Joaquín Sabina o el interés menguante

Joaquín Sabina o el interés menguante
El trovador llena Las Ventas, pero se conforma con una faena de aliño
FERNANDO NEIRA - Madrid - 23/06/2010


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Recapitulemos, antes de nada. Don Joaquín Ramón Martínez Sabina suma ya la respetable cifra de 61 años, graba y gira con regularidad desde hace más de tres décadas, ha completado 15 álbumes con su nombre estampado en portada y ayer, en el arranque oficial de la temporada veraniega, fue capaz de volver a llenar su querido coso de Las Ventas: 17.860 fieles corearon con intensidad desigual sus coplas y ocurrencias. El maestro merece un respeto del que aquí dejamos testimonio, negro sobre blanco. Pero que el de Úbeda sea dueño de un gran currículo y conserve notable capacidad de convocatoria no significa, necesariamente, que atraviese por el mejor de sus momentos.


El último vals de Joaquín Sabina
La encrucijada de la felicidad
Razones de un 'sabinazo'

Joaquín Sabina se coloca un sombrero durante el concierto.- SAMUEL SÁNCHEZ



Con independencia de lo que le digan sus secuaces, corifeos y demás seguidistas, Sabina no seguirá siendo mucho Sabina solo porque se cale el bombín y suelte algún chistecito. El mejor de ayer se lo dedicó a Chavela Vargas: "Nos parecemos en que hemos sido muy borrachos y muy mujeriegos, y en que los dos estamos ya muy acabados". El habitual apartado de exaltación colchonera recayó esta vez en el escudero Pancho Varona, que aprovechó sus minutos de gloria para dedicarle Conductores suicidas a la familia.

Nada más empezar, la primera decisión dudosa. Las Ventas se queda a oscuras a las 22.12, pero de los músicos aún no hay rastro. En su lugar, atruena Y nos dieron las diez en versión de banda y verbena. ¿Sabina, cómplice necesario del chunda chunda? Quizás el interrogante que ·lucía· en su camiseta fuera alegoría de todas esas cosas para las que encontramos difícil explicación.

El trovador de sombrero y levita sabe de sobra que ha salpicado el camino con unas cuantas canciones memorables y aún muchos más versos merecedores de tal calificativo. Sí, es verdad: ir por la vida de sabiniano no constituye el menor desdoro. El verdadero problema consiste en que, como en las cláusulas bancarias, el interés histórico no presupone intereses futuros. Y Joaquín parece empeñado, con la tozudez del inversor al que le suele sonreír la fortuna, en realizar maniobras caprichosas con su cartera de valores.

Una caricatura del que fue

Nuestro amigo jienense piensa que si alguien no se deshace en elogios sobre su magna obra es porque la desafección le entra en el sueldo. El de este cronista es, con seguridad, mucho más exiguo que el suyo, pero ello no nos impide sospechar que el último Sabina, el posterior a 19 días y 500 noches, es una calcomanía ramplona, una caricatura, del que fue. Y de aquello, burla burlando, ya han transcurrido 11 temporadas: casi tantas como las que penó el Atleti sin un nuevo trofeo para sus vitrinas.

Era inevitable anoche la metáfora y exaltación taurina. No nos pidió Sabina que firmásemos ningún manifiesto, pero sí enfatizó su fervor por "este lugar sagrado" y anunció, para desasosiego de muchos: "Es muy probable, casi seguro, que este sea nuestro último paseíllo en Las Ventas". Por ello, él y su cuadrilla se conjuraron para dejarse "el alma y los huesos", pero no hubo manera de distinguir un solo chispazo de calcio proveniente de las tablas.

El trovador manda tanto que su voz de lija se apodera de toda la mezcla. Canta Joaquín y su media docena de acompañantes parecen relegados a la condición de hilo musical. Intuimos, por sus movimientos, que El bulevar de los sueños rotos se concibe como un mano a mano entre Sabina y Mara Barros, pero a esta ex concursante de Popstars no hubo forma de escucharle una triste sílaba.

Los fieles le siguen adorando, a la vista está. Y sin embargo, la chispa sabiniana cotiza a la baja y el interés de sus acciones ha emprendido el rumbo menguante. Lástima que no tengamos aquí a ninguna Angela Merkel a la que echarle la culpa. Torero y cuadrilla miraban con ojos golosos hacia la puerta grande, pero los más viejos del lugar saben que la cosa no pasó de faena de aliño.







