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La Viena de fin de siglo, Carl E. Schorske


La Viena de la segunda mitad del siglo XIX presenció el ascenso de la burguesía austríaca, el auge y fracaso del liberalismo y la progresiva decadencia del imperio austro-húngaro como potencia internacional. Fue en este contexto que se gestó uno de los períodos álgidos en la historia de la cultura, con la ciudad danubiana como centro neurálgico. Toda una pléyade de artistas e intelectuales de renombre tuvo en Viena su escenario privilegiado, protagonizando un auge cultural que fue aupado por la prosperidad económica de la pujante clase media y por su intenso aunque frustrado protagonismo político. Semejante telón de fondo explica el peso internacional adquirido por la cultura austríaca en ámbitos a los que la tradición aristocrática había relegado a un segundo plano. En efecto, el prestigio cultural de Viena provenía hasta entonces de la arquitectura y de las artes escénicas (música y teatro), patrocinadas por la corona y por la aristocracia. Sin que estas disciplinas sufrieran merma alguna –en realidad ocurrió lo contrario-, la consolidación de la burguesía conllevó el ascenso de las letras, la pintura y la ciencia austríacas, todas las cuales, dicho sea de paso, se vieron beneficiadas por la invaluable inyección de vitalidad aportada por el judaísmo vienés; es este un detalle imposible de soslayar: fueron en grandísima medida individuos de origen judío -artistas, intelectuales y patrocinadores- los que hicieron de la Viena del 1900 uno de los hitos dorados en la historia de la civilización occidental. 
El historiador estadounidense Carl E. Schorske (Nueva York, 1915) publicó en 1980 La Viena de fin de siglo, libro que desde entonces es considerado un clásico en materia de estudios culturales. Conformado por una serie de ensayos temáticamente concatenados, se trata de un libro que refleja la erudición y la capacidad interpretativa de su autor, quien practica en sus páginas una brillante síntesis de historia socio-política y análisis estético-cultural. Trabajo poliédrico, en el primer plano de sus ensayos alternan diversas corrientes y momentos emblemáticos de la política y la cultura así como una serie de nombres señeros: Schnitzler y Hofmannstahl, Kokoshka y Schoenberg, Gustav Klimt, Freud y el psicoanálisis; los políticos antisemitas Georg von Schönerer y Karl Lueger y el padre del sionismo, Theodor Herzl; la construcción de la Ringstrasse y el nacimiento del moderno urbanismo; la literatura austríaca en una perspectiva genérica. La Viena de fin de siglo explora la interacción entre cultura y política en la capital imperial durante las décadas finales del siglo antepasado, con especial énfasis en las dinámicas sociales experimentadas por la burguesía vienesa. Una clase, explica Schorske, que no llegó a asimilarse con la aristocracia y que jamás pudo sustraerle del todo el predominio político, en vista de lo cual nunca pudo prescindir del nebuloso favor de la monarquía; factor decisivo en un estado plurinacional en que la figura del emperador –con el formalismo ceremonial que lo rodeaba- era el vector de cohesión y lealtad política por excelencia.
A lo largo del referido período, la burguesía reservó al arte funciones distintas en concordancia con las vicisitudes de su devenir político, marcado al final de la centuria por la derrota del liberalismo. Inicialmente, apadrinar el arte fue para la burguesía una forma de compensar la falta del prestigio social que le habría granjeado la asimilación con la aristocracia; más tarde, cuando el contexto político se tornaba adverso, el arte le proporcionó una vía de escape, un refugio de una realidad amenazante. No es casual que Hofmannsthal asociase directamente la devoción burguesa por el arte con la angustia que provocaba el fracaso cívico. Por otra parte, la singularidad del contexto vienés puso al arte y los artistas en una situación extraordinaria, distinta de la vivida en el resto de Europa. A lo largo y ancho del continente, la práctica del arte por el arte suponía una ruptura de los lazos sociales; dicho de otro modo: el esteticismo europeo solía ser una protesta contra el adocenado orden burgués. En la Viena finisecular, en cambio, el esteticismo fue una expresión afirmativa de la burguesía y un distintivo del origen social. Lo que se verificó en la capital imperial fue una estrecha alianza entre el arte y la clase media elevada, estamento cuyo inicial entusiasmo cívico perdió fuelle con relativa prontitud y que transfirió su potencial entusiasta a la esfera del arte. En palabras del autor, en Viena «la vida artística sustituyó a la acción. De hecho, a medida que la acción cívica se tornaba cada vez más inútil, el arte se transformaba en una religión, fuente de sentido y alimento para el espíritu». Esta alianza debió sufrir la arremetida de uno de los motivos cruciales del arte austríaco finisecular: la rebelión de los hijos, que en política significó nada menos que el repudio del liberalismo de los padres.
La arquitectura y el urbanismo fueron los ámbitos en que la susodicha unión hizo su estreno. La clase media alta se encumbró al poder en la década de 1860 a raíz de las derrotas militares del imperio Habsburgo, y la remodelación del centro de la capital fue el símbolo de su ascenso. Edificios públicos y residencias particulares erigidos en la fastuosa avenida circunvalar, la Ringstrasse, representaron el triunfo del espíritu burgués, laico y liberal, que en construcciones como el Parlamento y el Ayuntamiento encarnaba su voluntad de oponer el peso de la ley al poder arbitrario, mientras que edificios como la Universidad, el Museo, el Teatro y la Ópera materializaban las aspiraciones de la cultura secular. La Ringstrasse fue a la vez foro y monumento iconográfico del liberalismo austríaco. Más tarde, el contexto político propició el auge de la célebre Secesión, uno de los episodios fundamentales del arte vanguardista. Impregnado de un espíritu innovador, el movimiento artístico protagonizado por arquitectos y pintores como Otto Wagner, Joseph Maria Olbrich y Gustav Klimt -entre otros- recibió el espaldarazo del estado, cosa excepcional en una Europa cuyos gobiernos eran profundamente conservadores en materia artística. Según Schorske, este apoyo derivaba de la delicada composición multiétnica del imperio: enfrentado a un creciente conflicto de rivalidades lingüísticas e identitarias, el estado veía con buenos ojos a los artistas de la Secesión, a quienes los animaba un sincero cosmopolitismo y cuyo programa ambicionaba una síntesis cultural que enaltecía el tradicional universalismo del imperio austro-húngaro.
Las corrientes artísticas y literarias dieron cuenta de la acentuada declinación del liberalismo, dinámica confirmada por el paradigma antropológico en boga: el psicoanálisis. La clásica concepción racionalista del hombre fue puesta en entredicho por la revolución freudiana, y si a esto se suma el influjo irradiado por la obra de Schopenhauer, Kierkegaard y Nietzsche, el resultado es una atmósfera cultural que tendía a ubicarse en las antípodas del racionalismo, con grave menoscabo del realismo estético y del ethos empirista y utilitario del liberalismo austríaco. Las vanguardias artísticas hicieron de la ruptura con la tradición un programa radical e irrenunciable, estimulando el desprecio de las ortodoxias académicas y la experimentación sin traba alguna. El moralismo y la reproducción mecánica de la naturaleza fueron desplazados por la indagación sociológica y el análisis sicológico desinhibido, con una fuerte inclinación hacia los claroscuros de la sexualidad. Novedad, juventud y rebeldía fueron las enseñas del arte característico del momento; la rebelión generacional contra los padres fue el signo de la época. Entre los artistas y escritores de la nueva hornada –escritores como Schnitzler y Hofmannstahl, pintores como Klimt y Kokoshka-, la preceptiva irreverencia se tradujo en un rechazo del credo liberal de los padres, al que identificaban con una cultura de corto aliento, mezquina y moribunda. Finalmente, la generación más joven de artistas, creadores como el mismo Kokoshka, el compositor Arnold Schoenberg y el arquitecto Adolf Loos completaron el círculo del rupturismo: al contrario que sus predecesores, ya no hablaban en nombre de la burguesía a la que pertenecían y procuraron emancipar su obra de la asignada función social (arte como una forma de evasión y de enmascaramiento de la realidad).
En política, mientras tanto, las personalidades emblemáticas fueron los antisemitas Schönerer, padre del pangermanismo, y Lueger, adalid del socialismo cristiano y célebre alcalde de Viena, además de Theodor Herzl, fundador del sionismo. Los tres surgieron de la matriz liberal, de la que renegaron con vistas a aglutinar a las masas que el liberalismo había postergado. «Para Schönerer –escribe Schorske-, los liberales nacionalistas alemanes eran los peores traidores entre los alemanes y los más peligrosos entre los liberales. Para Lueger, los liberales católicos, pusilánimes pero bien establecidos, constituían el principal obstáculo para la renovación que proponía el socialismo cristiano. Para Herzl, los judíos liberales “ilustrados” formaban parte de su misma clase social e intelectual pero, en su ceguera, se negaban a reconocer la naturaleza de su propio problema como judíos. El liberalismo: voilà l’enemmi». Más allá de sus profundas divergencias doctrinarias, los tres dirigentes tenían en común el repudio de un paradigma que no satisfacía las ansias espirituales de unas masas que añoraban las bondades (idealizadas) de un orden social premoderno, esa Arcadia perdida. Fuente: hislibris

Himmler y su laboratorio entomológico


Hitler no era tan malo. Aunque fuera por razones tácticas o por el miedo a que los Aliados respondieran con la misma moneda, en los años de militarización acelerada previos a la II Guerra Mundial e incluso en los peores momentos de la contienda, siempre se negó a desarrollar armas químicas o biológicas. Sin embargo, Heinrich Himmler, comandante en jefe de las SS, montó por su cuenta un Instituto Entomológico. La mayoría de los historiadores sostienen que su objetivo era investigar el control de plagas entre sus tropas. Ahora, un entomólogo alemán cree haber encontrado pistas que señalan que, en realidad, buscaba usar mosquitos y otros insectos para que lucharan en defensa del III Reich.

