Las tortugas carey al borde de la extinción en la costa pacífica de América Central

File:3959 aquaimages.jpg
Creative Commons Wikipedia   Tortuga carey en Saba (Antillas Neerlandesas).


De repente aparecieron nidos en El Salvador, Nicaragua y en Costa Rica. Esta especie marina se creía casi extinta y ahora debe sobrevivir a la pesca industrial de arrastre.
Están escondidas entre las rocas y han llegado a sentirse cómodas en inusuales hábitats lodosos. Por ahí andan casi refugiadas las atractivas tortugas carey que hasta hace diez años los biólogos marinos consideraban prácticamente extintas, después de décadas y décadas de explotación humana para ingerir los huevos con presuntas propiedades afrodisíacas o para comerciar el caparazón leonado que puede acabar en forma de joyas femeninas o en extensiones de espuelas para las peleas de gallos.
Estas son las tortugas carey que han logrado dibujar una sonrisa en las comunidades de biólogos marinos y de ecologistas que trabajan en el Trópico americano. De repente la población de estos animales dejó de ser considerada “remanente” y ahora es una especie promisoria, aunque amenazada por la pesca indiscriminada y sus métodos de barrido.
“La gente pensaba que habían desaparecido, pero ahora hay esperanza”, expuso este jueves el biólogo Alexander Gaos, un especialista estadounidense que aún recuerda cómo sus colegas le vieron cara de loco cuando allá por 2007 le oyeron decir que quería investigar poblaciones de tortugas carey. Era poco menos que escribir sobre dinosaurios, pero Gaos comenzaba así una búsqueda que fue dando resultados incipientes en la costa pacífica desde México hasta Ecuador.
Ahora dice optimista que hay al menos 500 hembras anidadoras en los rincones del Pacífico de la región centroamericana, además de poblaciones aún menores en el Caribe. La carey está en la categoría mundial de “peligro crítico de extinción”, pero eso es una buena noticia para un especie que se le creía derrotada hace solo una década. Este fue el mensaje de Gaos al exponer sus conclusiones de años en la Universidad Nacional, con la intención de alertar sobre las amenazas para el crecimiento de esta tortuga poco viajera e inquilina frecuente de arrecifes en aguas poco profundas.
Gaos aún recuerda una reunión con colegas suyos y pescadores pequeños en El Salvador en 2004. Uno de estos tomó entonces la palabra y con algo de vergüenza dijo que en su playa solo había registrado 120 anidamientos en un año. ¡120! La cifra era la mejor noticia para los biólogos que desde entonces ubicaron la bahía salvadoreña Jaquilisco como uno de los puntos mayores de anidación de la carey, junto con el estero Padre Ramos, en Nicaragua.
Los Cóbanos, en la costa de El Salvador, y Aserradero, en la nicaragüense tienen un nivel medio de anidación, nivel al que pronto podría ingresar isla Pelada, en el pacífico norte de Costa Rica, país que tiene vigente una ley de prohibición del comercio de huevos de estas tortugas y del hermosa caparazón ámbar con vetas oscuras que aún se ve adornando algunos locales playeros o recortado en pequeñas piezas para joyas o monturas de anteojos.
En la frontera con Panamá, al sur, también se consiguen fácil los juegos de picos de carey curvados que se colocan a los gallos como extensión de sus espuelas para las peleas en los pueblos, mitad negocio y mitad entretenimiento. Hasta en los duty free de los aeropuertos centroamericanos se pueden comprar piezas de carey.
“Es una tortuga bella, hablando en términos románticos, pero en lo biológico sería una gran noticia la recuperación de esta especie porque se alimenta de las esponjas marinas que compiten con la formación de arrecifes. Es vital para la formación de los corales, que es el hábitat de muchas otras especies. Una buena noticia sobre esta tortuga es una buena noticia sobre la vida marina en toda nuestra costa”, explicó el biólogo Randall Arauz, de la fundación Programa de Restauración de Tortugas Marinas (Pretoma).
Ahora, con  el albor de la tortuga carey, los biólogos y ambientalistas intentan aliarse con las comunidades costeras. Intentan convencerles de que matar una tortuga para vender sus huevos o comerciar su concha es menos rentable (y sostenible) que mantenerle cercana a su territorio y desarrollar el turismo. Esto ya es la marca de algunas zonas de Costa Rica como Ostional (Pacífico) o Tortuguero (Caribe), donde los turistas pagan hasta 100 dólares por untour de observación de desove.
Fuente Canal Azul 24

