El hombre en busca de sentido, Viktor Frankl, fragmentos


Monólogo al amanecer 

"En otra ocasión estábamos cavando una trinchera. Amanecía en nuestro derredor, un amanecer gris. Gris era el cielo y gris la nieve a la pálida luz del alba, grises los harapos que mal cubrían los cuerpos de los prisioneros y grises sus rostros. Mientras trabajaba, hablaba quedamente a mi esposa o, quizás, estuviera debatiéndome por encontrar la razón de mis sufrimientos, de mi lenta agonía. En una última y violenta protesta contra lo inexorable de mi muerte inminente, sentí como si mi espíritu traspasara la melancolía que nos envolvía, me sentí trascender aquel mundo desesperado, insensato, y desde alguna parte escuché un victorioso "sí" como contestación a mi pregunta sobre la existencia de una intencionalidad última. En aquel momento en una franja lejana encendieron una luz, que se quedó allí fija en el horizonte como si alguien la hubiera pintado, en medio del gris miserable de aquel amanecer en Baviera. "Et lux in tenebris lucet, y la luz rilló en medio de la oscuridad." Estuve muchas horas tajando el terreno helado. El guardián pasó junto a mí, insultándome y una vez más yo volvía a conversar con mi amada. La sentía presente a mi lado, cada vez con más fuerza y tuve la sensación de que sería capaz de tocarla, de que si extendía mi mano cogería la suya. La sensación era terriblemetne fuerte; ella estaba allí realmente. Y, entonces, en aquel mismo momento, un pájaro bajó volando y se posó justo frente a mí, sobre la tierra que había extraído de la zanja, y se me quedó mirando fijamente. 

