató una fiebre por la caza de brujas en toda la región que se materializó en miles de acusaciones. La dudas de Salazar sobre la culpabilidad de los condenados fue secundada por otros importantes clérigos que atribuían las confesiones a la superstición y a la incultura, tales como el obispo de Pamplona, Venegas de Figueroa.
Por este motivo el Consejo de la Inquisición ordenó a Salazar que visitara las montañas de Navarra con el objeto de recabar información y testimonios de primera mano, con órdenes de no forzar las confesiones y no amenazar a los cuestionados. A partir de mayo de 1611 recorrió durante casi ocho meses la zona en plena fiebre de brujería. Recabó miles de testimonios inconsistentes y contradictorios, no pudiendo encontrar ninguna prueba sólida de que los aquelarres hubieran tenido lugar. Los testigos se contradecían y supuestos ungüentos y pócimas resultaron ser falsos. En un informe al Inquisidor General escribió que no había encontrado un sólo testimonio sólido de que hubiesen tenido lugar actos de brujería y que las declaraciones de los supuestos testigos por sí solos no debían ser tomados como prueba suficiente.
En el informe final de 1613 denunció la pobre instrucción ya que no se anotaron los cambios en las declaraciones de los acusados ni sus contradicciones. Concluyó que no era posible determinar que se hubiera producido acto alguno de brujería ya que los hechos descritos eran con frecuencia imposibles, como volar por el aire o asistir a aquelarres mientras las brujas permanecían en la cama, y que, en caso de que efectivamente hubiese intervención del Demonio, cómo era posible que sus actos fueran denunciados de forma tan fácil, incluso con el testimonio de niños pequeños.
Así tras la revisión a fondo del caso ordenada por el Consejo de la Suprema Inquisición Salazar se arrepintió completamente de la sentencia que él también había firmado al considerar que se había cometido una "terrible injusticia". Salazar escribió en su informe final lo siguiente: 
Cometimos culpa el tribunal... [al no reconocer] la ambigüedad y perplejidad de la materia. Cometimos [defectos] en la fidelidad y recto modo de proceder... en que no escribíamos enteramente en los procesos circunstancias graves... ni las promesas de libertad que les hacíamos, creaciones entre sí... y otras sugerencias para que acabasen de confesar toda la culpa que queríamos, reduciéndonos nosotros mismos a escribir sólo para llevar mayor consonancia de hacerlos culpados y delincuentes. Tanto que también por esto dejamos de escribir muchas revocaciones.
En 1614 la Suprema promulgó unas "instrucciones" o criterios de obligado cumplimiento, que seguían fielmente las recomendaciones dadas por Salazar y que formaron la base de la jurisprudencia posterior en la materia. Entre ellas se incluyeron métodos para recabar testimonios fiables basados en hechos empíricos y no en meros testimonios de segunda mano. También se desacreditó el Malleus Maleficarum, que había sido el manual seguido hasta entonces por el Santo Oficio sobre brujería y que se basaba en leyendas y casos sin confirmar. Además se siguieron recomendaciones de Salazar de mantener en lo posible la discreción sobre estos casos para evitar el contagio y la paranoia sobre la existencia de brujería. Según el propio Don Alonso, hacia 1617 pudo informar al Alto Tribunal de que la paz se había impuesto de nuevo en las tierras de Navarra.


ASOMARSE



 Asomarnos al mundo. Mirar y observar nuestro alrededor. Descubrir que somos pequeños ante todo lo inmenso que nos rodea. Agradecer ser testigos y ser protagonistas de un mundo que, fijo a nuestros pies, nos regala día tra...s día su inmensa desproporción.

Tratar de "buscar y hallar a Dios en todas las cosas", en cada rincón, en cada lugar, en cada persona. Dios nos invita a mirar al mundo con otros ojos, ojos de justicia y de paz, de perdón y reconciliación. Jesús nos invita a tener una mirada agradecida, por tanto bien recibido, una mirada que no es estática, que no es pasiva, que después de mirar y observar este mundo, transforma y moviliza, una mirada que a veces nos conduce y nos implica con este mundo.

Asomarnos al mundo y sentir que formamos parte de una historia de luchas y encuentros, una historia que es contemplada por Alguien que nos quiere y nos acompaña siempre. (Tomado de Espiritualidad Ignaciana)

COMUNICADOS

Ya sé todos los beneficios de las hipercomunicaciones inmediatas y baratas pero....un apretón de manos, una mirada y un abrazo...no tienen competidores.

APRENDER

¡Muchas Gracias Íñigo!
 