Las primeras pruebas de la existencia del Entomologisches Institut der Waffen-SS und Polizei las encontró hace años el historiador alemán Michael H. Kater, uno de los mayores expertos en nacional-socialismo y la Alemania de Hitler. Su creación la habría ordenado el Reichsführer de las SS, Himmler, en 1942. En la Navidad del 41, el jerarca nazi visitó a sus divisiones en el frente oriental y las encontró infestadas de piojos. Con su fobia a los insectos, en particular a las moscas, Himmler debió recordar entonces cómo el tifus transmitido por los piojos diezmó a las tropas alemanas en la I Guerra Mundial. Dos días después de aquella visita, el jefe de las SS ordenó la creación del Intituto Entomológico.

La mayoría de la historiografía de este periodo de la historia alemana cree la versión escrita en los pocos documentos sobre el instituto que se salvaron de la quema. Las instrucciones concretas de Himmler eran que se dedicara a realizar ciencia básica sobre el ciclo vital, enfermedades, control y posibles portadores de insectos como chinches, piojos, pulgas, mosquitos, tábanos y hasta termitas y hormigas. Además de proteger así a sus divisiones de la SS de las plagas, Himmler también quería cuidar de la salud de los prisioneros de los campos de concentración. No es que tuviera especial querencia por los judíos y otros internos, pero eran la fuerza de trabajo que sostenía el entramado de empresas montado entre las SS y la industria alemana.

“La explicación más extendida es que era para proteger a las tropas de la SS de las enfermedades transmitidas por insectos. Sin embargo, también hay que destacar que el riesgo de escasez de mano de obra esclava cuando Himmler estaba firmando contratos con Volkswagen e IG Farben pudo llevar a la necesidad de mantener con vida a los trabajadores esclavos de los campos de concentración un poco más de tiempo”, dice el entomólogo de la Universidad de Tubinga (Alemania), Klaus Reinhardt.

Reinhardt ha revisado toda la documentación que se conserva relacionada con el Instituto Entomológico y en especial los informes y correspondencia de su director, el doctor Eduard May, y algunos de sus colaboradores. Pero lo ha hecho con ojos de entomólogo, no de historiador, y cree que a éstos se les han pasado muchos detalles por alto. Tanto como para afirmar que pudo haber un tercer motivo relacionado con los mosquitos infectados de malaria como arma. “No sabemos porqué él [Himmler] se implicó en esto. Pudo deberse a luchas de poder internas o pudo ser un auténtico intento de desarrollar estas armas. No lo sé, nunca hemos entendido muy bien las decisiones de Himmler”, añade Reinhardt.

Uno de los escasos documentos que se conservan del doctor May escribiendo al jefe del Ahnenerbe sobre los avances de su investigación. / Cedido por el prof. Klaus Reinhardt

En su investigación, publicada en Endeavour, el entomólogo alemán va desgranando las pistas que le llevan a mantener que los Nazis o al menos las SS querían usar mosquitos como arma de guerra. La primera fue la elección de su sede. Himmler adscribió el Instituto Entomológico al Ahnenerbe, la institución creada por él mismo para que la ciencia y la cultura se pusieran al servicio del mito de la superioridad de la raza aria. En el Ahnenerbe cupieron tanto las expediciones científicas al Tibet como los monstruosos experimentos de Josef Mengele en el campo de Auschwitz, pasando por el flolclore y bailes teutones.

El Instituto Entomológico fue instalado en el complejo de Dachau, cerca de Munich, uno de los primeros campos de concentración. Y lo fue por varios motivos. Era uno de los pocos campos que tanto su control interno, sus exteriores y su administración era gestionado exclusivamente por las SS. Además, allí dentro se realizaron algunos de los experimentos más siniestros de la historia de la ciencia. Mientras el doctor Sigmund Rascher sometía a prisioneros a mortales ahogamientos y procesos acelerados de congelación, August Hirt ensayó el gas mostaza en humanos. Pero hay más. El profesor Claus Schilling llevaba meses inoculando la malaria a algunos de los desgraciados del campo.

Experimentos en Dachau

Si el objetivo del instituto era el control de plagas, e incluso la investigación defensiva de las armas biológicas, a Reinhardt no le encaja la elección de Dachau. En Alemania ya había afamados centros de investigación entomológica. Además, toda la investigación básica sobre cómo combatir a piojos o mosquitos ya se había realizado. Tampoco le convence la elección de su director. Aunque a Himmler le dieron los nombres de algunos de los más importantes entomólogos de la época, como el de Karl Ritter von Frisch que años después ganaría el Nobel por, entre otros, desentrañar el código de la danza de las abejas, el jefe de las SS eligió a Eduard May, un entomólogo de carrera mediocre pero que había publicado varios artículos de contenido antisemita.

Como escribe Reinhardt en su estudio: “Himmler en especial parecía dar responsabilidades a personas cuyas carreras estaban al borde del fracaso. Dándoles otra, quizá la última, oportunidad, serían fáciles de manipular. Algunos se convirtieron en los más obsesivos seguidores de Himmler. ¿Se convirtió May en uno de ellos?” A diferencias de otros muchos, May aún estaba trabajando en sus investigaciones cuando Dachau cayó en manos de las tropas estadounidenses.

Con las complicaciones de la guerra y las limitaciones de material, el laboratorio del Instituto Entomológico no estuvo listo hasta el otoño de 1943. Con una decena de investigadores, sus primeros trabajos parecían ir en la línea del control de plagas. Aunque Hitler había prohibido el uso de armas biológícas, si ordenó extremar los esfuerzos para defenderse de un posible ataque biológico. Esa es la puerta abierta que pudo aprovechar Himmler. En el programa de investigación redactado por May ponía el énfasis en el estudio de los piojos, los hongos y bacterias de las moscas y en especial con varias especies del mosquito Anopheles.

El mediocre Eduard May fue nombrado por Himmler como director de su Instituto Entomológico / Imagen cedida por el prof. Klaus Reinhardt

No hay muchos documentos que arrojen luz sobre qué hacían con ellos, pero en varias cartas de algunos de los colaboradores de May se menciona el cultivo de mosquitos y su infección con variedades de Plasmodium, el parásito causante de la malaria. En un informe del 23 de septiembre de 1944, May escribía sobre el objetivo de su trabajo: “para aclarar la cuestión de si era posible una infección masiva artificial del parásito de la malaria en humanos y cómo se podía contener una acción que buscara esa infección masiva”. ¿Se trataba de un estudio defensivo u ofensivo?

“Creo que realmente la clave está en una frase donde May dice que hay que emplear Anopheles maculipennis. Para mí, esto realmente debilita la conclusión de que la investigación se diseñó para averiguar qué sucedería si los Aliados llegaran a usar esa arma”, razona Reinhardt. En efecto, tras unos ensayos entre el 2 y el 20 de septiembre de 1944, May apuesta por esta especie de mosquito en detrimento de otras. Y lo hace porque ha comprobado que son capaces de vivir más tiempo sin sangre y agua de la que alimentarse. Un tiempo que habría permitido a los nazis llevar los mosquitos infectados con malaria hasta sus hangares, subirlos a aviones y arrojarlos como bombas biológicas sobre las tropas enemigas.

Cuando se le pregunta al historiador Kater, el descubridor de la existencia del Instituto Entomológico, por esta posibilidad responde con un categórico sí. “Su Ahnenerbe abarcó todo tipo de cosas y siempre nuevas. Himmler no necesitaba el permiso de Hitler y él siempre lo habría persuadido si hubiera hecho falta”, añade.

Sin embargo, aunque May estuvo en un campo de aviación que se dedicaba a la fumigación en 1945, sus mosquitos nunca llegaron a usarse. May, atrapado por los estadounidenses, acabó siendo liberado y nunca se le acusó en los juicios de Nüremberg, declarándose desnazificado. Aunque intentó volver a dar clases de entomología, acabó su vida como profesor de filosofía, habiendo dejados escritos un par de artículos científicos sobre las libélulas. Fuente: materia

Harry Ettinger: "Siento que he hecho algo bueno"


Con 19 años, el soldado Harry Ettlinger pasaba días enteros a 200 metros bajo tierra en las minas de sal de Heilbronn (Alemania). Los nazis habían escondido allí miles de obras de arte. La misión prioritaria era devolver a Estrasburgo las 73 cajas que contenían las vidrieras robadas de su catedral. Pero la pieza favorita del joven era otra. Ettlinger había huido con su familia de Alemania a EEUU en 1938. Adaptado a su nueva vida en Nueva York y Nueva Jersey, pensaba que nunca volvería a Europa. Lee más


Golpes de Estado en América latina


Es un hecho que desde 1983 hay menos golpes militares en América latina, pero si registramos los últimos 16 años, se conocieron 10 cuartelazos: En Argentina, el de Semana Santa de 1986, luego el del 3 de diciembre de 1990. En Panamá hubo otro el 5 de diciembre de 1990. En Perú ocurrió otro en mayo de ese mismo año.
En Venezuela ocurrieron tres golpes: el del 4 de febrero de1991, en seguida el del 27 de noviembre de 1992, y diez años después conocimos uno de signo contrario: el golpe pro yanqui del 11 de abril de 2002.
En Haití hubo dos asonadas, uno en 1992 y otro en 1994, mientras que en Paraguay conocimos dos, uno en 1995 y otro en 1999.
Suficientes para saber dos cosas: ya no son tantos los que se atreven (sobre todo, porque casi ninguno triunfa y si triunfa no se sostiene), ni fueron tan pocos quienes lo intentaron. Uno cada casi dieciocho meses.