Psicología de los guardias del campamento 

Llegamos ya a la tercera fase de las reacciones espirituales del prisionero: su psicología tras la liberación. Pero antes de entrar en ella consideremos una pregunta que suele hacérsele al psicólogo, sobre todo cuando conoce el tema por propia experiencia: ¿Qué opina del carácter psicológico de los guardias del campo? ¿Cómo es posible que hombres de carne y hueso como los demás pudieran tratar a sus semejantes en la forma que los prisioneros aseguran que los trataron? Si tras haber oído una y otra vez los relatos de las atrocidades cometidas se llega al convencimiento de que, por increíbles que parezcan, sucedieron de verdad, lo inmediato es preguntar cómo pudieron ocurrir desde un punto de vista psicológico. Para contestar a esta pregunta, aunque sin entrar en muchos detalles, es preciso puntualizar algunas cosas. En primer lugar, había entre los guardias algunos sádicos, sádicos en el sentido clínico más estricto. En segundo lugar, se elegía especialmente a los sádicos siempre que se necesitaba un destacamento de guardias muy severos. A esa selección negativa de la que ya hemos hablado en otro lugar, como la que se realizaba entre la masa de los propios prisioneros para elegir a aquellos que debían ejercer la función de "capos" y en la que es fácil comprender que, a menudo, fueran los individuos más brutales y egoístas los que tenían más probabilidades de sobrevivir, a esta selección negativa, pues, se añadía en el campo la selección positiva de los sádicos. Se armaba un gran revuelo de alegría cuando, tras dos horas de' duro bregar bajo la cruda helada, nos permitían calentarnos unos pocos minutos allí mismo, al pie del trabajo, frente a una pequeña estufa que se cargaba con ramitas y virutas de madera. Pero siempre había algún capataz que sentía gran placer en privarnos de esta pequeña comodidad. Su rostro expresaba bien a las claras la satisfacción que sentía no ya sólo al prohibirnos estar allí, sino volcando la estufa y hundiendo su amoroso fuego en la nieve. Cuando a las SS les molestaba determinada persona, siempre había en sus filas alguien especialmente dotado y altamente especializado en la tortura sádica a quien se enviaba al desdichado prisionero. En tercer lugar, los sentimientos de la mayoría de los guardias se hallaban embotados por todos aquellos años en que, a ritmo siempre creciente, habían sido testigos de los brutales métodos del campo. Los que estaban endurecidos moral y mentalmente rehusaban, al menos, tomar parte activa en acciones de carácter sádico, pero no impedían que otros las realizaran. En cuarto lugar, es preciso afirmar que aun entre los guardias había algunos que sentían lástima de nosotros. Mencionaré únicamente al comandante del campo del que fui liberado. Después de la liberación —y sólo el médico del campo, que también era prisionero, tenía conocimiento de ello antes de esa fecha— me enteré de que dicho comandante había comprado en la localidad más próxima medicinas destinadas a los prisioneros y había pagado de su propio bolsillo cantidades nada despreciables. Por lo que se refiere a este comandante de las SS, ocurrió un incidente interesante relativo a la actitud que tomaron hacia él algunos de los prisioneros judíos. Al acabar la guerra y ser liberados por las tropas norteamericanas, tres jóvenes judíos húngaros escondieron al comandante en los bosques bávaros. A continuación se presentaron ante el comandante de las fuerzas americanas, quien estaba ansioso por capturar a aquel oficial de las SS, para decirle que le revelarían donde se encontraba únicamente bajo determinadas condiciones: el comandante norteamericano tenía que prometer que no se haría ningún daño a aquel hombre. Tras pensarlo un rato, el comandante prometió a los jóvenes judíos que cuando capturara al prisionero se ocuparía de que no le causaran la más mínima lesión y no sólo cumplió su promesa, sino que, como prueba de ello, el antiguo comandante del campo de concentración fue, de algún modo, repuesto en su cargo, encargándose de supervisar la recogida de ropas entre las aldeas bávaras más próximas y de distribuirlas entre nosotros. El prisionero más antiguo del campo era, sin embargo, mucho peor que todos los guardias de las SS juntos. Golpeaba a los demás prisioneros a la más mínima falta, mientras que el comandante alemán, hasta donde yo sé, no levantó nunca la mano contra ninguno de nosotros. Es evidente que el mero hecho de saber que un hombre fue guardia del campo o prisionero nada nos dice. La bondad humana se encuentra en todos los grupos, incluso en aquellos que, en términos generales, merecen que se les condene. Los límites entre estos grupos se superponen muchas veces y no debemos inclinarnos a simplificar las cosas asegurando que unos hombres eran unos ángeles y otros unos demonios. Lo cierto es que, tratándose de un capataz, el hecho de ser amable con los prisioneros a pesar de todas las perniciosas influencias del campo es un gran logro, mientras que la vileza del prisionero que maltrata a sus propios compañeros merece condenación y desprecio en grado sumo. Obviamente, los prisioneros veían en estos hombres una falta de carácter que les desconcertaba especialmente, mientras que se sentían profundamente conmovidos por la más mínima muestra de bondad recibida de alguno de los guardias. Recuerdo que un día un capataz me dio en secreto un trozo de pan que debió haber guardado de su propia ración del desayuno. Pero me dio algo más, un "algo" humano que hizo que se me saltaran las lágrimas: la palabra y la mirada con que aquel hombre acompañó el regalo. De todo lo expuesto debemos sacar la consecuencia de que hay dos razas de hombres en el mundo y nada más que dos: la "raza" de los hombres decentes y la raza de los indecentes. Ambas se encuentran en todas partes y en todas las capas sociales. Ningún grupo se compone de hombres decentes o de hombres indecentes, así sin más ni más. En este sentido, ningún grupo es de "pura raza" y, por ello, a veces se podía encontrar, entre los guardias, a alguna persona decente. La vida en un campo de concentración abría de par en par el alma humana y sacaba a la luz sus abismos. ¿Puede sorprender que en estas profundidades encontremos, una vez más, únicamente cualidades humanas que, en su naturaleza más íntima, eran una mezcla del bien y del mal? La escisión que separa el bien del mal, que atraviesa imaginariamente a todo ser humano, alcanza a las profundidades más hondas y se hizo manifiesta en el fondo del abismo que se abrió en los campos de concentración. Nosotros hemos tenido la oportunidad de conocer al hombre quizá mejor que ninguna otra generación. ¿Qué es, en realidad, el hombre? Es el ser que siempre decide lo que es. Es el ser que ha inventado las cámaras de gas, pero asimismo es el ser que ha entrado en ellas con paso firme musitando una oración." _________________________________________ ** Viktor Frankl nació en Viena en el año 1905 y falleció allí mismo en el 1997. Fue psiquiatra y neurólogo y fundador de la logoterapia. Desde el año 1942 al 1945 estuvo en campos de concentración nazis, experiencia a partir de la cual escribió este libro y varios más sobre la psicología del ser humano en situaciones extremas.