Nota 
La tortuga carey (Eretmochelys imbricata) es una especie de tortuga marina de la familia de los quelónidos, que se halla en peligro crítico de extinción. Es la única especie del género Eretmochelys. Existen dos subespecies, Eretmochelys imbricata imbricata que se puede encontrar en el océano Atlántico y Eretmochelys imbricata bissa, localizada en la regiónindo-pacífica.
En peligro crítico (CR)

RIESGOS


Jabones de grasa humana, mito o realidad


Tras la II GM, los hombres de Hitler fueron acusados de hervir cadáveres humanos para extraerles el sebo y usarlo en la industria de la limpieza. Son decenas las leyendas que, desde el final de la Segunda Guerra Mundial, hablan de las sanguinarias prácticas realizadas por los nazis con los presos de los campos de concentración. Desde fabricar lámparas con piel humana hasta llevar a cabo crueles ensayos con seres humanos, es imposible desligar a los hombres de Hitler de la brutalidad y la barbarie. Sin embargo, hay un mito especialmente recurrente por su capacidad para poner los pelos de punta: el que afirma que, en 1943, los científicos alemanes comercializaron una pastilla de jabón elaborada con grasa de prisioneros judíos previamente asesinados y hervidos. ¿Realidad o ficción? Ni una cosa ni la otra ya que, aunque es falso que se vendiera, este experimento sí vio la luz a pequeña escala.
Corría por entonces el año 1943 en una Alemania inmersa hasta la ingle en la Segunda Guerra Mundial y abrumada por la ingente cantidad de prisioneros que copaban los campos de concentración. En aquella época, los hornos crematorios de los nazis funcionaban a pleno rendimiento con un único objetivo: evitar la acumulación de cadáveres judíos que generaba la denominada «Solución final» (o exterminio) ordenado por Hitler. La única premisa era la muerte indiscriminada de hombres, mujeres, niños y ancianos para orgullo del Führer.
No obstante, siempre es posible generar más maldad de la ya existente y, en ese contexto de muerte sin razón, alguien tuvo una idea: ¿Por qué no usar los restos de los cadáveres en provecho de Hitler? Increíble pero cierto. Así pues, se generó una gran industria en torno a los cadáveres de los prisioneros judíos. Entre los diferentes «productos» vendidos por los líderes nacionalsocialistas de entonces se destacó, por ejemplo, el pelo humano, el cual era usado para elaborar pelucas femeninas. Había comenzado, en definitiva, la época más cruel del Tercer Reich. Un tiempo que haría correr ríos de sangre y que motivaría la extensión de la leyenda más macabra de la época, la del jabón que se fabricaba con grasa humana.

La leyenda

Esta leyenda no brotó, curiosamente, con la llegada del nazismo, sino que fue creada por los británicos en 1917 durante los años de la Primera Guerra Mundial. Por entonces, el diario «The Times» difundió en un reportaje que los alemanes elaboraban jabón con la grasa de los prisiones ingleses tras hervirlos. Aquella mentira causó tanto revuelo que, ocho años después, tuvo que ser desmentida por el mismo Austen Chamberlain –el secretario de asuntos exteriores del Reino Unido-. Pero ya era tarde, pues la semilla de la desconfianza había sido sembrada y había provocado una leyenda que resistiría el paso de los tiempos.

La llegada de la Segunda Guerra Mundial -en 1939- hizo que este mito volviera a salir a la luz acompañado, a su vez, por una nueva mentira: la que decía que los nazis no sólo estaban fabricando jabón a partir de prisioneros, sino que lo habían comercializado a gran escala. «La acusación (…) fue creída por muchos hasta hoy. Al parecer, el único sustento real de esta creencia era que la principal marca de jabones a la venta en la época se llamaba RIF, palabra que era interpretada como las siglas de “Reines Jüdisches Fett” (“Grasa pura de judío”), cuando en realidad lo era de “Reichsstelle für industrielle Fettversorgung” (“Centro Nacional para la Provisión Industrial de Grasa”)», señala Justino Balboa en su libro «Los grandes enigmas de la Segunda Guerra Mundial».

Una dura realidad

Sin embargo, la desgracia quiso que, años después, esta falacia se convirtiera en realidad por obra y (des)gracia de un científico nazi llamado Rudolf Spanner, director del Instituto Anatómico de Danzig. Todo comenzó cuando este investigador alemán solicitó al Reich que le enviara decenas de prisioneros del hospital psiquiátrico de Konradstein y del campo de concentración de Struthof-Natzweiler para que le «ayudaran» en un nuevo experimento. Dicho y hecho, pues era 1943 y Hitler andaba sobrado de reos. Una vez en el laboratorio, el doctor ordenó asesinarlos y hervirlos para que su grasa se desprendiera del cuerpo y pudiera usarse para fabricar jabón.