El siglo de los golpes

Cuenta el historiador venezolano Virgilio Rafael Beltrán, que en 1968, el 62% de Latinoamérica, Africa, Medio Oriente y Asia Sudoccidental, estaban “gobernadas por dictaduras militares”. América latina se “destacó” sólo porque en la casi totalidad de sus países, esos regímenes surgieron de golpes de estado, mientras que en las otras regiones fue producto de guerras, la aparición y desaparición de estados, revoluciones y cosas por el estilo y cosas más ortodoxas.
Si hacemos la cuenta del total de pronunciamientos militares documentados, entre 25 países, desde 1902 hasta la última jugarreta de golpista en Venezuela (2002), resultarán 327 golpes de estado, contando los que se estabilizaron como dictaduras por meses o años y aquellos que duraron pocos días, como fue el caso de los repetidos golpes de estado en Bolivia.
El país donde se registraron más golpes de estado en el siglo XX es Bolivia: 56, desde el golpe a Salamanca en 1934, en plena Guerra del Chaco hasta 1985. Le sigue Guatemala, con 36 golpes, desde 1944.
Perú, con 31, Panamá, con 24 (aquí se registra el que fue, posiblemente, el primero de este siglo en América latina, porque ocurrió en 1902, cuando los miembros de la Compañía que construía el Canal, se alzaron en armas, ocuparon el Palacio de gobierno y se separaron de Colombia, en acuerdo con los enviados de Rossevelt.
En Ecuador se cuentan 23 asonadas. Cuba tuvo 17 hasta 1958, Haití, 16 hasta 1995. Santo Domingo, 16, Brasil, apenas 10 golpes típicamente latinoamericanos. Chile, sólo tuvo 9, Argentina, con 8 desde el golpe contra Hipólito Irigoyen en 1930 hasta el último del coronel Mohamed Seineldín en diciembre de 1991.
Sin embargo, entre 1959 y 1969, Argentina conoció una treintena de planteos militares, de los cuales algunos tuvieron características tan golpistas como cualquiera de los otros, sólo que muchas veces terminaban en las “renuncias”, lo que alguien definió como “golpes fríos”.
México vivió sólo un golpe militar típicamente putchista, en 1929. Pero debemos descontar que las FF.AA. mexicanas fueron integradas al Estado como co-gobernantes, en un fenómeno parecido a Cuba (1959) y Nicaragua (1979).
En Venezuela sucedieron 12 golpes desde 1908 hasta noviembre de 2002 (el segundo atribuido a Chávez, que estaba preso), pero entre 1993 y 1998 se supo públicamente de 9 conspiraciones, todas abortadas. También debe ser considerada una acción golpista, la paralización de Petróleos de Venezuela (PDVSA) entre diciembre de 2002 y febrero de 2003. No sólo buques de Estados Unidos se apostaron en las costas cercanas y en alta mar, sino que el Pentágono puso en acción sus recursos al servicio del derrocamiento de Chávez (El Código Chávez, Eva Gollinger, 2004)
En Colombia hubo apenas 8 golpes y la más larga violencia rural del continente, y al sur, en Uruguay, sólo 5, con una de los más largos períodos de libertades públicas, junto con Chile; en estos dos países el siglo XX se puede medir con votos, en los otros, con botas.
En las pequeñas islas-Nación de Surinam, Jamaica, Guyana, Grenada y Trinidad&Tobago, se dieron, desde 1965, unos 15 cuartelazos para voltear regímenes democráticos y militares.

Bajo la sombra

En seis países las sociedades pasaron entre 45 y 50 años de siglo XX bajo régimen militar (Venezuela, Paraguay, Guatemala, Nicaragua, Brasil, Argentina, Bolivia). En los únicos casos donde los ejércitos fueron derrotados y sustituidos temporalmente por milicias revolucionarias u otras formas “irregular” de organización militar, encontramos a México (1910), Bolivia (1952), Cuba (1958) y Nicaragua (1979).
Algunos países como Paraguay, Guatemala o Haití, supieron en los últimos 15 años del siglo (o redescubrieron después de décadas): el voto, la libertad de expresión, prensa y organización, aunque todas esas libertades sean limitadas y recortadas recurrentemente.
Los países donde las democracias han durado más en este siglo son: Chile, Uruguay, Colombia, Venezuela y Costa Rica, suponiendo que México pueda ser exceptuada de la lista por la llamada “dictadura” del PRI, que desde 1930 hasta 1946 no permitió que un solo civil se acercara a la silla presidencial.
En casi el 30% de los casos, los golpes y las dictaduras resultaron de la intervención directa de tropas de los Estados Unidos, por lo menos desde el fin de la Guerra Hispano Norteamericana. Si registramos sólo el Caribe y Centroamérica, hasta Panamá, la proporción se acercaría al 70%.

Para todos los gustos

Clasificar y definir este total por sus características analógicas o diferenciales, resulta un voluptuoso ejercicio garciamarquiano, sobre todo cuando hurgamos en la intimidad de muchas de las dictaduras que surgieron.
La de Barrientos, en la Bolivia del 40, fue una de las más pintorescas: Un buen día el General decidió sumar a su prolífica familia la adopción de más de 40 niños “de la calle”, que alegraban el Palacio entre decreto y decreto, o el general Somoza, que se hizo construir tantas estatuas y monumentos como la deba la imaginación y el presupuesto, o el General Juan Vicente Gómez, en Venezuela, que en 1918 decretó que el país entero era “una hacienda” y él su “único amo”. Así, una tras otra, como si fueran páginas desprendidas del más febriciente realismo mágico.
Tal fue la andanada militarista y su multisápida conformación histórica, que incomodó a muchos estudiosos sesentistas como Gunder Frank y otros, que se vieron obligados a clasificarlos de alguna manera para saber de qué se trataba.
Fue así como nos enteramos que habitábamos entre regímenes “patriarcales”, “localistas”, “populistas”, “nacional-populistas” y “popular-fascistas” y “militar-progresistas”.
A finales de los años treinta, a un ruso exiliado en México que estudiaba los fenómenos nacionalistas militares de entonces, se le ocurrió agregar otra definición: Bonapartismo. Ese ruso era León Trotsky. Amplió el mapa de definiciones, pero complicó la cosa, porque el fulano Bonapartismo (en alusión a Luis Bonaparte, 1848) había que disgregarlo en dos subdefiniciones, cuando se trataba de gobiernos nacionalistas militares. Así, llamaba “bonapartistas de izquierda” cuando se apoyaban en la movilización popular para enfrentar al imperialismo (el caso de Cárdenas en México, que podría ser aplicado a Chávez en la Venezuela de 2006) y “de derecha” cuando hacen más o menos lo contrario.
Con la globalización, disuelta ya la Unión Soviética y congelada la Guerra Fría, hemos visto aparecer novedades, cada una más curiosa que la otra. A Fujimori se le ocurrió inventar el primer “autogolpe civil”, por lo menos según lo denominó el New York Times, el 8 de enero de 1991.
El paraguayo Oviedo, queriendo ser más creativo quiso convencer a Clinton en 1995 y la ONU dos años más tarde, de que sus aprestos militaristas eran “para el progreso de la democracia” (declaración del General Oviedo, al día siguiente del golpe de 1996), o sea, algo así como un “golpe democrático”.
La insurrección militar de Hugo Chávez en 1992, por su parte, suele ser considerado el primer “golpe mediático” del siglo. El hoy presidente y líder de la “Revolución Bolivariana” tendría otro destino político, si no fuera porque pudo pronunciar por televisión estas cuatro mágicas palabras: “Hemos fracasado... Por ahora”.
Dicen las malas lenguas, entre ellas la del especialista en medios Eleazar Díaz Rangel, que ese “por ahora” se encajó en la conciencia de un pueblo hastiado como una promesa redentora, y a Chávez, humilde coronel mestizo y provinciano lleno de pasión revolucionaria, lo vieron como una aparición providencial de Simón Bolívar y Jesucristo: pero en la misma persona.
Hubo una tentación de definir el siglo XX según la marca de alguna cosa (por ejemplo: el siglo del cine, de la liberación sexual, de la ecología, de la energía nuclear, entre otros)

Protagonistas de ayer y siempre

El siglo XX de América latina podría ser definido por la marca de sus golpes de estado. No sería la marca más feliz, ciertamente, pero si útil para tenerla presente en la nueva realidad política latinoamericana. De un lado, por procesos políticos revolucionarios como los de Venezuela y Bolivia. Por otro, debido a la existencia de gobiernos como los de Brasil, Argentina y Uruguay, posiblemente también el de Humala en Perú, signados por las nuevas tendencias reestatizantes.
Esta nueva realidad no le gusta nada a Washington. Las condiciones sociales y los conflictos de clases y grupos de clase continúan. Si estas contradicciones continúan y no hay salida por la izquierda desde los movimientos sociales, el cupo de los viejos golpistas de ayer será llenado por nuevos protagonistas de la contrarrevolución.

