El opio es una mezcla compleja de sustancias que se extrae de las cápsulas verdes de la adormidera (Papaver somniferum), que contiene la droga narcótica y analgésicallamada morfina y otros alcaloides.
La adormidera (parecida a una amapola común) es una planta que puede llegar a crecer un metro y medio. Destacan sus flores blancas, violetas o fucsias.
Es una planta anual que puede comenzar su ciclo en otoño, aunque lo habitual en el hemisferio norte es a partir de enero. Florece entre abril y junio dependiendo de la latitud, la altura y la variedad de la planta, momento en el que se puede proceder a la recolecta del opio.
Etimología
El término «opio» deriva del griego ópion que significa ‘jugo’, refiriéndose al látex que exuda la adormidera al cortarla.
Otros nombres del opio son o-fu-jung (‘veneno negro’ en chino), ahiphema en hindi o schemeteriak en persa. En inglés también se conoce con el acrónimo GOM (God’s Own Medicine: ‘la propia medicina de Dios’).
Historia
En tablillas sumerias del tercer milenio a. de C se lo menciona mediante una palabra que también significa ‘disfrutar’. En los cilindros babilónicos más antiguos se encuentran representaciones de cabezas de adormidera. En el palacio de Ashurnasirpal II en Nimrud (Asiria, actual Irak) existía un bajorrelieve de una diosa rodeada de adormideras, creado en el año 879 a. C. (actualmente se encuentra en el Museo Metropolitano de Nueva York, en la galería de arte asirio). En algunas imágenes de la cultura cretense-micénica se muestran los efectos de la adormidera en imágenes.
Su empleo médico se remonta quizá al Antiguo Egipto, donde muchos jeroglíficos mencionan el jugo que se extraía de estas cabezas (el opio) y lo recomiendan como analgésico y calmante, tanto en pomadas como por vía oral y rectal. Uno de sus empleos reconocidos, según el papiro Ebers, es «evitar que los bebés griten fuerte». El opio tebaico aparece mencionado ya por Homero (en la Odisea) como algo que «hace olvidar cualquier pena», y simbolizaba la máxima calidad en toda la cuenca mediterránea.
En tiempos del poeta épico griego Hesíodo (s. VII a. C.), la ciudad que luego se llamaría Sición se llamaba Mekone (‘adormidera’). Esta planta fue siempre símbolo de Deméter, diosa de la fecundidad. Las mujeres casadas sin hijos portaban broches y alfileres con la forma de su fruto, y los enamorados restregaban pétalos secos para averiguar por los chasquidos el futuro de su relación.
Los griegos la cultivaban y utilizaban con fines lúdicos y medicinales: como analgésico, en forma de infusiones o con el opio en bruto para el dolor de muelas, como antidiarreico, fiebres y para hacer dormir a los niños.
El historiador Heródoto (m. 425 a. C.) hace la primera mención explícita del uso medicinal de esta droga. En los primeros templos de Esculapio(que eran instituciones parecidas a los hospitales actuales), nada más llegar los pacientes eran sometidos a una incubatio o ‘ensueño sanador’.
Hipócrates es el que le da su nombre actual a la droga, que traduce opós mekonos: ‘jugo de adormidera’. Él lo recomienda como tratamiento para la histeria, que considera como una «sofocación uterina».
En el siglo III adC, el filósofo y científico griego Teofrasto (372-287 a. C.) estudia el opio en sus tratados botánicos
• Historia de las plantas, en nueve libros (originalmente diez).
• Sobre las causas de las plantas, en seis libros (originalmente ocho).
Heráclides de Tarento, médico de Filipo I contribuyó a fomentar su difusión, preconizándolo para «calmar cualquier dolor».
Los médicos griegos se volvieron expertos en crear antídotos para el envenenamiento, que —tomados cotidianamente— inmunizaban al usuario. Estas zeriaka o triacas contenían venenos (como la cicuta y el acónito), pero en pequeñas dosis. Con el tiempo llegó a haber más de mil recetas de triacas, y todas contenían distintas cantidades de opio.
Cuando Galeno confeccionó su Antídoto Magno, en el siglo II, ya la proporción de jugo de adormidera en las triacas había crecido hasta ser un 40% del total. Siguiendo sus recomendaciones, el emperador Marco Aurelio abría las mañanas con una porción de opio «grande como un haba de Egipto y desleída en vino tibio».
Prácticamente todos los emperadores romanos usaban a diario triacas. Nerva, Trajano, Adriano, Septimio Severo y Caracalla emplearon opio puro en terapia agónica y como eutanásico.
El mismo tipo de suicidio utilizaban incontables ciudadanos romanos, patricios y plebeyos, pues eso se consideraba una prueba de grandeza moral.
Como comenta Plinio el Viejo, «de los bienes que la naturaleza concedió al hombre ninguno hay mejor que una muerte a tiempo, y lo óptimo es que cada cual pueda dársela a sí mismo» (Historia Natural, 18.2.9).
Los romanos acuñaron monedas con la figura de la adormidera. En su libro Materia médica, que es el tratado farmacológico más influyente de la Antigüedad, Dioscórides describe el opio como algo que «quita totalmente el dolor, mitiga la tos, refrena los flujos estomacales y se aplica a quienes dormir no pueden». Por él —y por muchos otros escritores romanos— se sabe que la demanda de opio excedía la oferta, siendo frecuente su adulteración.
