DERROTAS

"Nadie está a salvo de las derrotas. Pero es mejor perder algunos 
combates en la lucha por nuestros sueños, que ser derrotado sin saber 
siquiera por qué se está luchando"


Pablo Coehlo
(Dramaturgo brasileño, 1947)


El último recurso de Alemania y Japón en la Tercera Guerra Mundial: reclutar a la población civil


En el verano del 1944 la situación era desesperada para Alemania: el frente del este se había roto y el Ejército Rojo avanzaba rápidamente; al oeste y al sur, tras tomar Italia, el resto de aliados llamaban a la puerta. Hitler debió pensar que ante situaciones desesperadas, medidas desesperadas… se creó el Volkssturm (Ejército del Pueblo).

Las numerosas pérdidas sufridas por el ejército alemán y los problemas de reclutar nuevos soldados, obligaron a modificar los anteriores parámetros mucho más restrictivos e iniciar un reclutamiento masivo y forzoso de todos los hombres con edad comprendida entre los 16 y los 60 años -un contingente de 5 millones- mediante un edicto emitido por el propio Führer…

El enemigo ha iniciado acciones para aplastar nuestro imperio, para destruir al pueblo alemán y su orden social; su último objetivo, es la exterminación de la raza alemana. [...] Como nuestros enemigos se creen capaces de acabar con nosotros, hemos decidido utilizar nuevamente el poder de nuestro pueblo. [...]

Por tanto, ordeno:

Se formarán los Volkssturms, fuerzas de defensa del pueblo alemán, en todos los distritos del Imperio de la Gran Alemania, en las que deberán servir todos los hombres de 16 a 60 años capaces de portar un arma. Defenderán el suelo patrio con todas las armas y los medios a su alcance que parezcan apropiados. [...]

Volkssturm

Todos estos nuevos reclutas integraron el Volkssturm que quedaría bajo las órdenes directas del Partido Nazi, ya que trataron de contrarrestar su escasas condiciones con el fanatismo ideológico. Miembros de las Juventudes Hitlerianas, veteranos de la Primera Guerra Mundial y otros alemanes sin ningún tipo de preparación tuvieron que recibir una rápida instrucción que, debido a las prisas, en muchas ocasiones consistió únicamente en aprender a disparar. La escasez de armas y munición obligó a volver a engrasar y desempolvar viejos rifles, armas de coleccionista e incluso las incautadas al enemigo. Los más afortunados, consiguieron un Panzerfaust (Puño blindado), una especie de bazooka pero de un sólo disparo. Lógicamente, tampoco estaban como para proporcionar uniformes a los nuevos reclutas, así que la mayoría de ellos vistieron ropas de civil y un brazalete distintivo en el brazo izquierdo de color rojo y negro; muchos optaron por utilizar el uniforme de sus trabajos. El Volkssturm se organizó en milicias compuestas por 642 hombres que, en teoría, debían defender las ciudades en las que se constituyeron ante la amenaza de una invasión alidada.

Todo cambió ante el empuje de los aliados, muchas milicias tuvieron que ser enviadas al frente para suplir las bajas de la Wehrmacht… fueron carne de cañón. Las únicas unidades del Volkssturm que tuvieron cierta importancia fueron las que lucharon defendiendo sus ciudades. En la batalla de Berlín, unos 40.000 milicianos (en su mayoría jóvenes y ancianos) se convirtieron en la última defensa de la ciudad frente al Ejército Rojo.

Los alemanes no fueron los únicos en echar mano de la población civil en momentos de desesperación, también sus aliados japoneses lo hicieron… fueron los Kokumin Giyūtai.

En marzo de 1945, se crearon en Japón los Kokumin Giyūtai (Cuerpos de voluntarios) como unidades no combatientes con labores de asistencia civil. Los voluntarios (hombres entre los 12 y 65 años y mujeres entre 12 y 45 años) recibían formación en primeros auxilios, sofocar incendios, evacuación y rescate… algo similar a nuestra Protección Civil. En junio de 1945, se reformó el Cuerpo de voluntarios pasando a formar una milicia de combate (Kokumin Giyu Sentōtai). Este nuevo Cuerpo, ahora integrado por hombres de entre los 15 y 60 años y mujeres solteras de los 17 a los 40, se convirtió en un grupo de reserva preparado para la defensa urbana ante la inminente invasión de los estadounidenses. La rendición de Japón el 2 de septiembre, supuso que estas unidades apenas tuviesen oportunidad de combatir.