Jacques Stroumsa, el último violinista de Auschwitz


El 8 de mayo de 1943, Jacques Stroumsa, nacido en enero de 1913, llegó, con su familia y otros 2.500 judíos procedentes de Salónica, a una estación terminal. Se les hizo bajar de los vagones mientras recibían órdenes en alemán. Las mujeres y los jóvenes fueron separados de los viejos. Jacques pensó que su mujer y sus padres irían en los camiones y él, como todos los jóvenes, a pie. Jamás los volvió a ver. El destino, un mundo desconocido para él en ese momento, tenía un nombre: Birkenau (Auschwitz II).
Después de ser rapado y de que le tatuaran un número en el brazo izquierdo, un amigo suyo, médico, pronunció la expresión "campo de concentración". Era la primera vez que la oía. Le aconsejó que nunca fuera al hospital, por muy enfermo que estuviera. Le dijo que ya no tenía mujer, ni padre, ni madre. En unas horas, los que no estaban tatuados estaban muertos.
Enseguida entró en un bloque. En él le estaba esperando un kapo con la estrella negra, lo que significaba que se trataba de un criminal llevado desde cárceles alemanas para cumplir su condena en el campo.
Jacques era ingeniero. Por este motivo fue llevado al complejo industrial de Auschwitz, treinta días después de su llegada al infierno. Allí comenzó a trabajar en una fábrica de bombas de mano. Su profesión, su edad y su talento para tocar el violín fueron, probablemente, las causas de que salvara la vida. En todos los campos de la muerte había banda musical, buena prueba del indudable carácter progresista y civilizado de la sociedad nacionalsocialista alemana, y de su sensibilidad artística. Según cuenta, por ejemplo, Toivi Blatt, en el campo de exterminio de Sobibor la orquesta de música recibía a los judíos procedentes de Francia y Holanda horas antes de que fueran convertidos en humo. Rudolf Reder, en su libro sobre Belzec, campo del que fue uno de los tres únicos supervivientes, recuerda, con toda la potencia poética de la sencillez verbal más limpia, más austera, más verdadera, cómo la música sonaba mientras las cámaras procedían al gaseamiento de los judíos:
At the same time the wails of the people being suffocated in the chambers were audible, the orchestra was playing...
La orquesta sigue tocando... Tras el Holocausto la música sigue sonando, las estrellas siguen brillando:
El proceso [de exterminio de judíos en Sobibor] en el que Toivi Blatt [superviviente e integrante de la fuga de dicho campo] participó era tan eficiente, tan bien diseñado para evitar todo tipo de trastornos, que tres mil personas podían llegar, ser despojadas de sus posesiones y prendas de vestir y, finalmente, ser asesinadas en un lapso de menos de dos horas. [Blatt:] "Cuando el trabajo hubo acabado, cuando los cuerpos fueron retirados de las cámaras de gas para ser quemados, recuerdo que pensé que era una noche hermosa, estrellada, realmente tranquila (...) Tres mil personas habían muerto, pero nada había pasado. Las estrellas estaban en el mismo lugar" (Laurence Rees, Auschwitz, cap. 4).
Seguramente gracias a la necesidad de violinistas para la banda musical de Auschwitz, Stroumsa vivió unos meses más; hasta que un día, el 20 de enero de 1945, las máquinas de la fábrica pararon. El campo iba a ser evacuado y los prisioneros que, como él, quedaban vivos y en condiciones de caminar emprendieron, hambrientos y débiles, la llamada "marcha de la muerte", a unos 20 grados bajo cero, durante cuatro días y cuatro noches. Tras la marcha fueron introducidos en un tren con destino a Mauthausen (Austria). Allí trabajó Stroumsa durante otros cuatro meses, hasta que las máquinas se volvieron a detener.
Su siguiente destino fue un campo de prisioneros. El 8 de mayo de 1945 vio pasar unos tanques enormes. No sabía quiénes eran. Sólo se dio cuenta de que eran soldados americanos cuando vio la marca de los cigarrillos que llevaban, prosaico símbolo de la libertad.
Cuando llegó a Francia recibió, como todos los supervivientes, 1.000 francos, que guardó para comprar un violín. Entró en una tienda y probó un violín que no podía adquirir con el dinero que tenía. En la soledad de la tienda, tocó el concierto 80 en la mayor de Mozart. Dos años después, la vendedora se lo regaló.
Jacques Stroumsa ha fallecido en Jerusalem el día 14 de noviembre de 2010 a los 97 años de edad, 65 años de victoria sobre el nazismo como superviviente. El 28 de agosto de 2007, en Yad Vashem, relató esta historia, como la había relatado otras muchas veces y como aún la relataría muchas más. A partir de ese testimonio ha sido transcrita. Un testimonio en un ladino delicioso, que a los españoles podía sonarnos como la voz de la España medieval. Narraba el horror más extremo con una serenidad implacable, con una frialdad inflexible, transparente, libre de cualquier atisbo de sentimentalismo, de cualquier tentación de retórica, rasgo común a todos los supervivientes que he conocido o leído. Mientras no pocos de los asistentes se habían solazado, durante las intervenciones en sesiones precedentes, en el recurso consolador de adjetivar el exterminio, congraciándose acaso con la propia conciencia y con la especie humana, Stroumsa, que realmente sabía de lo que hablaba, cumplía a rajatabla la máxima ética (y estética) de ceñirse al relato de lo sucedido, a lo sustantivo, mostrar sin más la historia, sabiendo que calificarla de algún modo es rebajarla, abaratarla, traicionarse a uno mismo y a los que no pudieron contarla. Contaba su relato sin ensuciarlo con juicios de valor ni contaminarlos con sentimentalismos falsos y obscenos, ese imperativo racional que ningún superviviente osaría infringir. Hablaba con la sencillez poética del que está diciendo verdad, porque está diciendo el horror. Su valioso testimonio puede encontrarse en sus libros autobiográficos: Escoger la vida y Violinist in Auschwitz: From Salonica to Jerusalem, 1913-1967.

Y es que los testimonios de los supervivientes constituyen todo un género literario en sí mismo, con sus peculiaridades literarias y con un alcance filosófico de gran potencia, derivado de la estricta narrativa de los hechos. Acaso este género literario suponga un retorno a la condición más originaria y elemental de la narración en un plano que es, no obstante, radicalmente opuesto al de su génesis. El material que nutre estos textos no pertenece a los mitos de un pueblo, que operan como elementos de construcción de identidad cultural o ideológica. Su material, con una carga literaria que ningún relato de ficción puede igualar, a tales extremos de horror y belleza llega la realidad, es el acontecimiento histórico del exterminio sistemático de los miembros de un pueblo por un Estado del futuro y del progreso. El relato de los supervivientes no contribuye a la construcción de un pueblo. Es, por el contrario, el esfuerzo por desvelar la destrucción de un pueblo y la forma de sobreponerse con palabras a él.
De ese entramado burocrático e industrial que fue el Holocausto, en el que al individuo no le quedaba margen más que para la muerte y para diversos grados de complicidad y abyección, brota la necesidad de sobrevivir a toda costa, al menos para una sola cosa: contarlo. Así, se da el testimonio del superviviente como fuente de narración. El superviviente es sujeto y agente de su propia tragedia. Héroe y traidor. Víctima y cómplice. ¿Cómo verbalizar esa dualidad extrema? La palabra se resigna a mentir desbordada de verdad, a clamar en el desierto de la ausencia definitiva de Dios, de la presencia ominosa del hombre, esa especie depredadora con cobertura simbólica, con vocación de sentido:
No había Dios en Auschwitz. Las condiciones eran tan horribles que Dios decidió no ir allí. No rezábamos porque sabíamos que eso no serviría de nada. Muchos de los que sobrevivimos somos ateos. Simplemente no confiamos en Dios. (Linda Breder, en Laurence Rees, op. cit.).
Y, en fórmula más concisa, Elie Wiesel (en La Noche):
Todo ha terminado. Dios no está ya con nosotros.
La palabra de los supervivientes lleva dentro la carga de la verdad, del desvelamiento del Absoluto (Mal), del Mal (Absoluto). Esa verdad que sólo la voz de los silenciados puede contener. El testimonio del superviviente es la traición necesaria para que sea oído el silencio de los muertos. Es la participación en el horror, sin la que no hubiera habido testimonio del horror.
El valor del testimonio de los supervivientes y de su condición misma de supervivientes es incalculable, y sin embargo este valor es, diríamos, indirecto en cierto modo, porque es infinitamente más verdadero el silencio de los que no sobrevivieron al horror totalitario. Pero estos testimonios son condición de posibilidad para que la verdad silenciosa de los exterminados se haga oír. Sin esas voces, el silencio verdadero de los asesinados se convierte en olvido victorioso de los asesinos. Y el olvido es ignorancia, y la ignorancia es servidumbre, la peor de las muertes, según Platón.
La palabra ofrece la parte humana del horror, la parte soportable. El silencio lo apunta, lo roza en toda su pureza. La palabra escrita es casi una traición que convierte en tolerable lo que no lo es, pero una traición necesaria, la única forma de traición que no traiciona a los acallados por las cámaras de gas (y el resto de procedimientos de las maquinarias de la muerte), condenados a un silencio que es el verdadero legado transmitido por los supervivientes.

