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La triste vida de los intocables en la India

Recoger los excrementos de otras personas con las propias manos ha sido la labor y  el destino, marcado incluso antes de nacer, de cientos de miles de hindúes, en gran  mayoría mujeres que tiene en esta actividad su fuente para hallar sustento.
En el sistema de castas de la India, los chandalas, intocables, parias, panchamas, o llamados también dalit, "los oprimidos", son personas que, de acuerdo con las creencias hindúes tradicionales, pertenecen a una clase tan baja que se consideran fuera de los varnas o castas.
En la India, este punto de recoger excrementos de otros con las manos, se debe principalmente a un sistema racial y social que se cree, es consecuencia de  la invasión indo-aria, en la que los invasores, de procedencia europea, se impusieron sobre una población asiática, imponiendo una segregación racial mediante rígidas leyes raciales de índole religiosa para evitar el mestizaje con la población dravídica aborigen del país.  Así, las castas bajas tienden a ser de un tono bastante oscuro, mientras que las castas altas, consideradas portadoras de más sangre aria, son de piel más clara y abundan más en rasgos europeos.
Los poceros son los más intocables entre los intocables, por la repugnancia que genera su dedicación: nadie les da ni les entrega nada en mano y viven en las afueras de las poblaciones. Son sobre todo mujeres las que, desde pequeñas, se dedican a retirar las heces ajenas, que recogen con un pequeño cuenco y cargan en baldes sobre la cabeza.
Si bien este sistema de discriminación está siendo afrontado por las autoridades Indias y es justo decir que el número de “poceros” ha disminuido en comparación con el histórico, esta práctica centenaria que debía haberse erradicado ya oficialmente aun permanece.
Por ley desde 1993 se prohibieron los posos secos, usados como letrinas,  sin embargo a principios de 2007 el Gobierno calculó que quedaban 342.000 "manual scavengers" (eran más de un millón, según las ONG) y aprobó un programa de rehabilitación que preveía erradicar esta práctica a fines de marzo de 2009, pero al acabar el año aún registró 117.000 personas dedicadas a ella.
La fecha límite para la erradicación de esta práctica, después de haber sido revisado el manual tres veces (diciembre de 2007, marzo de 2009 y marzo de 2010) se ha pospuesto para finales del 2012, esto por parte del Consejo Consultivo Nacional, encabezado por el presidente de UPA, Sonia Gandhi.
India es un país en el que aún 700 de sus 1.100 millones de habitantes hacen sus necesidades al aire libre o en 'letrinas secas' más o menos alejadas del hogar, pese a que el Gobierno se fijó acabar con la defecación al aire libre en 2012.
Los esfuerzos por acabar con esta vergüenza social han chocado tanto con la obstrucción de las autoridades regionales que negaron tener el problema, como con la noción hindú de "impureza" que desaconseja tener váteres (excusados, retretes) dentro de casa.
Durante el mes de Julio de 2012 en Maharashtra se efectuaron protestas por parte de manifestantes, que aunque  eran apenas una fracción de los cerca de 35.000 recolectores manuales en el estado, están exigiendo en fin de este  trabajo deshumanizante existente desde décadas.
Entre otras cosas, a quien también se conocen los carroñeros (en una traducción del termino  scavengers) están exigiendo puestos de trabajo alternativos y dignos, vivienda digna y la educación.

Refugio de albinos en Tanzania


Al oeste del país, cerca del lago Tanganika, existe un lugar alegre, lleno de vida, donde conviven unas doscientas personas. Comen, duermen y cultivan su propio huerto. Cuentan con un taller de costura, comedor, cocina comunitaria, aulas, zona de juegos, dormitorios… 

Hasta aquí suena muy bien pero Kabanga es, en realidad, una fortificación. Un recinto amurallado de tres kilómetros de diámetro, que acoge a personas con diversidad funcional de vista y oído, o con problemas psíquicos además de unos cien albinos. La genética los ha vuelto excepcionales y el destino los ha agrupado aquí para poder sobrevivir. Albinos que han tenido que huir de sus pueblos por miedo a que los corten en pedazos, o que han sido expulsados por vergüenza de sus propias familias. 