Así recordaba Sigmund Mazur, asistente de Spanner, aquellos crueles asesinatos en el juicio que se llevó a cabo en Núremberg contra los líderes nazis tras la contienda: «Los cadáveres llegaban en un promedio de siete y ocho por día. Todos habían sido decapitados y estaban desnudos. A veces llegaban en un carro de la Cruz Roja y otras en un camión que podía contener hasta cuatro cuerpos (…) Luego se cocían de 3 a 7 días y se recogía su grasa (…). Esto se hacía desde 1943, cuando Spanner nos dijo que recolectáramos toda la grasa que pudiéramos».
Mediante esta repulsiva técnica, el doctor consiguió elaborar entre 10 y 100 kilos de jabón que utilizó de manera personal y regaló a sus más allegados. «De acuerdo con los testimonios de Spanner tras la guerra, el jabón fue usado terapéuticamente inyectándolo en ligamentos de articulaciones. Salvo en este caso aislado, no existen pruebas de que se haya usado grasa humana, judía o no, de forma continua o no, durante el período nazi. De hecho, los experimentos de Spanner se interrumpieron inmediatamente en cuanto el jefe de las SS escuchó el rumor», finaliza el autor español en su obra. Fuente: ABC

Las batallas de las enfermeras en la Primera Guerra Mundial


Durante la Primera Guerra Mundial la enfermería fue un trabajo agotador, muchas veces peligroso, y las voluntarias que lo llevaron a cabo enfrentaron de forma directa el horror de los combates. Algunas de ellas pagaron un precio muy alto.
Pero su historia está rodeada de mitos y por lo general no se ha reconocido la enorme contribución que hicieron, como explica a la BBC la baronesa Shirley Williams, académica y miembro vitalicia de la Cámara de los Lores del parlamento británico.
En su muy admirado libro, publicado en 1975, The Great War and Modern Memory ("La Gran Guerra y la Memoria Moderna"), el crítico literario e historiador Paul Fussell escribió sobre los perpetuos mitos y leyendas de la Primera Guerra que tuvieron tanta fuerza que, en muchas mentes, se volvieron indistinguibles de los hechos. Pero sorprende que Fussell casi no menciona a las enfermeras. No hay referencia a Edith Cavell, ni mucho menos a Florence Nightingale.
Sin embargo el mito de la enfermera gentil y joven, que a menudo era voluntaria y miembro no entrenada del VAD (Destacamento de Voluntarias de Ayuda), vestida con su uniforme blanco e inmaculado, era universalmente admirado. El mito repetía historias que durante siglos se habían escuchado, desde el Rey Arturo y los Caballeros de la Mesa Redonda hasta Enrique V de Shakesperare, sobre los bruscos pero valientes guerreros que encontraban jóvenes gráciles que se encargaban de cuidarlos.
Mi madre, Vera Brittain, autora de una crónica conmovedora y cándida sobre su experiencia durante la guerra, Testament of Youth("Testamento de Juventud"), fue parte de ese mito. En el curso de la guerra peridió a todos los jóvenes a los que había amado: su novio Roland, su hermano Edward, sus queridos amigos Victor y Geoffrey.
Se enfrascó en la enfermería en algunos de los campos de batalla más terribles en un intento por aliviar el dolor de su duelo. También se decidió a recrear los personajes y las vidas de aquellos que había perdido para que las generaciones de lectores no los olvidaran y para que vivieran en la memoria de muchos.
Su experiencia personal, combinada con su talento para escribir, lograron pasajes atrapantes. Pero debido a que hubo muy pocas mujeres escritoras que también fueron enfermeras de guerra como ella, la leyenda de las VAD dominó la historia de la enfermería. A pesar de sus recuentos, a menudo lo que se escribió no era ni preciso ni justo.
El reconocimiento de la contribución de las enfermeras, tan importante como la de los médicos en el frente de batalla, todavía no se ha logrado.
Las mujeres de la Gran Guerra