Las actividades del nazismo en la Argentina


La idea de llevar el nazismo organizado a Buenos Aires fue de los marineros mercantes de las líneas Hamburg-Süd y Hapag-Lloyd que salían de Hamburgo. Desde mediados de 1930, los miembros del partido de Hamburgo habían trabajado para crear una oficina en el puerto sudamericano con el fin de mantener contacto con los alemanes de ultramar y a la vez obtener fondos para el movimiento nazi. El 7 de abril de 1931 el Landesgruppeargentino era fundado con 59 miembros como Auslandsabteilung der Reichsleitung der NSDAP (Departamento de Ultramar de la Dirección Nacional del Partido Nazi). Dos meses después, su líder, Rudolf Seyd, condujo a la delegación nazi a las ceremonias anuales que se celebraban en el memorial de guerra del cementerio alemán. Allí se exhibió por primera vez en público la esvástica, que aparecía en la bandera del recién establecido grupo local del NSDAP en Buenos Aires. Sin embargo, los primeros años del partido fueron turbulentos, caracterizándose por la lucha por el liderazgo. El grupo fue reorganizado en 1933 como la Gau Ausland (región de ultramar), y luego la Auslandsorganisation (organización de ultramar), o AO, del Partido Nazi. (1)  
    El partido Nazi argentino, según registros descubiertos en Alemania al final de la guerra, tenía 315 miembros a principios de 1933, y 2110 a comienzos de 1936. En 1937 la AO hizo el cálculo de que el Landesgruppeargentino era en números absolutos el cuarto partido Nazi fuera del Reich (después de los de Brasil, Holanda y Austria). No obstante, considerando la relación entre los alemanes nativos que residían en la Argentina y los miembros del partido, la relación era de 28:1, lo cual colocaba al partido argentino muy abajo en las estadísticas. Cuando el partido fue supuestamente disuelto por la presión del gobierno argentino a mediados de 1939, las listas contenían 1635 miembros. Según Wieland, los criollos fueron admitidos en la organización semilegal que lo sucedió, denominada Federación de Círculos Alemanes de Beneficencia y Cultura. La última cantidad de miembros registrada fue de 1489 a fines de 1942. El 16 de septiembre de 1942, el presidente Castillo ordenó el cierre de la federación, y en agosto de 1943 el gobierno militar la disolvió definitivamente. (2)  
    Cercana al partido, otra organización nazi que se ocupaba mucho de los alemanes argentinos era el Frente de Trabajo Alemán (Deutsche Arbeits-Front, o DAF). Es probable que haya sido fundado por Alfred Müller y transferido por éste en octubre de 1934 a Walter Leupold. En un comienzo cada categoría de trabajadores tenía su jerarquía propia; en 1936 este sistema fue reemplazado por organizaciones en el lugar de trabajo. A partir de esta fecha sólo pudieron asociarse alemanes o personas con derecho a la ciudadanía alemana. Las tarjetas de asociación estaban firmadas por el ministro de Trabajo del Reich, pero las cuestiones de administración y disciplina las consideraba el Landesgruppe nazi. El DAF y su órgano, Der Deutsche in Argentinien, llevaron a cabo una virulenta campaña antisemita. En el momento de apogeo, el DAF argentino tuvo 12.000 miembros, la mayor parte de los cuales trabajaba en empresas alemanas del Gran Buenos Aires. En 1939, al igual que el NSDAP, debió pasar a la clandestinidad, pasando a llamarse Unión Alemana de Gremios. (3)  
    La Liga del Pueblo Alemán para Argentina (Deutscher Volksbund für Argentinien o DVA) había sido fundada por la legación alemana en 1916. En la década del 30, bajo la presidencia de Wilhelm Romer, la Volksbund se reorganizó, quedando con unos 2000 miembros en 70 locales. Romer utilizaba los canales del NSDAP para incentivar a los miembros del partido nazi que vivían en el interior a asociarse a la liga. Los objetivos declarados de la misma eran el servicio a la comunidad y el fortalecimiento de ésta respecto de la conciencia de sus deberes de defensa de la identidad alemana. Para lograr esto, proporcionaba material de enseñanza gratuito a las escuelas alemanas del interior. También trabajó para contradecir los informes desfavorables hacia la Nueva Alemania que aparecían en la prensa argentina. (4)  
    Asimismo, el nacionalsocialismo trató de canalizar su influencia a través de las más de 200 escuelas alemanas que existían en la Argentina. En 1938, sólo 7 de éstas se habían declarado exentas de dicha influencia. Las demás respondían a una nacionalismo alemán conservador o directamente al hitlerismo. En una serie de casos, maestros entrenados en Alemania y completamente ignorantes de la Argentina se dedicaron a expandir la ideología nazi. Cuando la situación fue conocida en 1938, provocó la reacción de los políticos argentinos. (5)  
    El nazismo también aprovechó para sus fines los clubes deportivos y musicales inspirados “en el espíritu alemán”, que las asociaciones escolares germano-argentinas habían creado para que los jóvenes pudieran continuar con sus prácticas después de terminados sus estudios. También fue utilizada para el adoctrinamiento la organización de los boy-scouts germano-argentinos (Deutsch-Argentinisches Pfadfinderkorps), a la que podían ingresar niños alemanes y argentinos de padres alemanes. Luego fue creada la Juventud Hitlerista, que más tarde contó con una rama de la Liga de Doncellas Alemanas (Bund Deutscher Madl). En ambas, solamente los niños Reichsdeutscheeran aceptados. Los miembros de estas organizaciones eran movilizados para distintos actos, como reuniones del partido y de la DAF, conferencias o exhibición de películas, comidas comunales, festivales de solsticio, comienzo y fin de las clases, y festivales por las cosechas y Navidad. Todos los años, el calendario nazi agregaba nuevos acontecimientos que celebrar. El 1º de mayo de 1935, doce mil alemanes festejaron el Día del Trabajo en la ciudad de Buenos Aires; en 1936 quince mil de ellos se reunieron en el Luna Park. El último año, la fecha también fue conmemorada en distintos puntos del interior. (6)  
    Cuando dejaban la Juventud Hitlerista, los jóvenes más brillantes podían continuar su carrera en las escuelas de liderazgo SS en Alemania o en la Escuela del Reich para Marinos y Alemanes de Ultramar en Altona. Se ha calculado que los miembros SS en la Argentina pueden haber sido alrededor de 370. Los hombres SS dependían de la Gestapo y tenían a su cargo la función original, que era la de proporcionar guardias tanto para los miembros como para las ceremonias del partido. También se hicieron presentes en reuniones de fascistas argentinos. (7)  
    En octubre de 1937, algunos miembros del Sport-Abteilung del partido –también SA- se dejaron ver en la marcha Langemarck anual llevando uniformes de las tropas de asalto. Un líder del partido y simpatizante de las SA, Karl Arnorld parece haber sido el ornanizador del evento. Hacia 1940, según un autor argentino, el líder SA era un tal Vagedez, empleado de la firma Bromberg; y, según la prensa argentina, las SA habían sido reorganizadas como una amenazante fuerza de asalto. Su núcleo lo formaba la infantería, que se entrenaba en estancias de propiedad alemana. Contaba también con un cuerpo motorizado (coches, camiones, motos y carros blindados que pertenecían a los bancos alemanes); caballería, cuya base era el Club Hípico Alemán; aviones deportivos y deslizadores, perros de ataque, y divisiones de señales, médica y de embarcaciones pequeñas. No obstante, Newton considera que todo esto era producto de la imaginación popular y periodística. (8) 
    El nacionalsocialismo alcanzó también a las comunidades alemanas de interior. En el Chaco, residían 1800 colonos alemanes que habían alcanzado cierta prosperidad. Pero en 1937, debido a la sequía y las langostas, las cosechas prácticamente se perdieron causando graves perjuicios a los agricultores. En esta circunstacia, la asociación para la ayuda social nazi llegó en auxilio de muchos de ellos, suscitando de esta manera adhesiones al movimiento. (9) 
    En Entre Ríos a su vez vivían unos 64.000 alemanes y descendientes de los mismos, distribuidos en 124 pequeñas comunidades, con 85 y escuelas. La influencia nazi en esta zona llegó a las iglesias, quince de las cuales serían intervenidas en 1945 por el gobierno provincial. Existieron 35 locales del NSDAP o “puntos fuertes” en la provincia y los miembros del partido aparentemente controlaron muchas cooperativas agrícolas. Concordia fue un centro de actividades nazis dado su fácil comunicación con el Uruguay. (10)  
    Por último, debe mencionarse a Misiones, que a comienzos de la década del ’40 tenía una población de 190.000 habitantes, de los cuales 80.000 eran extranjeros. Entre éstos había unos 14.000 alemanes, pero el número de germanohablantes era mayor. La situación preocupaba al gobierno argentino porque también del otro lado de la poco custodiada frontera, en los países vecinos, eran numerosos los asentamientos de alemanes y sus descendientes. Advirtiendo el ambiente propicio para el proselitismo, los nazis comenzaron a organizar reuniones en 1933 en Alba Posse. Los “puntos fuertes” se multiplicaron rápidamente en las ciudades y colonias con población germana, como Leandro N. Alem, Oberá, Colonia Liebig, Bonpland, Cerro Azul, Cerro Corá y Monte Carlo. En el Alto Paraná, las colonias de Eldorado (Eldorado, Puerto Rico y Monte Carlo) tenían un fuerte carácter nazi, proliferando carteles y símbolos alusivos al mismo. (11) 
    Por otro lado, el Tercer Reich destinó parte de sus esfuerzos a cultivar la opinión de políticos, gerentes y profesionales argentinos, consumidores potenciales de la moderna tecnología alemana y medio para acceder a los artículos básicos para la economía alemana, tales como granos, lana y aceites industriales. Era responsabilidad del embajador alemán en la Argentina Edmund von Thermann cultivar la buena opinión de los funcionarios del gobierno argentino y de la alta sociedad. Pero a pesar de los esfuerzos de los representantes del Tercer Reich para ganar adeptos en la Argentina, los conversos sobre bases puramente ideológicas fueron relativamente pocos. El exclusivismo racial y el anticlericalismo del nacionalsocialismo alemán limitaban bastante su poder de atracción de los derechistas argentinos. Los pronazis locales eran movidos por una variedad de consideraciones, la mayoría de ellas materiales. Los representantes alemanes del Tercer Reich tenían bastante conciencia de esta limitación y planearon crear, con incentivos materiales, redes con los empresarios, burócratas, policías, militares, y profesionales vinculados a medios de información en la Argentina, que fuesen útiles, o potencialmente funcionales, a los intereses alemanes. (12) Incluso el embajador von Thermann no dudó en invitar a su despacho al cardenal Pacelli, futuro papa Pío XII, cuando asistió al Congreso Eucarístico de 1934, con el evidente fin de recomponer las conflictivas relaciones del Reich alemán con la Santa Sede (13) y contrarrestar la imagen de anticlericalismo del régimen nazi que espantaba a potenciales adeptos entre los católicos de derecha de la elite argentina. (14)  
    La embajada alemana en la Argentina hizo esfuerzos para cultivar a intelectuales, profesionales y funcionarios argentinos en la visión de la “nueva Alemania”. A mediados de 1936 se fundó una Comisión de Cooperación Intelectual, integrada por 19 destacados argentinos proalemanes, entre los que se destacaban Gustavo Martínez Zuviría, el Premio Nobel de Biología Bernardo Houssay, el decano de la Facultad de Derecho de Buenos Aires Juan P. Ramos, el político derechista Matías Sánchez Sorondo, los médicos Gregorio Aráoz Alfaro y Mariano Castex y los historiadores Ricardo Levene, Carlos Ibarguren y Roberto Levillier. (15) En julio de 1937 la embajada subsidió la fundación de un Instituto de Estudios Germánicos dentro de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires. El instituto fue dirigido por Juan Probst, un profesor de literaturas del norte europeo en la universidad nacional, que había nacido en Alemania. (16) Además, el embajador von Thermann dispuso que las universidades alemanas otorgaran títulos honorarios a personajes notables de la política argentina como Saavedra Lamas, Castex y Ramón Castillo. (17)  
    Pero el principal medio de propaganda fue la Institución Cultural Argentino-Germana, fundada con el objetivo de facilitar el intercambio de artistas e intelectuales. Con un presupuesto en expansión, esta institución ofreció amplios programas de conferencias, filmes, exposiciones y cursos poco costosos de idioma alemán. Hacia 1936 se habían inscripto en estos cursos 800 estudiantes argentinos. La agregaduría cultural dedicó grandes sumas de dinero a las excursiones a Alemania que organizaba la Institución Cultural Argentino-Germana. Asimismo, el Instituto de Estudios Germánicos, la Asociación de Ingenieros Alemanes y las sociedades culturales alemano-argentinas de ciudades como Córdoba y Mendoza reclutaron muchos académicos, profesionales y gente joven procedentes de familias argentinas de buena cuna para estas expediciones a Alemania. También los alemanes ofrecieron viajes gratis o subsidiados a individuos argentinos, incluyendo visitas a los Juegos Olímpicos de Berlín en 1936. El cultivo de argentinos influyentes resultó un medio eficaz para la diplomacia alemana. Incluso en fecha tan tardía como junio de 1941, había 116 intelectuales y profesionales argentinos que seguían recibiendo correo regular de los periódicos alemanes pronazis a través del consulado general argentino en Berlín. (18)  
    Por otra parte, cuando el embajador von Thermann presentó sus credenciales al presidente Agustín Justo a fines de 1933, el mandatario argentino le dijo que estaba dispuesto a designar en puestos importantes del ejército a oficiales entrenados en Alemania, quienes en su opinión eran los profesionales más competentes que podían conseguirse. Von Thermann sintió satisfacción por las palabras de Justo, pues supuso que en vez de esforzarse por ganar una presencia alemana entre los militares argentinos, sólo necesitaba aumentarla. En esta tarea, el embajador alemán fue auxiliado por los informantes alemanes que habían estado trabajando con el ejército argentino desde la década de 1920. En 1936, cinco oficiales alemanes, nominalmente retirados de la Wehrmacht, fueron reclutados para trabajar en la Argentina bajo contrato con el Ministerio de Guerra argentino y llevando uniforme argentino: el general Günther Niedenführ, el coronel Friedrich Wolf (de artillería), el mayor Rudolf Berghammer (escuela de caballería), el mayor Joachim Hans Moehring (comisario) y el mayor Otto Kriesche (Luftwaffe). Iniciada la guerra, los contratos de estos cinco oficiales fueron liquidados antes de su vencimiento, el 11 de agosto de 1940, y los militares se dispersaron: Niedenführ fue nombrado agregado militar en las embajadas de Río y Buenos Aires, Wolf pasó a ser agregado en Chile, Moehring y Kriesche fueron agregados a la embajada en Buenos Aires, y Berghammer trató de regresar a Alemania. (19)  
    Por cierto, durante la década del treinta se había extendido entre los miembros del ejército la posición nacionalista. Esta incluía la imagen de un país unido y disciplinado, estratificado jerárquicamente y dotado del poder necesario para llevar adelante una política exterior independiente. También implicaba desterrar la influencia económica de Gran Bretaña, por lo cual la hostilidad hacia este país era un objetivo deseable. De esa manera, los partidarios y los agentes de la Alemania nazi incentivaron este sentimiento antibritánico y difundieron las ideas del totalistarismo en el cuerpo de oficiales. (20)  
    Para establecer relaciones personales con los oficiales argentinos, el embajador von Thermann desarrolló el Club Hípico Alemán como un lugar de esparcimiento donde los militares podrían montar buenos caballos, discutir asuntos militares y pasarla bien. Además, von Thermann y su esposa ofrecían una vez al año una comida formal para los más altos funcionarios del Ministerio de Guerra argentino, aunque no todos los argentinos convocados respondían positivamente a la invitación. (21)  