WILLIAM SHAKESPEARE
Después de algún tiempo...
Aprenderás a construir hoy todos tus caminos, porque el terreno de mañana es incierto para tus proyectos y el futuro, tiene la costumbre de caer en el vacío.
Aprenderás a aceptar tus derrotas con la cabeza erguida y la mirada al frente, con la gracia de un niño y no con la tristeza de un adulto.
Aprenderás que hablar puede aliviar los dolores del alma. Descubrirás que lleva años construir confianza; y apenas unos segundos destruirla, y que tu también podrás hacer cosas de las que te arrepentirás el resto de tu vida.
Aprenderás que las nuevas amistades continúan creciendo a pesar de las distancias; y que no importa que es lo que tienes, sino a quien tienes en la vida y que los buenos amigos, son la familia que nos permiten elegir.
Aprenderás que las circunstancias y el ambiente que nos rodea tiene influencia sobre nosotros, pero que nosotros somos los únicos responsables de lo que hacemos. Comenzarás a aprender que no nos debemos compararnos con los demás, salvo cuando queramos imitarlos para mejorar. Descubrirás que lleva mucho tiempo llegar a ser la persona que quieres ser; y que el tiempo, es corto.
Aprenderás que nunca se debe decir a un niño que sus sueños son tonterías, porque pocas cosas son tan humillantes; y sería una tragedia si lo creyese, porque le estarás quitando la esperanza.
Aprenderás que no importa donde llegaste; sino a dónde te diriges, y si no lo sabes, cualquier lugar sirve.

Un documental expone a los genocidas de Indonesia "En Indonesia matamos a todos los comunistas"


Begoña Piña
Público

Joshua Oppenheimer muestra en 'The Act of Killing' a los genocidas de Indonesia fanfarroneando y recreando en un rodaje las torturas y asesinatos que cometieron tras el golpe militar de 1965. Los asesinos son tratados hoy como héroes nacionales

Un director de cine pide a un asesino que recree para una película las torturas y crímenes que cometió en su vida real. Éste, encantado con la oferta, se dispone a ello con entusiasmo y diligenc ia. El resultado del experimento es una alucinación cinematográfica que adquiere proporciones épicas cuando se descubre que el criminal es uno de los líderes más sanguinarios de los escuadrones de la muerte de Indonesia, bandas de carniceros que en 1965 acabaron con la vida de un millón de personas en menos de un año. The Act of Killing, de Joshua Oppenheimer, es la consecuencia de ese espeluznante delirio de fama de los genocidas indonesios, que hoy todavía viven como héroes en su país. La película se estrena el 30 de agosto en España.
Werner Herzog, uno de los cineastas que más genialidad ha aportado al cine documental, ha demostrado públicamente su asombro ante The Act of Killing. "No he visto una película tan potente, surreal y terrorífica en al menos una década", ha dicho y, desde luego, ha dado en el clavo con los adjetivos y con el orden en que los ha mencionado. Tan pasmosa, tan demencial es la historia de esta película, que la primera reacción ante ella es de sorpresa. Una especie de estupefacción que se convierte en aturdimiento y confusión antes de transformarse en espanto y, finalmente, en algo muy parecido a la angustia física.
Los escuadrones de la muerte
Anwar Congo, uno de los cabecillas de los escuadrones de la muerte que actuaron en Indones ia tras el golpe militar contra el presidente Sukarno, es la estrella de esta película. Verdugo responsable, según sus palabras, de la tortura y asesinato con sus propias manos de más de mil personas, escenifica ante la cámara los crímenes que cometió, explica cómo perpetraba sus agresiones y se vanagloria de haberse inspirado para ello en las películas de gángsteres que estrenaban en el cine.
Matón de cine, en su juventud él y sus amigos controlaban el mercado negro de entradas. El ejército les reclutó tras el golpe para los escuadrones de la muerte porque sabía que odiaban a los comunistas -principales boicoteadores de las películas de EEUU, las más rentables en los cines- y ya habían demostrado que eran capaces de cualquier acto de violencia. Hoy, casi cincuenta años después, Anwar Congo es una figura venerada en Indonesia.
Fundador de una poderosísima organización paramilitar (Juventud de Pancasila), en la que figuran públicamente ministros del Gobierno, se le trata con todos los honores. Es la imagen, el símbolo, de un país demente, que aplaude la corrupción y la violencia. Un país en el que los genocidas son invitados de lujo en los programas de televisión, donde se explayan sobre sus proyectos cinematográficos y sobre sus aterradores asesinatos reales. Un país donde una buena parte de la población sigue viviendo completamente aterrorizada y a la que da la espalda el resto del planeta.
Palabra de genocida
"Matar está prohibido, por tanto, todos los asesinos son castigados, a menos que maten en grandes ca ntidades y al sonido de las trompetas". Son las palabras de Voltaire con las que se abre esta película, en la que conviven las escenas del pavoroso rodaje en el que trabajan los criminales, con imágenes de ellos en otras situaciones y ante la cámara contestando a las preguntas del equipo de Oppenheimer.
- ¿Cómo exterminó a los comunistas?
- Los matamos a todos. Eso fue lo que pasó.
"No importa si acaba en la pantalla grande o en la televisión", dice Anwar Congo refiriéndose a la película que están rodando y antes de añadir: "Tenemos que demostrar que ésta es la historia, que esto es lo que somos, para que la gente en el futuro lo recuerde". Un esfuerzo tardío después de hablar ante las cámaras de este documental, pues es absolutamente imposible olvidar lo que cuentan, cómo lo cuentan y, lo peor, cómo lo celebran.
Anwar Congo baila vestido como un gangster de película después de mostrar el sitio donde llevaba a cabo las torturas. "Al principio los apaleábamos hasta la muerte, pero había muchísima sangre (...). Cuando limpiábamos, el olor era terrible. Para evitar la sangre, teníamos un sistema". Y dicho esto, unos pasos de chachachá. Estremecedor.
"Matar a gente que no quería morir"
Testimonios como éste se suceden a lo largo de toda la película y no solo pr ocedentes del recuerdo de Anwar Congo. Un editor de prensa -"mi trabajo era hacer que el público odiase a los comunistas"-, un líder paramilitar local que hace ante las cámaras una ronda de extorsión en el mercado exigiendo dinero, el mismísimo vicepresidente del país, otro verdugo de la época, un miembro del Parlamento de Sumatra del Norte o el subsecretario de Juventud y Deporte hacen sus personales aportaciones al documental, dejando constancia de una de las cosas más sorprendentes de todas, la absoluta banalidad con que todos perciben el genocidio cometido y la perfecta impunidad que han construido a su alrededor.
"¿A cuántas personas mató?" pregunta a Anwar Congo con una sonrisa deslumbrante una presentadora de la TVRI, televisión pública de Indonesia. "A unas mil", contesta él también sonriente. Espeluznante y, al mismo tiempo, lógico. Al fin y al cabo, Anwar Congo y sus colegas torturadores están ahí haciendo publicidad, promocionando la película que han rodado describiendo sus asesinatos.
La aberració n ha llegado aquí a su punto culminante. Han pasado casi dos horas desde que comenzara la película y el espectador ha asistido al grotesco espectáculo de la fanfarronería de unos asesinos de masas. En todo ese tiempo se habrá preguntado, seguramente varias veces, ¿cómo es posible vivir con ello y ni siquiera arrepentirse? La respuesta es que probablemente no es posible.
"Sé que mis pesadillas las causa lo que hice, matar a gente que no quería morir", dice en un momento del documental Anwar Congo, cada vez más afectado por el proceso de rodaje de la película y a quien la cámara de Oppenheimer graba también mientras interpreta el papel de víctima en una de sus recreaciones. Momento clave para el genocida y para The Act of Killing, éste en que el asesino se pone en lugar de sus víctimas. Es una secuencia que conduce al final de este documento. Y aquí, las turbulencias emocionales por las que ha pasado el espectador son tantas y tan profundas que ya es muy difícil decidir si ese hombre -en el que algo ahora ha cambiado- está arrepentido o si lo que siente es asco ante la marea de sangre provocada o si es que realmente no quería entender y ahora, por fin, ha entendido lo que significa el acto de matar.