Durante el Imperio el opio, como la harina, fue un bien de precio controlado, con el cual no se permitía especular. En el año 301, un edicto de Diocleciano sobre precios fijaba el del modius castrense (una vasija con capacidad para 17,5 litros) en 150 denarios (unos 10 denarios por kilo). En cambio el kilo de hachís (un bien de precio libre) costaba entonces 80 denarios el kilo. Poco después, en el año 312, un censo reveló que hubo 793 tiendas dedicadas a vender el producto en la ciudad de Roma, y que su volumen de negocio representó el 15% de toda la recaudación fiscal.
Sin embargo, este formidable consumo no genera problemas de orden público o privado. Aunque se cuentan por millones, los usuarios regulares de opio no se consideran enfermos ni marginados sociales. La costumbre de tomar esta droga no se distingue de cualquier otra costumbre —como madrugar o trasnochar, hacer mucho o poco ejercicio, pasar la mayor parte del tiempo fuera o dentro de casa—. De ahí que no haya en latín una expresión equivalente a «opiómano», si bien ya había al menos una docena de equivalentes a «dipsómano» (alcohólico).
Falta en la Antigüedad quien considere el opio como panacea, y también como cosa despreciable. Desde tiempos de Heródoto hasta los autores de triacas no hay una sola noticia de alguien envilecido por el uso del opio.
Esta planta llegó desde la cuenca mediterránea portada por Alejandro Magno hasta Asia.
En Persia, en el siglo XI, el médico, filósofo y científico Ibn Sīnā (Avicena) —el mayor médico de la cultura islámica clásica— lo utilizaba como eutanásico. Y su predecesor Al-Razio Rhazes, también persa, otorga a esa sustancia un lugar dominante en la farmacopea como anestésico y analgésico.
En el califato de Córdoba (España), vuelve a prepararse la triaca magna o galéncia para la corte de Abderramán; también aparecen allí varios libros sobre botánica medicinal y farmacia, inconcebibles en cualquier reino cristiano de la época.
Tomando como núcleo productor las plantaciones turcas e iraníes, la rápida expansión del Islam diseminó el opio desde Gibraltar hasta Malasia, en pastillas que a veces llevaban el sello mash Allah (‘regalo de Dios’). Hacia el siglo IX sus usuarios solían comerlo, aunque los persas ya acostumbraban fumarlo; también era frecuente consumirlo en jarabes de uva, mezclado con hachís.
La cultura árabe se servía del opio como euforizante general, recomendable para el tránsito de la segunda a la tercera edad, y para sobrellevar los sinsabores de ésta última. Se consumía tanto en privado como en divanes públicos (equivalente a los casinos occidentales).
Según Hans Sachs, un famoso autor de calendarios, a mediados del x. XVI escribe:
Al recorrer el campo de batalla, vieron con sorpresa que los sarracenos seguían teniendo el falo duro y erecto. El médico de campaña —sin dar muestras de extrañeza— les explicó que aquello no tenía nada de extraordinario, pues de todos era bien sabido que los turcos acostumbraban tomar opio, y que el opio produce excitación sexual aún después de la muerte.
Hans Sachs
Muchas medicinas del siglo XIX se basaban en una preparación a base de opio, el láudano.
Guerras del opio
El mercadeo de opio por parte del Reino Unido, Francia y Estados Unidos a China generó un conflicto de grandes proporciones. Los chinos consideraban que Occidente no tenía nada de valor con lo que comerciar, pero los comerciantes británicos y estadounidenses, fuertemente respaldados por la Corona británica, vieron en el opio la posibilidad de tener intercambio.
El opio y sus derivados (morfina, heroína, etc.) constituyen las drogas más adictivas. Por ejemplo, un trabajador medio chino adicto al opio gastaba dos terceras partes de su sueldo en esta droga, dejando a su familia en la miseria[cita requerida]. Para 1839 el opio ya estaba al alcance de los obreros y campesinos.
Se generó con esto una epidemia de adictos en China, por lo que el propio emperador debió tomar cartas en el asunto, nombrando a Lin Hse Tsu para que frenara el tráfico de opio. Cuando Hong Kong fue devuelta a China en 1997, lo primero que hicieron fue poner una estatua de Lin, considerado como un héroe nacional entre los chinos.
Lin Hse Tsu mandó una carta a la Reina Victoria I del Reino Unido pidiéndole que no traficara más con opio (1). Sin embargo, la reina Victoria no accedió a las peticiones chinas, estallando poco después la Primera Guerra del Opio, que generó un estímulo para que más mercaderes fueran a China desde Estados Unidos y el Reino Unido. Muchas de las grandes fortunas de Estados Unidos fueron basadas en este narcotráfico, que era encubierto, pues decían que se comerciaba con té o tabaco. Se le llamaba China Trade o Far East Trade.
A causa de la alta demanda de productos y la baja demanda de mercancías , Gran Bretaña tenía un gran déficit comercial con China y debía pagar estos artículos con dinero. Gran Bretaña comenzó a exportar ilegalmente opio a China desde la India Británica en el siglo XVIII para contrarrestar su déficit. El comercio del opio creció rápidamente, y el flujo de plata comenzó a reducirse. En 1892, el Emperador Daoguang prohibió la venta y el consumo de opio a causa del gran número de adictos. 2) El emperador censuró el opio en China debido al efecto negativo de éste en la población. Los británicos en cambio, veían al opio como el mercado ideal que los ayudaría a compensar el gran comercio con China. Estas guerras y los subsiguientes tratados firmados entre las potencias dieron como resultado que varios puertos de China se abrieran al comercio con Occidente, lo que condujo en parte a la caída de la economía china. Estas guerras se consideran la primera guerra de opio.