Fuentes e imágenes: Volkssturm, Kokumin Giyū Sentōtai

Neoanarquismo, Manuel Castells


Nuestra época no es la del fin de las ideologías, sino del renacimiento de aquellas que encuentran eco en la experiencia presente. Tal es el caso del anarquismo, dado por muerto y enterrado por sus numerosos sepultureros y que, bajo nuevas formas y expresiones, parece gozar de excelente salud en los movimientos sociales que brotan por doquier desde las profundidades de la resistencia a un desorden global cada vez mas destructivo. Basta con seguir los debates, presenciales o por internet, en el movimiento contra la globalización capitalista para constatar la presencia dominante de los temas anarquistas de autoorganización y de oposición a cualquier forma de Estado (“¡que se vayan todos!”). Y aunque los intelectuales de la vieja izquierda, sobre todo en América Latina, aún se encaraman al podio de las arengas mediáticas del movimiento, las simpatías mayoritarias van hacia formas apenas organizadas y generalmente autogestionadas de la movilización y del debate, como era evidente en el último Foro Social Mundial en Porto Alegre. También en el ámbito teórico-político, las tesis autonomistas, cercanas de la matriz histórica anarquista, articuladas por ejemplo porMichael Hardt y Toni Negri, y por el grupo de la revista Multitudes, heredera directa del mayo del 68 francés, están alcanzando hoy día una amplia difusión (el ultimo libro de Hardt y Negri, titulado precisamente Multitudes, incluso tiene un rango muy alto en la lista de ventas de Amazon.com). Y aunque los anarquistas organizados no son muchos (por ejemplo, en España el periódico CNT tiene unos 6.000 suscriptores y el sindicato CGT, al que yo sitúo en la tradición libertaria, cuenta con unos 100.000 afiliados), las ideas antiestatistas, de internacionalismo solidario y la afirmación de la libertad individual y de la libre asociación son temas comunes a movimientos muy dispares (de los okupas de Barcelona a Los Forajidos de Ecuador, los piqueteros argentinos o los autónomos italianos), pero que coinciden en la afirmación de su autoemancipación sin delegación de poder a intermediarios políticos profesionales. 

¿De dónde surge esta nueva vitalidad del anarquismo, que aparece como ideología del siglo XXI al tiempo que el marxismo parece quedar confinado a un siglo XX ya concluido? 