En 1914, los jóvenes, hombres y mujeres, al igual que sus padres esperaban que la guerra fuera corta. Las canciones en los salones de baile eran patrióticas y optimistas. Se esperaba que las mujeres aguardaran en su casa pacientemente o, si pertenecían a la clase trabajadora, se unieran a las fábricas de municiones. "Mantén el fuego ardiendo", se les repetía. "Aunque sus hombres están lejos, pronto volverán a casa". Pero si los hombres resultaban heridos había muy pocas enfermeras que se hicieran cargo de cuidarlos.
El principal cuerpo de enfermeras entrenadas era el Servicio de Enfermería Militar Imperial de la Reina Alexandra (QAIMNS). Había sido fundado en 1902, en la época de la guerra de los Bóeres, y en 1914 tenía menos de 300 miembros. Al fin de la guerra, cuatro años después, contaba con 10.000 enfermeras. Además, otras organizaciones formadas anteriormente tenían como propósito principal el cuidado de los miembros de las fuerzas armadas, como por ejemplo el Cuerpo de Caballería de Enfermería de Primeros Auxilios creado en 1907.
Asimismo, había miles de mujeres no entrenadas trabajando como parteras o enfermeras en la vida civil, pero tenían poca o ninguna experiencia de trabajo con soldados heridos y su estatus en la sociedad era poco más alto que el de las empleadas domésticas.
Debido a que el ejército británico se oponía resueltamente a las enfermeras militares, con excepción de las de QAIMNS, las primeras voluntarias británicas estaban obligadas a servir con las fuerzas francesas y belgas. Muchas de ellas pertenecían a familias de la aristocracia o eran sus sirvientas. Las mujeres poderosas que dirigían grandes familias y grandes propiedades estaban bien entrenadas en administración y no tuvieron problemas en hacerse cargo de un hospital militar. Su confianza en sus propias capacidades era impactante.
La más famosa de estas mujeres era la duquesa de Sutherland, apodada Meddlesome Millie (la entrometida Millie). Poco después de que se declaró la guerra, junto con otras grandes damas como ella, llevó a médicos y enfermeras a Francia y Bélgica, organizando el transporte y equipo para establecer hospitales y estaciones de asistencia a víctimas.
Superando todos los obstáculos burocráticos que se les pusieron en el camino, para la primavera de 1915 la enorme y sangrienta ola de víctimas simplemente las sobrepasó. Incluso los más altos oficiales del ejército británico se rindieron ante ellas, dada la presión del momento y el firme compromiso que habían demostrado.
En esa etapa de la guerra se comenzó a invitar a las mujeres a servir en una variedad de funciones, entre las que se contaba la enfermería. Miles de jóvenes de hogares de clase media con poca experiencia en empleo doméstico, sin mucha educación relevante y en total ignorancia del cuerpo masculino, se ofrecieron como voluntarias y pronto fueron colocadas en funciones en hospitales militares.
En muchos casos, no fueron recibidas con amabilidad. Las enfermeras profesionales, que luchaban por algún tipo de reconocimiento y entrenamiento apropiado, temían que esa enorme invasión de voluntarias no calificadas socavara sus esfuerzos. Las integrantes del VAD, que estaban muy mal remuneradas, tenían principalmente la función del aseo doméstico, la limpieza de pisos, el cambio de sábanas y el vaciado de bacinillas, pero sólo en etapas posteriores de la guerra se les permitió que cambiaran vendajes o administraran medicamentos.
La imagen y los uniformes conspicuos de la Cruz Roja eran románticos, pero el trabajo en sí mismo era agotador, no tenía descanso y en ocasiones resultaba repugnante. Las relaciones entre las enfermeras profesionales y las asistentes voluntarias se reducía a una rígida e inquebrantable disciplina. Los contratos de las VAD podían modificarse incluso por romper las regulaciones más leves.
El clima de la vida hospitalaria era severo y muchas VAD, incluida mi madre, también tuvieron que enfrentar tensión en las relaciones con sus padres y otros familiares. La retaguardia durante la Gran Guerra estaba muy lejos de los frentes donde las batallas se peleaban.