    Von Thermann procuraba además alentar en los militares argentinos la admiración por el nuevo ejército alemán. Para ello, el embajador alemán dispuso que algunos oficiales argentinos visitaran o sirvieran en unidades de laWehrmacht o asistieran a escuelas de la Wehrmacht. A principios de 1936, 10 militares argentinos asistían a escuelas militares especializadas de Alemania; 21 estaban en Alemania a fines de 1937, y otros 6 acababan de regresar de viajes de tareas de 22 meses; en 1939, en vísperas de la guerra, había 14 de ellos en Alemania. (22)  
    Algunos militares argentinos eran particularmente insensibles al impacto político que sus asociaciones con elementos del Tercer Reich podían tener en la opinión pública argentina. Los generales Rodolfo Martínez Pita, Carlos von der Becke, Armando Verdaguer y Francisco Reynolds permitieron ser fotografiados en una función del Kyffhäuser Bund el 2 de octubre de 1937, en el medio de un mar de saludos hitleristas. La fotografía fue reproducida con frecuencia. (23) Estas acitudes provocaron un enfriamiento de las relaciones de la embajada alemana con las fuerzas armadas argentinas a partir de la llegada del aliadófilo Roberto Ortiz a la presidencia argentina. Como alguno de sus ministros, en especial su ministro de Guerra, general Carlos O. Márquez, eran antagónicos al Tercer Reich, muchos de los oficiales argentinos, siguiendo la dirección adoptada por la administración de Ortiz, comenzaron a ausentarse de los círculos alemanes. (24) 
    Von Thermann comentaba a sus interrogadores de posguerra que aquellos militares argentinos que se vinculaban a la embajada alemana en Buenos Aires contaban con la ventaja pecuniaria de obtener comisiones de las firmas alemanas en las compras de armas u otro material militar. Por ejemplo, el general Juan Pistarini recibió una medalla y una comisión de las autoridades alemanas como jefe de la misión argentina de compras militares enviada por el presidente José Félix Uriburu en 1930; más tarde, y ya como ministro de Obras Públicas, Pistarini entregó contratos importantes de construcción a la firma de construcción GEOPE, siendo además improbable que rechazara los sobornos por los que era famosa esta firma. Por su parte, el general Juan Bautista Molina -a quien el embajador von Thermann describió como su mejor amigo entre los militares argentinos- estaba en la lista de personas de confianza (Vertrauensmann) y recibía fondos de la embajada alemana enviados mediante firmas alemanas. (25)  
    El  hecho de que el general (R) Basilio Pertiné fuera reelegido como presidente del Círculo Militar, a pesar de su conocida tendencia progermana, en junio de 1941, justo en el momento en que tanto en el Congreso como en la prensa se acusaba al gobierno del presidente interino Ramón Castillo de conocer las actividades de la quinta columna nazi en los organismos del gobierno y del ejército y no haber realizado ningún esfuerzo para impedirlas, es visto como un signo de que dichas actividades no preocupaban al sector de los oficiales medios e inferiores del ejército. Más bien la tendencia era profundizar la posición nacionalista, mantener estrictamente la actitud de neutralidad frente a la guerra y cierta reserva respecto de los intentos norteamericanos de organizar la defensa continental. (26)  
    Durante la década de 1930, también se acercaron a la embajada alemana algunos políticos argentinos, entre los cuales figuraron Matías Sánchez Sorondo, Carlos Ibarguren y Manuel Fresco. Sánchez Sorondo fue ministro del interior del gobierno provisional de Uriburu, más tarde senador de la provincia de Buenos Aires, ámbito donde se reveló como antijudío y defensor coherente de causas reaccionarias. A mediados de 1937 viajó a Europa como invitado oficial del gobierno alemán y le concedieron una audiencia con Hitler. En 1938 se convirtió en el dirigente espiritual de la Sociedad Exportadora-Importadora Argentina-Oriente y bregó por la ampliación del intercambio entre la Argentina y Japón. También ayudó a crear el Instituto Cultural Japonés-Argentino, que más tarde se convirtió en un centro de espionaje japonés. Durante la presidencia de Castillo, Sánchez Sorondo llegó a ser jefe del instituto estatal de promoción cinematográfica y presidente del Banco de la Provincia de Buenos Aires. Fue destituido por el gobierno en junio de 1943. Por su parte, Carlos Ibarguren era consejero legal del Banco de la Nación y presidente de la Compañía de Seguros Germano-Argentina; tenía muchos contactos comerciales, incluyendo GEOPE. Manuel Fresco era un médico al servicio de los ferrocarriles británicos, que llegó a ser gobernador de la provincia de Buenos Aires como resultado de una intervención federal de Justo en 1934, y fue depuesto como resultado de otra intervención federal (la de Ortiz en 1939). Fresco era admirador del fascismo italiano, se veía a sí mismo como otro Mussolini e implantó en la provincia de Buenos Aires un régimen autoritario, donde la instrucción religiosa fue impuesta por decreto, las cooperativas eléctricas fueron perseguidas, el juego legalizado y se aplicó la intimidación sistemática. Obtuvo apoyo de los alemanes para varias empresas editoras, incluyendo La Fronda y La Tribuna. (27)  
    Otras importantes figuras del espectro político, militar y empresario argentino con una estrecha vinculación con la embajada alemana en Buenos Aires fueron diplomáticos como Luis Hipólito Yrigoyen (sobrino del ex presidente), Oscar Ibarra García (representante en Dinamarca, entre 1937 y 1943, y rechazado como embajador en Washington en 1945 debido a sus conocidos puntos de vista antiestadounidenses), Alberto Uriburu y Mario Amadeo; ex militares como Alberto Baldrich (que como interventor en Tucumán gobernó la provincia sobre las bases fascistas) y León Scasso (ministro naval en el gobierno de Ortiz y que durante la gestión de Castillo ayudó a los oficiales y técnicos del Graf Spee). Se agregan a esta lista Justo Bergadá Mujica (después de 1939 consejero legal de la embajada alemana); Adolfo Mujica; Ramón Godofredo Loyarte (diputado nacional por la provincia de Buenos Aires y en 1943 interventor del Consejo Nacional de Educación); el empresario Alejandro von der Becke (hermano de Carlos); Leopoldo Lugones (hijo del poeta, asesor policial del presidente provisional Pedro Ramírez en 1943), y Guillermo Zorraquín (presidente de los Amigos de Alemania). (28)  
    Entre los núcleos de simpatizantes argentinos de la causa nazi ubicados fuera de la capital se hallaban el conformado por alemanes y argentinos en Bahía Blanca, entre cuyos integrantes se encontraban Juan Benito Llosa, funcionario de salud pública del distrito, jefe de la Legión Cívica de Bahía Blanca y de la Alianza de la Juventud Nacionalista; y el pintor y decorador Julio Sixte, cuyos hijos trabajaron para la Gestapo y como correo del partido Nazi. (29)  
    Otro canal a través del cual el régimen alemán procuró estrechar sus lazos con el gobierno y la sociedad argentinos fue el de la propaganda ideológica. La agencia noticiosa Transocean canalizaba relatos favorables al Reich para la Argentina y sus clientes latinoamericanos, procurando además un “trabajo de perturbación”, por el cual desacreditaba a agencias del bando enemigo como Havas, Reuters, Associated Press y United Press, colocando historias falsas y sobornando a sus empleados. En la Argentina, esta propaganda era financiada en parte desde Alemania y en parte a través de las exacciones de la oficina de prensa a las empresas alemanas instaladas en la Argentina. (30)  
    En sus instrucciones de septiembre de 1933, Josef Goebbels, quien en el régimen de Hitler manejó todo lo vinculado con propaganda ideológica, dividía la prensa extranjera en cuatro clases. (31) La clase uno, la prensa antifascista, debía ser atacada por todos los medios, incluyendo el boicot económico (la exclusión de avisadores) y la filtración de información falsa que tenía por fin debilitar la credibilidad de los diarios que se opusieran al Reich. En esta clase estaban incluidos, además del diario de la colectividad alemana antinazi en la Argentina Argentinisches Tageblatt, el diario de izquierda radical Crítica, y el socialista La Vanguardia.  La clase dos estaba integrada por la prensa independiente seria, que debía ser infiltrada o comprometida. En esta clase estaban comprendidos los periódicos La Prensa y La Nación, que fueron denunciados por la prensa de derecha subsidiada por Alemania como periódicos financiados por enemigos del Tercer Reich.  A su vez, la clase tres era la prensa pequeña, mayoritariamente provincial, vulnerable desde el punto de vista financiero, razón por la cual era un blanco predilecto para la propaganda subsidiada por Alemania. El Servicio Mundial de Prensa, con varias oficinas en Alemania, era responsable de escribir, en español, artículos proalemanes o antibritánicos o antinorteamericanos, con el objetivo de influir en las preocupaciones y prejuicios de los lectores de las provincias. En 1939, la embajada estadounidense en la Argentina informó que La Provincia de Salta, Restauración de Victoria (Entre Ríos), La Voz del Chaco de Resistencia, El Día de Jujuy, La Opinión de Balcarce, El Imparcial de Bolívar y El Atlántico de Bahía Blanca editaban regularmente material de segunda mano que tenía una inclinación anti-Estados Unidos. (32) Finalmente, la clase cuatro comprendía la prensa abiertamente profascista, que recibía apoyo alemán a través de subsidio directo, incluía a la prensa subsidiada de idioma alemán (Deutsche La Plata ZeitungDer TrommlerDer Ruslandsdeutsche y Der Deutsche in Argentinien) y los periódicos argentinos (Caras y CaretasEl Mundo y La Razón). La extensa lista de periódicos argentinos de derecha subsidiados por Alemania incluía a ClarinadaLa Fronda, considerado el órgano del Jockey Club y que se convirtió en un medio violentamente antibritánico y antidemocrático después que su director, Francisco Uriburu, pasó varios meses en Alemania en 1937; Afirmación De Una Nueva ArgentinaReconquista (fundada en 1939 por Raúl Scalabrini Ortiz con apoyo de Sánchez Sorondo, Fresco y la embajada alemana); y luego del estallido de la guerra, América alerta (editada por Horacio Félix Lagos, un oficial retirado de la Fuerza Aérea), La Tribuna de Fresco, CabildoEl FederalLa Voz Nacionalista y El Pampero.  A estas publicaciones de orientación pronazi se agregaban los órganos antisemitas como la revistaCriterio, del padre Gustavo Franceschi, Bandera Argentina y Crisol dirigidos a los grupos católicos. (33)  
    No obstante, y a pesar de gastar sumas prodigiosas en propaganda en los periódicos, el Tercer Reich y sus partidarios sólo obtuvieron influencia en periódicos urbanos de segunda línea y en los medios de prensa menos prestigiosos de las provincias, sin lograr el respaldo de ningún medio líder de opinión, como La Prensa, o La Nación, que mantuvieron en todo momento una posición aliadófila. 
    En la radio, los alemanes encontraron su canal de propaganda más exitoso. La Compañía Alemana de Transmisión en Ultramar, cuyas instalaciones en Zeesen empleaban seis poderosos transmisores, con dos de reserva, empezaron a realizar transmisiones de onda corta en español en 1934. Los programas eran retransmitidos en Buenos Aires, Lima y La Paz. Pronto los alemanes encontraron medios de interferir las transmisiones radiales inglesas, francesas y estadounidenses. (34) Durante los años de la guerra, una serie de radios, entre ellas Radio Prieto de Buenos Aires, Splendid, Cuyo, Callao, Cultura, Stentor, del Pueblo y Municipal, transmitió informes de prensa de Transocean y propaganda alemana producida localmente. La embajada alemana en Buenos Aires, empresas como Siemens-Schuckert y el propio gobierno alemán aportaron equipamiento y subsidios a esta red radial. (35)  
    Asimismo, el embajador von Thermann participó activamente en la distribución de propaganda nazi de corte antisemita a través de libros. En un gesto muy publicitado del 9 de abril de 1934 obsequió a la Biblioteca Nacional un lote de libros alemanes, panfletos antisemitas seleccionados por el propio director de la Biblioteca, Gustavo Martínez Zuviría (Hugo Wast), y el cónsul argentino en Berlín. También la Biblioteca recibió con regularidad una docena de periódicos del Tercer Reich y en ese mismo año adquirió 40.000 ejemplares de las novelas antisemitas Oro y El Kahal para la distribución gratuita entre argentinos influyentes. (36)  
    Los panfletos antisemitas que la embajada alemana distribuía en la Argentina y en los países vecinos se imprimían en Hamburgo y eran introducidos a través de la valija diplomática o de la Oficina de Gottfried Sandstede. También se registraron libelos antisemitas de inspiración propiamente argentina, tales como Roosevelt es judío, publicado por Crisol en 1938; y Las razas de Tomás Amadeo, texto de una charla ofrecida en el Jockey Club el 25 de junio de 1936. De este último texto se distribuyeron 150.000 ejemplares a través de las instalaciones del Jockey Club. (37)  
    Por cierto, el régimen de Hitler adoptó una decisión que tuvo serias consecuencias para los intereses de las empresas alemanas radicadas en la Argentina: digitar los medios de prensa a los que las empresas podían entregar su publicidad. El objetivo era impedir que aquellos diarios que mantenían una posición crítica al Tercer Reich contaran con recursos económicos derivados de su publicidad a las empresas. Pero en la práctica, esta medida de manipulación ideológica tuvo efectos económicos adversos para los intereses de las empresas alemanas, pues, con excepción de los pequeños órganos nacionalistas como ClarinadaBandera ArgentinaCrisol y El Pampero, el resto de la prensa argentina mantenía una postura crítica frente al régimen de Hitler. Informaba al respecto el embajador alemán von Thermann a su ministerio en Alemania: “Los periódicos realmente influyentes como La PrensaLa Nación o El Mundo no son comprables, ni siquiera por sumas millonarias”. Thermann comentaba también que los esfuerzos de la embajada alemana en la Argentina para sostener la aparición de El Pamperocomenzaron a rendir sus frutos, ya que este periódico había logrado aumentar su tirada. (38)  
    No obstante, esta política del gobierno alemán resultó perjudicial a los intereses de las empresas alemanas, que se veían obligadas a reducir su publicidad a medios pronazis  -los anteriormente mencionados Clarinada,Bandera ArgentinaCrisol y El Pampero, más el periódico de la comunidad alemana el Deutsche La Plata Zeitung y las publicaciones del partido nacionalsocialista en la Argentina Der Trommler y Der Deutsche in Argentinien, que eran poco leídos por la sociedad argentina-. También perjudicó a las empresas alemanas la prohibición de colocar avisos en el Argentinisches Tageblatt, diario dirigido por Ernesto Alemann que, a partir de la proclamación de Hitler como canciller en enero de 1933, llevó a cabo duros ataques al nacionalsocialismo. En abril de dicho año, Hitler prohibió la circulación de este diario en territorio alemán, y envió telegramas a la Argentina, dirigidos al Banco Alemán, al Banco Germánico de la América del Sud y al Banco Alemán Transatlántico, exigiendo a estas instituciones que retirasen sus avisos del diario. (39)  
    A pesar de estas medidas de boicot del régimen de Hitler, la campaña antinazi del Argentinisches Tageblatt continuó. Este factor llevó al embajador von Thermann a dirigirse por nota al canciller argentino Carlos Saavedra Lamas el 18 de enero de 1934, exigiendo sanciones al periódico por sus ofensas al Tercer Reich. (40) No obstante este intento, el Argentinisches Tageblatt mantuvo su prédica contra el régimen de Hitler y se convirtió en el periódico de lectura obligada de los alemanes que huían de su país y se encontraban en la Argentina con una comunidad alemana que en su mayor parte adhería a la ideología nazi.  
    En la sesión de la Cámara de Diputados del 18 de mayo de 1938, el diputado Enrique Dickmann alertó a sus colegas sobre la peligrosidad de la infiltración ideológica del  régimen nacionalsocialista alemán en la Argentina, y denunció la manipulación del Tercer Reich sobre el personal de las empresas alemanas instaladas en la Argentina en los siguientes términos:

En el país argentino hay una gran cantidad de instituciones económicas, financieras, empresas de construcción, que son sucursales de las existentes en Alemania. Todas ellas han sufrido profundos cambios: se han mandado desde Alemania directores de confianza del Partido Nacionalsocialista. No toman ningún empleado ni obrero que no pertenezca al Frente de Trabajo Alemán, que agrupa alrededor de 4000 obreros en la Capital Federal, que trabajan en empresas alemanas, y otros tantos en el interior. 
Hay circunstancias que agravan la situación: los obreros y empleados están fiscalizados y vigilados por el Frente de Trabajo Alemán; se les obliga a pagar cuotas que, según personas que han hecho un estudio profundo, llegan a ser del 15 al 20 por ciento de sus sueldos y salarios. Esta contribución obligatoria ha significado en 1937 más de dos millones de pesos. Es un tributo que paga la economía nacional al Frente de Trabajo Alemán. Esto, aparte de las suscripciones, del socorro de invierno, etc. Este dinero se dedica a propaganda nazista. 
Por investigaciones personales que he hecho, y por informes absolutamente fidedignos que poseo, sé que gran parte de esos obreros y empleados no comulgan con la ideología nacionalsocialista; pero si lo manifestaran perderían enseguida su trabajo. Están obligados, además, a enviar sus hijos a las escuelas alemanas; de lo contrario, son despedidos ipso facto. Están obligados, asimismo, a concurrir a todas las manifestaciones organizadas por el grupo territorial del Partido Nacionalsocialista. Hay un espionaje establecido por la Gestapo, que tiene una sucursal en este país y que sabe quiénes no han concurrido a tal o cual reunión. Me consta y conozco personas que han sido despedidas de su trabajo, después de muchos años de estar en él, por no haber concurrido al Luna Park, a una reunión de esta organización. Apreciarán los señores diputados, la gravedad de este hecho, pues los empleados y obreros están sometidos a un procedimiento tiránico, que está contra la ley y las costumbres nacionales. (...) (41)