"UNA TÉCNICA DE RODAJE PARA INTENTAR COMPRENDER"

Ganadora de múltiples premios, esta película se gestó después de tres años que el director Joshua Oppenheimer dedicó a rodar a los supervivientes de las masacres de 1965 y 1966. En ese tiempo, el equipo de la película fue amenazado, acosado y advertido para que abandonara. Sin embargo, "los asesinos estaban más que dispuestos a ayudarnos y, cuando los filmamos fanfarroneando sobre sus crímenes contra la humanidad, no encontramos ninguna oposición. Se nos abrieron todas las puertas". Y ahí, en medio de lo que Oppenheimer llamar "esa extraña situación", se inició un segundo punto de inicio de la película.
Propusieron a los gángsteres que rodaran su propia película y que se interpretaran a ellos mismos y a sus víctimas. "Los protagonistas se sentían seguros explorando sus recuerdos y sentimientos más profundos; y su humor más negro. Yo me sentía seguro desafiándolos continuamente sobre lo que hicieron, sin miedo de que me arrestaran o me golpearan".
"He desarrollado una técnica de rodaje con la que he intentado comprender por qué la extrema violencia, que muchos consideramos impensable, no solo es posible, sino que se ejerce rutinariamente. He intentado comprender el vacío ético que hace posible que los responsables del genocidio sean homenajeados en la televisión pública con vítores y sonrisas -dice el director-. Asimismo intentamos arrojar luz sobre uno de los capítulos más oscuros en la historia humana, tanto local como global; y expresar los costes reales de la ceguera, el oportunismo y la incapacidad para controlar la codicia y el ansia de poder en una sociedad mundial cada vez más unificada. Finalmente ésta no es una historia sobre Indonesia, es una historia sobre todos nosotros". Fuente: www.publico.es