Cambió la medicina

No había televisión ni radio y los informes de la prensa tardaban mucho. La gente se enteraba de fragmentos de lo ocurrido por medio de listas de víctimas o cartas de sus parientes soldados.
En una carta de su padre en la primavera de 1918, mi madre -que en ese momento cuidaba a soldados que habían sufrido un ataque con gas, como enfermera en un hospital escaso de personal y ubicado dentro del radio de los bombardeos en la línea del frente alemán- recibió la orden de regresar a casa. Era "su deber", escribía su padre, ayudar a sus parientes con la difícil tarea del manejo de su cómodo hogar.
La guerra produjo problemas médicos que difícilmente se conocían en la vida civil y que los médicos y enfermeras no habían experimentado antes. El más común fue la infección de las heridas, cuando los hombres acribillados con balas de metralletas quedaban con trozos de uniforme y barro contaminado de las trincheras que se propagaban hacia su abdomen y sus órganos internos. No había antibióticos, por supuesto, y los desinfectantes que se utilizaban eran rudimentarios e insuficientes.
Según Christine Hallett en su amplio y bien investigado libro sobre la enfermería en la Primera Guerra Mundial, Veiled Warriors ("Guerreras Veladas"), en el frente ruso se usaron medidas más radicales con mayor frecuencia. Se cubría las heridas con yodo o sal, se vendaba con firmeza el cuerpo y la víctima era transportada muchos kilómetros hacia los hospitales de guerra.
En Reino Unido se hicieron muchos esfuerzos para tratar las heridas infectadas, pero miles murieron a causa de tétanos o gangrena antes de que fuera descubierto un antídoto efectivo. Hacia el fin de la guerra comenzaron a surgir algunas soluciones radicales. Una de ellas fue la trasfusión sanguínea, que se llevaba a cabo conectando una sonda entre el paciente y el donante: una transferencia directa.
Cuando terminó la guerra, la mayoría de las VAD dejaron el servicio pero algunas de las más aventuradas viajaron hacia otras guerras.
Las que regresaron llegaron a sitios donde quedaban pocos hombres. Fue esa pérdida enorme de cientos de miles de jóvenes varones en Francia, Bélgica, Reino Unido, además de Rusia y, por supuesto, Alemania, lo que avanzó la causa de la igualdad y la extensión del sufragio a las mujeres.
La falta de hombres, especialmente en los campos administrativo y comercial, condujo a que los empleadores contrataran a mujeres y ellas, a su vez, buscaron empleo pago y formas de ganarse la vida. Pero las profesiones se mostraron renuentes al cambio. Las enfermeras profesionales, la columna vertebral del servicio en la guerra, no obtuvieron reconocimiento legal ni certificación de registro hasta 1943. Algunas se reorientaron hacia la salud pública o la partería, pero la enfermería siguió siendo una especie de "servicio cenicienta".

Mucho ha mejorado en los últimos 60 años, pero la total aceptación del conocimiento y la experiencia de las enfermeras como contribuyentes tan importantes como los médicos para el bienestar de los pacientes sigue siendo un trabajo en curso. Pertenecer a una profesional principalmente femenina continúa siendo una injusta desventaja. Fuente: BBC

Cuentos de hadas y el nazismo


La Ruta de las Hadas en Alemania —el castillo de la Bella Durmiente, la ciudad natal de los Grimm...— atrae a miles de turistas, pero no alemanes.
El año pasado se cumplieron 200 años desde la primera publicación de los hermanos Grimm, Die Kinder und Hausmärchen, una colección de 86 historias que acabaron convirtiéndose en clásicos mundiales. En la ciudad alemana de Kassel, se reunieron cientos de académicos de todo el mundo —lexicógrafos, psicoanalistas, lingüistas...— para discutir sobre cómo los Grimm alimentaron la imaginación erótica de una nación. En la época de los Grimm, Alemania no existía como tal. Era un conglomerado de territorios con un idioma común, el alemán. Y los Grimm eran dos filólogos que recopilaron los cuentos orales y los adaptaron a unos ideales nacionales.
Todavía se discute la influencia que tuvieron en el pueblo alemán, pero esos relatos son más populares fuera de Alemania que dentro. Según el autor alemán Matthias Matussek, los alemanes han sufrido una sobredosis de cuentos oscuros de hadas, cuentos que exploraban la parte más tenebrosa del alma humana, algunos de ellos brutales. Pone como ejemplo el cuento Cómo los niños jugaban a matarifes entre ellos —que fue retirado de la colección en la segunda edición—, en el que toda una familia se aniquila a sí misma. Matussek dice que tuvieron un efecto negativo sobre el caracter de los alemanes y que se demostró después de la segunda guerra mundial.
Según el libro Las raíces del nacionalismo alemán, de Louis Snyder, los hermanos Grimm ayudaron a marcar ciertos rasgos como la disciplina, la obediencia, el autoritarismo, la glorificación de la violencia y el nacionalismo. Todo eso pasó a formar parte del caracter nacionalista. El autor alemán Günter Birkenfeld dice que esos relatos explican «por qué los alemanes habían sido capaces de perpetrar las atrocidades de Belsen y Auschwitz».
Por este motivo, los libros de los Grimm estuvieron prohibidos en los colegios después de la guerra. Mientras, fuera de Alemania protagonizaban las películas de Disney. Fuente: www.kindsein.com