Otra cuestión sumamente importante fue la que se planteó como consecuencia de la penetración de las ideas del nacionalsocialismo en las escuelas de la comunidad alemana en la Argentina. Esta divulgación de las ideas nazis fue tan exitosa que los alemanes disidentes judíos y no judíos, al llegar a la Argentina, se vieron obligados a crear su propia escuela: el Colegio Pestalozzi, ya que el resto de los establecimientos escolares, salvo dos escuelas (laGermania Schule y la Cangallo Schule), respondía a las directivas provenientes de Alemania. Los símbolos más conocidos del régimen de Hitler, la cruz gamada, el Himno Horst Wessel y los retratos de Hitler, fueron utilizados en los colegios alemanes, sin que las autoridades argentinas los prohibieran. Incluso se adoptó en dichos establecimientos la costumbre de cantar el himno argentino manteniendo el brazo levantado, en el característico saludo impuesto por Hitler en Alemania. (42)  
    Este control ideológico del Tercer Reich sobre los contenidos educativos de los colegios alemanes instalados en la Argentina fue logrado a través de la influencia creciente del partido nacionalsocialista en la asociación gremial que nucleaba a los maestros de estas escuelas, el Deutschen Lehrerverein o Asociación Alemana de Maestros. Fundada en 1902, y con personería jurídica desde 1934, esta asociación gremial había procurado ayudar a los maestros recién llegados de Alemania a introducirse en las costumbres, la historia y la geografía argentina, con el fin de que éstos pudieran enseñar a los niños alemanes todo lo referente a la realidad argentina. En los colegios que estaban bajo la influencia nacionalsocialista se utilizaban textos provenientes de Alemania, que difundían las ideas nazis, con su mensaje ultra-nacionalista, su culto al Führer y su exhaltación de la “raza” nórdica, y se rechazaban tanto los antiguos textos escolares editados durante la República de Weimar, como los textos argentinos, en los cuales se promovía la integración de las distintas nacionalidades al país. Esta invasión ideológica del nacionalsocialismo en la Argentina alcanzaba incluso a muchos niños que concurrían a los colegios alemanes y no tenían ascendencia alemana. (43)  
    Esta injerencia ideológica del nacionalsocialismo a través de los colegios alemanes gozó de impunidad durante los primeros años. Las reacciones a la misma provinieron básicamente de los medios de prensa. Recién con la llegada del presidente Roberto Ortiz, al mismo tiempo que se cerraba el ingreso a la Argentina a las víctimas del nazismo, se adoptaban distintas medidas con el objetivo de limitar las actividades de los grupos nazis en el país. El radicalismo y el socialismo, a través de los diputados Raúl Damonte Taborda y Enrique Dickmann respectivamente, lograron imponer un proyecto de resolución para iniciar una investigación orientada a mostrar el grado de infiltración de los activistas nazis en distintas organizaciones alemanas en la Argentina. Sin embargo la influencia nacionalsocialista sobre la comunidad germana en este país continuó hasta finalizar la Segunda Guerra Mundial. 
    Por último, debe mencionarse la vasta red de espionaje nazi montada en la Argentina durante la guerra y financiada por la embajada alemana. Dicha red estuvo constituida por personajes llegados del exterior y algunos empresarios de la colectividad alemana captados al efecto en la Argentina. Entre los últimos se encontraba Werner Koennecke, quien, desde una oficina situada en el edificio del Banco Germánico, llevaba las cuentas de Hans Harnisch, Wolf Franczok y el agregado naval de la embajada, Dietrich Niebuhr. Koennecke era yerno de Ludwig Freude, poderoso empresario de la colectividad germana y el más cercano contacto alemán de Juan Domingo Perón. (44) El papel fundamental de Koennecke en la red de espionaje fue señalado por él mismo en una declaración de 18 fojas útiles, realizada luego de su arresto en agosto de 1944 y antes de ser rescatado del organismo de Coordinación Federal por el coronel Perón. (45)
Otro exitoso empresario alemán que colaboró en el proyecto fue Hans Harnisch. Este se había afiliado al NSDAP en 1939, era un defensor de la causa nazi, y tenía contactos políticos en las altas esferas del gobierno argentino. En un viaje realizado a Alemania en 1941, fue enrolado por el servicio secreto alemán para enviar informes económicos desde la Argentina. En mayo del año siguiente, Harnisch comunicó a Koennecke que había llegado a la Argentina Wolf Franczok con el propósito de instalar un radiotransmisor secreto. Koennecke aceptó sumarse al proyecto. (46) 
    Franczok había arribado como empleado de la empresa Telefunken a Río de Janeiro en 1941. Luego de involucrarse en un asesinato, huyó al Paraguay, donde se contactó con los oficiales germanófilos, armando para ellos el enlace radial de la aviación militar. Trasladado más tarde a la Argentina, se le ordenó diseñar y montar la red “Bolívar”, un sofisticado conjunto de transmisores secretos, apoyados por la Orga-T (Organización técnica) y distribuidos por todo el territorio. (47) Por último, en enero de 1943, desembarcaba en la Argentina Siegfried Becker, más importante aun que todos los anteriores, cuya misión era recomponer la red del SD en Sudamérica, dado que ésta había perdido su base principal en Brasil por haber entrado este país en la guerra. 
    Harnisch llevó a Koennecke a la embajada alemana a ver al teniente de reserva naval, Martin Müller, secretario del agregado naval Niebuhr. En la entrevista, se señaló la necesidad de adquirir una chacra para instalar el transmisor. Koenneche fue luego presentado ante Niebuhr, quien “le impuso de las obligaciones que contraía al pertenecer al servicio, relevándolo de prestar juramento de fidelidad a Alemania y al Führer por su condición de argentino, pero destacándolo que su reserva debía ser absoluta, aun con las personas que presumiera vinculadas a la organización”. (48) 
    Koennecke buscó la ayuda de Domingo Angel Piramidani, dueño de una fábrica de pólvora en Tandil, quien desde 1940 vendía explosivos para minas a la empresa alemana Boker. Konnecke propuso a su amigo comprar una propiedad y ponerla a nombre del último, señalando que era una maniobra para proteger parte de su capital en caso de una ruptura de relaciones con Alemania. (49) Paramidani finalmente conoció la verdad sobre el uso que se daría a la chacra, aceptando la situación de hecho. 
    Koennecke se transformó en contador y administrador de propiedades y prácticamente en un jefe no oficial de la red nazi. Debía concurrir a la embajada para rendir cuentas a Niebuhr, quien disponía de importante cantidad de fondos, habiendo recibido 350.000 dólares al comenzar la guerra y otros 85.000 en 1941 para destinarlos al espionaje. (50) En una de sus visitas a la embajada, Koennecke conoció al experto en comunicaciones telegráficas, Wolf Franczok, encargado de operar la Orga-T. 
    La red “Bolívar” administrada por Koennecke y operada por Franczok, fue una de las organizaciones de espionaje nazi de mayor éxito de la Segunda Guerra. Cuando fue descubierta por Coordinación Federal en agosto de 1944, incluía una flota importante de automóviles, transmisores portátiles, “casas seguras” y unas diez chacras transmisoras en Bella Vista, Pilar, San Justo, General Madariaga, Ranelagh, San Miguel, Ramos Mejía, y en las provincias de Santa Fe y Santa Cruz. (51) 
    Entre octubre de 1942 y agosto de 1944, unos 2.500 radiotelegramas fueron transmitidos a la estación receptora de Hamburgo, desde donde eran retransmitidos a Berlín. Los informes de carácter económico, militar o de espionaje político preparados por Harnisch y Siegfried Becker fueron tan importantes como los enviados por la embajada alemana. Luego de la revolución de junio de 1943, la red se transformaría en un vínculo paralelo al oficial entre ambos países. La conexión por radio entre la jefatura del SD y el GOU, la logia de coroneles responsable de la revolución, reemplazaría la vinculación por la vía diplomática. Posteriormente a la ruptura de relaciones, declarada a comienzos de 1944, los informes de Becker constituyeron la única fuente de información que el gobierno alemán tendría de la región. El reconocimiento de que fue objeto en Berlín atestigua la importancia adquirida por la mencionada red. El 11 de junio de 1943, Himmler distinguió a Becker por “servicio radiográfico excepcional”, lo cual fue consignado en su legajo. Becker recibiría además la Cruz de Hierro, una de las más importantes distinciones del gobierno nazi. (52) Fuente: http://www.argentina-rree.com/9/9-027.htm