SOLEDAD


Capitalismo y escalvitud


El historiador de la Universidad de Harvard Walter Johnson es el autor de un reciente y aclamado libro, River of Dark Dreams: Slavery and Empire in the Cotton Kingdom [El río de los sueños oscuros: esclavitud e imperio en el Reino del Algodón], una formidable investigación que para muchos ha cambiado radicalmente nuestra forma de entender el origen, la dinámica y la evolución del capitalismo contemporáneo. El texto que a continuación se reproduce es la versión castellana de un breve artículo publicado por el Johnson en el New York Times en el que se resume el núcleo de sus descubrimientos.
En marzo de 2013, los investigadores del University College de Londres hicieron pública una base de datos que describe con iluminador detalle uno de los mayores rescates públicos de la historia moderna. En 1833, Gran Bretaña pagó 20 millones de libras esterlinas para compensar a los 3000 propietarios esclavistas caribeños por la emancipación de sus esclavos. Los pagos representaban el 40% de todo el gasto público de ese año. La discusión sobre la base de datos en Gran Bretaña se centró en los receptores de esas reparaciones a los esclavistas, entre ellos los ancestros de George Orwell, Graham Greene y David Cameron.
Aparte de unos cuantos cientos de esclavistas del Distrito de Columbia, nadie en los EEUU recibió compensaciones por la pérdida de su propiedad humana. De acuerdo con Abraham Lincoln, al menos, el coste de la emancipación en los EEUU se pagó con sangre. En su Segundo Discurso Inaugural, Lincoln declaró temer que Dios deseara la continuación de la guerra “hasta que todas y cada una de las gotas de sangre arrancadas por el látigo hayan sido reparadas con otras tantas gotas arrancadas por la espada”.
Ese pago, con sangre y con dinero del tesoro, del valor de los esclavos plantea una cuestión tan importante como frecuentemente desatendida: ¿cuál fue el papel de la esclavitud en el desarrollo económico de Norteamérica?
La respuesta más común a esa cuestión es: no mucho. Para la mayoría de los historiadores, el triunfo de la libertad y el nacimiento del capitalismo parecen ser una y la misma cosa. La victoria del Norte sobre el Sur en la Guerra Civil representaría la victoria del capitalismo sobre la esclavitud, del futuro sobre el pasado, de la fábrica sobre la plantación. Lo cierto, sin embargo, es que años antes de la Guerra Civil no había capitalismo sin esclavitud. En muchos sentidos, se trataba de una y la misma cosa.
A finales del siglo XVIII, la esclavitud en los EEUU era una institución en declive. Los plantadores de tabaco en Virginia y Maryland había agotado su tierra y se estaban pasando al trigo. El trabajo asalariado estaba reemplazando cada vez más al trabajo esclavo, tanto en las zonas urbanas como en las zonas rurales del alto Sur.
Y entonces llegó el algodón.
La primera parte de esta historia es harto conocida: la invención de la rueca algodonera hacia 1790 y el correspondiente incremento de la capacidad industrial en Gran Bretaña y en el Norte urbano posibilitó el cultivo rentable de algodón en una vasta región del bajo Sur que se extendía entre Carolina del Sur y la Louisiana: el llamado “Reino del Algodón”.
Entre 1803 y 1838, los EEUU, celebérrimamente personificados por Andrew Jackson, libraron una guerra de varios frentes en el Sur profundo. Durante esos años, los EEUU suprimieron las revueltas de esclavos y pacificaron a los blancos todavía leales a las potencias europeas que otrora controlaran la región. Hacia finales de la década de los 30 del XIX, los semínolas, los creeks, los chikasaws, los choctaws y los cheroquis habían sido todos “removidos” de sus territorios al oeste del Misisipi. Sus tierras expropiadas sentaron las bases del sector dirigente de la economía global en la primera mitad del siglo XIX.
En la década de los 30, centenares de millones de acres de tierra conquistada fueron inventariados y puestos en venta por los Estados Unidos. Esa vasta privatización del dominio público desencadenó uno de los mayores booms económicos registrados hasta entonces en la historia mundial. Capitales de inversión procedentes de Gran Bretaña, el continente europeo y los estados del Norte fluyeron masivamente hacia el mercado de tierras. “Empujados por este estimulante proceso, los precios subieron como el humo”, dejó escrito el periodista Joseph Baldwin en sus memorias, The Flush Times of Alabama and Mississippi.