En realidad, la fuerza de las ideologías (cuyos mitos son atemporales) depende de su contexto histórico. Y mi hipótesis es que el anarquismo, en contra de la creencia general, se adelantó a su tiempo. Ideología dominante de los orígenes del movimiento obrero (la Primera Internacional), desde Andalucía y Catalunya hasta la Rusia zarista, a la Charte d’Amiens francesa y al Chicago que originó el 1 de mayo, el anarquismo no sobrevivió como práctica organizada a la represión sufrida a la vez bajo el capitalismo y bajo el comunismo. Pero su vulnerabilidad provino sobre todo de haber designado como enemigo principal al Estado nación en el preciso momento histórico del desarrollo de dicho Estado como centro y principio de la organización social: el siglo XX fue el siglo del Estado nación. El anarquismo clásico se expresó en una amplia gama ideológica, desde el individualismo irreductible de Stirner hasta el cooperativismo social de Proudhon, pasando por el comunismo libertario de Bakunin y Kropotkin, inspirando luchas sociales en contextos tan distintos como la revolución campesina de Makhno en Rusia, los movimientos sociales urbanos mexicanos de los años 20 o los embriones de revolución social que intentaron los anarquistas catalanes y españoles en la primera fase de la Guerra Civil. Y claro que el sindicalismo de la CNT no era lo mismo que el activismo político de la FAI. Pero a través de esa amplia corriente ideológica en la que creyeron y por la que lucharon millones de personas, latía una idea central: la liberación definitiva de la fuente última de la opresión, el Estado. Precisamente en el momento en que se armaban las máquinas de guerra nazi-fascistas, estalinistas y liberal-democráticas para exterminarse los unos a los otros y asegurar, a través del Estado, el control de cuanto más mundo pudieran. Y miren por dónde, el triunfo de los estados, de uno y otro signo, condujo a su crisis medio siglo después. El comunismo no fue capaz de digerir precisamente aquello para lo que Marx lo había inventado: el desarrollo de las fuerzas productivas. Porque la revolución tecnológica informacional no podía asumirse sin una sociedad informada, o sea, autónoma del Estado.Y el capitalismo, en su dinámica expansiva, se globalizó, socavando las bases del Estado nación sobre el que se asentaba políticamente. La economía se hizo global, el Estado siguió siendo nacional y entre los dos la sociedad, huérfana del Estado y a merced de los vientos globales, se atrincheró cada vez más en lo local. O se transformó en colección de individuos, cada uno con sus propias ansiedades y proyectos. Mucha gente, sobre todo jóvenes con su página ideológica aún por escribir, dejaron de creer en los políticos, aunque no en la política, en otra política. De modo que mientras los grandes poderes se definen en una compleja relación entre la globalización y los estados nación, la supervivencia y la resistencia a lo que no va surge desde lo individual y lo local. O sea, los materiales con los que se construyó la ideología anarquista. Ahora bien, la gran dificultad para el anarquismo siempre fue cómo conciliar la autonomía personal y local con la complejidad de una organización productiva y de la vida cotidiana en un mundo industrializado y en un planeta interdependiente. Y es aquí donde la tecnología resultó ser una aliada del anarquismo más que del marxismo. En lugar de grandes fábricas y gigantescas burocracias (base material del socialismo), la economía funciona cada vez más a partir de redes (base material de la autonomía organizativa). Y en lugar de estados nación controlando el territorio, tenemos ciudades Estado gestionando los intercambios entre territorios. Todo ello a partir de internet, móviles, satélites y redes informáticas que permiten la comunicación y el transporte local-global a escala planetaria. Esto no es mi interpretación de los hechos, sino el discurso explícito que se da en los debates de los movimientos sociales, tal como ha sido documentado en el espléndido libro reciente de Jeffrey Juris sobre el tema. O sea, la disolución del Estado y la construcción de una organización social autónoma a partir de personas y grupos afines, debatiendo, votando y gestionando mediante la red interactiva de comunicación. 

¿Utopía? No, ideología. 

Acuérdese de la distinción: la utopía prefigura el mundo deseado. La ideología configura la práctica. Con la utopía se sueña. Con la ideología se lucha. El anarquismo es ideología. Y el neoanarquismo es un instrumento de lucha que parece adaptado a las condiciones de la revuelta social del siglo XXI. Bueno, uno de los dos instrumentos. Porque mientras el anarquismo clama, como hizo siempre, “ni Dios, ni Señor”, su principal competidor en la resistencia al capitalismo global se funda en el reconocimiento de “Dios como mi único Señor”. Frente a un capitalismo global fuera de control, y mientras el socialismo se instala en la jubilación, la resistencia surge de la oposición contradictoria entre fundamentalismo y neoanarquismo.

La guerra del coltán

Coloquio “abuso de poder y respuesta popular”, Juan José Millas; José Chamizo y José Miguel Monzón “El Gran Wyoming”


La undécima edición del ciclo “El Mundo que Queremos”, que anualmente organiza la Fundación Caja Canarias dentro la programación del Otoño Cultural, celebra un coloquio que, bajo el lema general “saqueo a la democracia”, ha centrado su propuesta dialéctica y de reflexión. En esta ocasión, y bajo la dirección y moderación del escritor y periodista Fernando Delgado, se reúnen en el Espacio Cultural Caja Canarias de Santa Cruz de Tenerife tres certeros analistas de la sociología cotidiana y sus consecuencias con respecto a los efectos que la situación socioeconómica actual produce en la ciudadanía: el escritor Juan José Millas; José Chamizo, ex Defensor del Pueblo de Andalucía; y José Miguel Monzón, “El Gran Wyoming”, disertan acerca del “abuso de poder y respuesta popular”.