La encrucijada de la felicidad
Joaquín Sabina aburre en el Palacio de Deportes con su repertorio nuevo a un público que sólo se desboca con los éxitos de siempre
FERNANDO NEIRA - Madrid - 16/12/2009


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Hay que llamarse Sabina para permitirse chulerías como programarse a uno mismo en la música de sala. Canta Joaquín enlatado por los altavoces, amagan sus músicos unas notas de Lili Marlen e irrumpe por la izquierda el trovador, traje de pingüino y sombrero borsalino, dispuesto a comerse una vez más esta ciudad que es medio suya. Se reserva para sí todo el frontal del escenario y relega a los seis músicos un par de metros más atrás. Por si no quedaba claro quién manda aquí.


Razones de un 'sabinazo'
Sabina
Sabina a cuatro manos
Los camerinos son para la familia
Joaquín Sabina o el interés menguante

Joaquín Sabina, ayer, en el Palacio de los Deportes.- CLAUDIO ÁLVAREZ


Joaquín Sabina interpreta 'Viudita de Clicquot' de su álbum 'Vinagre y Rosas' durante el concierto ofrecido en Madrid el 15/12/2009
VIDEO - P. CASADO / J. MINGUELL - 16-12-2009
- P. CASADO / J. MINGUELL


Agradecía el de Úbeda el calor de los suyos en este Madrid abrazado por los vientos siberianos, pero parte de ese frío traspasó el hormigón del Palacio de Deportes y se instaló entre las butacas.

Joaquín pasea y desgrana su repertorio reciente, pero no es hasta En el bulevar de los sueños rotos, 40 minutos más tarde, cuando las sillas registran las primeras deserciones y la feligresía acerca sus brazos al oficiante.

Sabina es ahora un tipo feliz, o casi. Cómo has podido caer tan bajo, le reprocharía el amigo Rimbaud. Por eso no sabemos bien si felicitarle o preocuparnos.

Nos ha cumplido sus flamantes 40 y 20, ejerce de madurito interesante y ha encontrado, parece, esa entelequia a la que llaman estabilidad emocional, objetivo arduo incluso entre quienes no ejercen la bohemia a horas intempestivas. No sólo le quiere su Jimena; también hay admiradoras que le garabatean con lápiz de labios mensajes en el buzón. Verídico.

El problema de la felicidad es que, como una mala gripe, te acaba bajando las defensas. Anda uno tan pendiente de sonreír, retozar y acurrucarse a la hora de la siesta que descuida detalles cotidianos relevantes. Por ejemplo, escribir canciones. Este Conde Crápula en retirada acumula todo el oficio del mundo al respecto, pero se ha vuelto tan comodón que siempre parece componer una que ya le habíamos escuchado.

Escuchando Vinagre y rosas, su cancionero alumbrado a cuatro manos con Benjamín Prado, entran ganas de pensar, cielo santo, que se nos ha vuelto burgués o conservador. Aferrado al equipo médico habitual -Pancho Varona, Antonio García de Diego-, nuestro bardo transita siempre por parajes trillados. No me compliquen la vida con la musiquita, por favor: yo ya sólo me codeo con los poetas. ¿Habíamos mencionado ya que Sabina se siente la mar de feliz?

Prado y Sabina nos llegaron de Praga con versos memorables (y muy sabineros, con independencia de quién los urdiese): "Si hay que pisar cristales, que sean de Bohemia", "con 60 qué importa la talla de mis Calvin Klein", "lo malo del después son los despojos". Su plasmación musical, en cambio, invita al bostezo descoyuntado. Encadenar al principio del recital Viudita de Clicquot y Parte meteorológico equivale a una cruda condena de invierno.

Sabina salva los platos porque atesora canciones majestuosas (Y sin embargo, Aves de paso), se permite chascarrillos maliciosos ("Yo tengo doble militancia, el Atleti y el Alcorcón") y convoca a los Pereza para sacudirnos la modorra con Tiramisú de limón y, sobre todo, Embustera. Ahora sólo le falta resolver la encrucijada de su propia felicidad. Lo necesita para dirimir si le sigue interesando el oficio de cantautor o le vence la tentación del sonetista.