Sin esclavitud, empero, los mapas del inventario de la General Land Office (Agencia General de Tierras) no habrían pasado de un imposible plan de ciencia ficción para la sociedad. Entre 1820 y 1860, más de un millón de personas esclavizadas fueron trasladadas del alto al bajo Sur, la gran mayoría de ellas por tratantes de esclavos en guisa de inversores capitalistas de riesgo a los que los esclavos llamaban “conductores de almas”. La primera oleada se dedicó a labores de desmonte y desbroce de la región para el cultivo. “Bosques enteros fueron talados y desarraigados”, recordaba el antiguo esclavo John Parker en Su tierra prometida. Los que vinieron luego plantaron los campos del algodón al que en lo sucesivo tendrían que cuidar, recoger, embalar y embarcar: “de sol a sol”, cada día, hasta el final de sus días.
El 85% del algodón recogido por los esclavos del Sur se embarcaba hacia la Gran Bretaña. Los molinos que vinieron a simbolizar la Revolución Industrial y los campos saturados de esclavos del Sur estaban en una relación de mutua dependencia. Cada año, los bancos comerciales británicos avanzaban millones de libras esterlinas a los propietarios de las plantaciones esclavistas en anticipación de la venta de la cosecha algodonera. Esos propietarios compraban entonces con ese crédito en libras esterlinas los bienes que iban a necesitar a lo largo del año, muchos de ellos producidos en el Norte. “Desde el sonajero con que la nodriza acaricia los oídos del pequeño nacido en el Sur, hasta el sudario que cubre los fríos despojos del muerto, todo nos viene del Norte”, dejó dicho un sureño.
En la medida en que los sureños se abastecían a sí mismos (y en harta más modesta medida, a sus esclavos) con productos del Norte, el crédito originariamente avanzado a cuenta de la cosecha de algodón se abría paso hacia el Norte, yendo a parar a manos de los comerciantes de Nueva York y de Nueva Inglaterra, que lo usaban para adquirir bienes británicos. Así, las tierras indias, el trabajo afro-americano, las finanzas atlánticas y la industria británica terminaron fraguando la dominación racial, el beneficio y el desarrollo económico a una escala nacional y global.
Cuando la cosecha del algodón era escasa y las ventas no conseguían reunir el dinero necesario para devolver los empréstitos, los propietarios de plantaciones se encontraban endeudados con los comerciantes y con los banqueros. Se vendían esclavos para hacer frente a la diferencia. La movilidad y fácil alienabilidad de los esclavos significaba que éstos funcionaban como una suerte de colateral para la economía de crédito y algodón del siglo XIX.
No es simplemente que el trabajo de las personas esclavizadas avalara financieramente al capitalismo del siglo XIX. Es que las personas esclavizadas eran el capital: cuatro millones de personas con un valor de, por lo menos, 3 mil millones de dólares de 1860, lo que era más que la suma de todo el capital invertido en ferrocarriles y fábricas en los EEUU. Vistas las cosas bajo esa luz, la distinción convencional entre esclavitud y capitalismo se diluye hasta quedar en un sinsentido.
Nos hemos acostumbrado a reducir el legado de la esclavitud en los EEUU a la desventaja negra. Pero la constatable centralidad de la esclavitud para el desarrollo histórico de la nación sugiere otra cosa muy distinta: cualquier cálculo de la deuda insatisfecha contraída por la nación a cuenta de la esclavitud tiene que incluir una medida de la riqueza que generó; sus ventajas, y no sólo sus desventajas. Porque los EEUU, como escribió W. E. B. Du Bois, “se levantaron sobre un gemido”.
Walter Johnson es profesor de Historia y de Estudios Africanos y Afro-Americanos en Harvard. Es autor de un aclamado libro reciente: River of Dark Dreams: Slavery and Empire in the Cotton Kingdom [El río de los sueños oscuros: esclavitud e imperio en el Reino del Algodón, 2013], una formidable investigación que para muchos ha cambiado radicalmente nuestra forma de entender el origen, la dinámica y la evolución del capitalismo contemporáneo.
Traducción para http://www.sinpermiso.info: Miguel de Puñoenrostro

FELICIDAD


ES POSIBLE

Procede de un periódico portugués pero...podría ser de muchos lugares del mundo...