El primer día, cuando llegué, miraba fijamente la puerta del centro… estaba paralizada. No me atrevía a entrar. Pensaba que se asustarían al verme y que sospecharían que venía a venderlos a los hechiceros. Me hice una película en la cabeza muy de Hollywood. Por fin crucé cautelosa la verja y me entró el pánico de verdad cuando vi a decenas de niños corriendo hacia mí, gritando y saltando a toda velocidad. No daba crédito. No tenían miedo, estaban encantados. Los voluntarios son frecuentes allí y saben que son de fiar. En ese preciso momento empezaron a desvanecerse todas mis ideas preconcebidas sobre los albinos, sus miedos, su fragilidad… 

Llegué a la conclusión de que esa diferencia es lo que les hace más fuertes. La emergencia de 2007 El problema para esta comunidad se agudizó en 2007, cuando comenzaron los asesinatos de albinos a manos de mercenarios de la muerte. Estos cazafortunas sin escrúpulos suministran partes del cuerpo de albinos a los brujos para preparar sus brebajes y conseguir el preciado elixir de “buena suerte”. El negocio del hechizo es rentable y, por una mano albina, pueden llegar a pagarse 2000 dólares. Una suculenta cifra capaz de convertir a cualquier vecino en posible verdugo. Muchas veces son los propios familiares los que delatan la existencia de una persona albina en casa. 

En los últimos seis años se han registrado más de cien asesinatos causados por estos cazarrecompensas para satisfacer la demanda de los consumidores de esta pócima manchada de sangre. Sembrado el pánico, comenzó el éxodo de albinos a aldeas remotas, a las grandes ciudades para pasar desapercibidos o a centros como Kabanga, donde el Gobierno proporciona vigilancia policial y garantiza cierta tranquilidad a sus habitantes. Las personas con albinismo sufren una seria discriminación social. Nacen blancos y eso no tiene sentido para muchos hermanos negros. Los llaman “zurus” (fantasmas) y se nutren de supersticiones para explicar su existencia. Creen que son concebidos durante la menstruación, o que son hijos del demonio, o un castigo divino, o que son el resultado de relaciones sexuales con un blanco. 

Zawia Kassim es una de las cabecillas. Con sus doce años, hace y deshace a su antojo los grupos en el juego, organiza los bandos y marca los tiempos. Tiene un claro espíritu de líder. Lee braille, se comunica mediante el lenguaje de signos con los sordos y en suajili con el resto, mientras me pide en inglés que le enseñe una canción en español. Zawia es divertida, carismática y tiene garra. No me quito de la cabeza a esta niña. Con doce años habla tres idiomas y, quizá, nunca salga de Kabanga. La genética le ha jugado una mala pasada. Sus padres la dejaron a ella y a Shamima, su hermana pequeña, en el centro por miedo a que les hicieran daño y son demasiado pobres para pagar un colegio especial, para niños con problemas de visión como ella. Ella quiere ser maestra. Sería una maestra estupenda. Es una luchadora. Será una maestra estupenda. 

Superstición y maldición 

En 1866, Gregor Mendel demostró con sus experimentos genéticos que la naturaleza es caprichosa. Demostró que dar a luz a un niño albino de padres negros es poco frecuente, pero estadísticamente posible. El albinismo es, por tanto, parte de la armonía en el orden del cosmos. Es el hombre, ignorante de esta ley de la naturaleza y sin ninguna base científica, el que bautiza de “bendición” o “maldición” la condición de albino. Generación tras generación, la tradición en África ha decidido maldecir al albino por “ser de otro color”, convirtiéndole en marginado y discriminándole en todos los contextos sociales (familia, escuela, trabajo, etc.). El albinismo es una condición genética que consiste en la falta de melanina en piel, ojos y cabello. En África esto es especialmente grave. Si no hay melanina, que es un fotoprotector muy eficaz contra las radiaciones solares, la sensibilidad a los efectos abrasivos del sol es extrema y, normalmente, tiene consecuencias letales. Por eso, si un albino no se cubre la piel llevando prendas de manga larga, gafas oscuras y sombreros, lo más probable es que, desde niño, desarrolle lesiones cutáneas que acaben degenerando en un cáncer de piel.