Tras la II GM, los hombres de Hitler fueron acusados de hervir cadáveres humanos para extraerles el sebo y usarlo en la industria de la limpieza. Son decenas las leyendas que, desde el final de la Segunda Guerra Mundial, hablan de las sanguinarias prácticas realizadas por los nazis con los presos de los campos de concentración. Desde fabricar lámparas con piel humana hasta llevar a cabo crueles ensayos con seres humanos, es imposible desligar a los hombres de Hitler de la brutalidad y la barbarie. Sin embargo, hay un mito especialmente recurrente por su capacidad para poner los pelos de punta: el que afirma que, en 1943, los científicos alemanes comercializaron una pastilla de jabón elaborada con grasa de prisioneros judíos previamente asesinados y hervidos. ¿Realidad o ficción? Ni una cosa ni la otra ya que, aunque es falso que se vendiera, este experimento sí vio la luz a pequeña escala.
Corría por entonces el año 1943 en una Alemania inmersa hasta la ingle en la Segunda Guerra Mundial y abrumada por la ingente cantidad de prisioneros que copaban los campos de concentración. En aquella época, los hornos crematorios de los nazis funcionaban a pleno rendimiento con un único objetivo: evitar la acumulación de cadáveres judíos que generaba la denominada «Solución final» (o exterminio) ordenado por Hitler. La única premisa era la muerte indiscriminada de hombres, mujeres, niños y ancianos para orgullo del Führer.
No obstante, siempre es posible generar más maldad de la ya existente y, en ese contexto de muerte sin razón, alguien tuvo una idea: ¿Por qué no usar los restos de los cadáveres en provecho de Hitler? Increíble pero cierto. Así pues, se generó una gran industria en torno a los cadáveres de los prisioneros judíos. Entre los diferentes «productos» vendidos por los líderes nacionalsocialistas de entonces se destacó, por ejemplo, el pelo humano, el cual era usado para elaborar pelucas femeninas. Había comenzado, en definitiva, la época más cruel del Tercer Reich. Un tiempo que haría correr ríos de sangre y que motivaría la extensión de la leyenda más macabra de la época, la del jabón que se fabricaba con grasa humana.
La leyenda
Esta leyenda no brotó, curiosamente, con la llegada del nazismo, sino que fue creada por los británicos en 1917 durante los años de la Primera Guerra Mundial. Por entonces, el diario «The Times» difundió en un reportaje que los alemanes elaboraban jabón con la grasa de los prisiones ingleses tras hervirlos. Aquella mentira causó tanto revuelo que, ocho años después, tuvo que ser desmentida por el mismo Austen Chamberlain –el secretario de asuntos exteriores del Reino Unido-. Pero ya era tarde, pues la semilla de la desconfianza había sido sembrada y había provocado una leyenda que resistiría el paso de los tiempos.
La llegada de la Segunda Guerra Mundial -en 1939- hizo que este mito volviera a salir a la luz acompañado, a su vez, por una nueva mentira: la que decía que los nazis no sólo estaban fabricando jabón a partir de prisioneros, sino que lo habían comercializado a gran escala. «La acusación (…) fue creída por muchos hasta hoy. Al parecer, el único sustento real de esta creencia era que la principal marca de jabones a la venta en la época se llamaba RIF, palabra que era interpretada como las siglas de “Reines Jüdisches Fett” (“Grasa pura de judío”), cuando en realidad lo era de “Reichsstelle für industrielle Fettversorgung” (“Centro Nacional para la Provisión Industrial de Grasa”)», señala Justino Balboa en su libro «Los grandes enigmas de la Segunda Guerra Mundial».
Una dura realidad
Sin embargo, la desgracia quiso que, años después, esta falacia se convirtiera en realidad por obra y (des)gracia de un científico nazi llamado Rudolf Spanner, director del Instituto Anatómico de Danzig. Todo comenzó cuando este investigador alemán solicitó al Reich que le enviara decenas de prisioneros del hospital psiquiátrico de Konradstein y del campo de concentración de Struthof-Natzweiler para que le «ayudaran» en un nuevo experimento. Dicho y hecho, pues era 1943 y Hitler andaba sobrado de reos. Una vez en el laboratorio, el doctor ordenó asesinarlos y hervirlos para que su grasa se desprendiera del cuerpo y pudiera usarse para fabricar jabón.
Así recordaba Sigmund Mazur, asistente de Spanner, aquellos crueles asesinatos en el juicio que se llevó a cabo en Núremberg contra los líderes nazis tras la contienda: «Los cadáveres llegaban en un promedio de siete y ocho por día. Todos habían sido decapitados y estaban desnudos. A veces llegaban en un carro de la Cruz Roja y otras en un camión que podía contener hasta cuatro cuerpos (…) Luego se cocían de 3 a 7 días y se recogía su grasa (…). Esto se hacía desde 1943, cuando Spanner nos dijo que recolectáramos toda la grasa que pudiéramos».
Mediante esta repulsiva técnica, el doctor consiguió elaborar entre 10 y 100 kilos de jabón que utilizó de manera personal y regaló a sus más allegados. «De acuerdo con los testimonios de Spanner tras la guerra, el jabón fue usado terapéuticamente inyectándolo en ligamentos de articulaciones. Salvo en este caso aislado, no existen pruebas de que se haya usado grasa humana, judía o no, de forma continua o no, durante el período nazi. De hecho, los experimentos de Spanner se interrumpieron inmediatamente en cuanto el jefe de las SS escuchó el rumor», finaliza el autor español en su obra. Fuente: ABC