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El origen de los Salones Élficos del Bosque Negro

Imagen  ©Cubicle7, The One Ring

En "La Historia de Celeborn y Galadriel" se argumenta que el retiro de Oropher al norte del Bosque Verde es para mantenerse fuera del alcance de los enanos de Khazad-dûm y de los señores de Lorien. Oropher, padre de Thranduil, rey de los elfos silvanos al este del Anduin, alarmado por el poder de la sombra abandona su morada en torno a Amon Lanc hacia el norte, volviendo a finales de la Segunda Edad en los valles occidentales de las Emyn Duir (Montañas Oscuras, llamadas así por estar cubiertas por densos pinos). Su pueblo se extendía en los bosques y valles en el oeste hasta el Anduin al norte del antiguo camino de los enanos (Men-i-naugrim). El Men-i-naugrim era el camino del bosque viejo que bajaba desde el paso del Imladris y cruzaba el Anduin por un puente ancho, que permitía el paso de ejercitos, seguía por el valle oriental y terminaba en el Bosque Verde. El Gran Bosque que acabaría por cambiar su nombre de Eryn Galen a Taur-nu-Fuin, el Bosque Negro. Pero curiosamente este nombre volveremos a encontrarlo anteriormente y también relacionado con Oropher.

En la desaparecida Beleriand, en el Bosque de Doriath se encontraba las míticas moradas del rey Thingol, Menegroth (las mil cavernas). Una serie de cavernas escavadas por los enanos en la primera edad y que habían sido ocultadas por la voluntad de la maia Melian, que permanecería invisible ante el enemigo, hasta que la propia maia volviese a la tierra media durante la batalla contra Morgoth. Thingol era el único de los elfos grises (sindar) que si había visto la luz de los dos árboles y por ello fue bendecido por Melian, y a su manto prosperó tanto él como los suyos. Entre los que encontrábamos a su pariente Celeborn y a Oropher.

Por encima del bosque de Doriath encontraríamos las altas tierras boscosas de pinos conocidas como Dorthonion, pero durante la invasión de los orcos durante la Dagor Bragollach (batalla liderada por Maedhros contra Morgoth) pasó a llamarse Taur-nu-fuin (Bosque bajo la noche), curiosamente este tambien es el nombre que recibe la región de Rhovanion que conocemos como el Bosque Negro en los tiempos de la Guerra del Anillo y anteriores. La repetición de lugares y denominadores no es algo casual, sino una elipsis con la que Tolkien muestra su maestría en la narración de historias. 

Imagen  ©Cubicle7, The One Ring

La muerte de Thingol es provocada por los enanos de Norgrod, que en el pasado le ayudaran a construir su reino. Con el silmaril de Beren y Luthien  (su hija) en su posesión y el retorno del Nauglamir (una fina cadena de oro y gemas engarzada por Fëanor en Valinor) por parte de Húrin, decidió unirlos en una joya sin parangón que despertó la codicia del pueblo enano. Siendo asesinado por ello, Oropher y Celeborn abandonaron el antiguo reino sindarín buscando nuevos territorios en los que establecerse. Este episodio marcaría el odio que los elfos grises mostrarían hacia estos y que se demostraría cuando Celeborn se negase a entrar en Khazad-dûm (Moria) al ser expulsados por Celebrimbor engañado por Sauron, o cuando Thranduil tuviese que negociar con Thorin, escudo de roble. Pero Oropher no se mantuvo demasiado tiempo con Celeborn y Galadriel, envidioso de su poder y deseando unas tierras propias.

Se estableció en el Gran Bosque Verde, que con la amenaza de la sombra pasaría a llamarse Taur-e-Ndaedelos, bosque del terror, o mas comúnmente Taur-nu-Fuin, mismo nombre que recibía Dorthonion, la tierra alta boscosa de la frontera septentrional de Beleriand en los días antiguos. Amenazado, Oropher mandó construir una serie de cavernas en las que ocultarse, las estancias del rey elfo, al estilo de Menegroth, aunque jamás llegaron a alcanzar la maestría mostrada por las manos de los hábiles enanos. Como vemos, la historia se repite una y otra vez. El mismo modo de actuar mostró Oropher que Thingol al tratar de no involucrarse en los problemas de la Tierra Media, ocultándose y creyéndose a salvo, hasta que fue forzado por Gil-galad, señor de Lindon y alto rey elfo, que le obligó a regañadientes a acudir a la batalla de la última alianza, falleciendo a las puertas de Mordor, y dejando a su heredero, Thranduil, padre de Legolas, en su trono.

Al final de la Guerra del Anillo, Thranduil y Celeborn dieron nuevo nombre al Bosque Negro: Eryn Lasgalen, el Bosque de la Hojas Verdes.

Los Istari, los magos de la Tierra Media

El Concilio Blanco ante Dol Guldur, ilustración de el Anillo Único
Probablemente uno de los temas mas manidos y, sin embargo, mas desconocidos de la Tierra Media de Tolkien sean los magos. Muy recurrida es la imagen de Gandalf, que con su sombrero puntiagudo y bastón suponga la representación icónica del subconsciente colectivo sobre lo que un mago debe ser, o parecer. Leyendo las obras de Tolkien, por otra parte, no alcanzamos a tener una idea demasiado clara de los mismos. La magia, al contrario que en otros escenarios, no es algo común en la obra del Señor de los Anillos, no hay bolas de fuego ni poderosos hechizos instantáneos y los objetos de poder son escasos y muy bien guardados. A pesar de todo, la Tierra Media es el culmen de obra de fantasía. Veamos un poco mas detenidamente a sus magos.

Atendiendo a los Cuentos Inconclusos de Númenor y la Tierra Media fueron cinco magos los que llegarón a las costas procedientes de Valinor en Aman, la Tierra Bendecida. Esto ya nos pone en aviso que a pesar de su figura humana, no eran en verdad humanos. Los Istari, que en quenya es plural de mago, mientras que en sindarin se llamaban Ithron, suponían una orden de alto poder entre los maiar, dedicados a servir a los valar, los altos poderes en la imaginación de Tolkien. Esto concuerda con la vuelta de la muerte que experimentó Gandalf tras enfrentarse al Balrog de Moria, y con la imagen que proyectaban ante los demás, pues llegando a la Tierra Media en torno al año 1000 de la Tercera Edad, no mostraban señales de envejecimiento mas allá del propio en el que se disfrazaron. Se cuenta que ante la amenaza del maia renegado Sauron, los maiar optarón por no tener mas contacto con la creación de Eru, el mas grande, pues la captura de Melkor/Morgoth ya había supuesto demasiada interferencia con su obra. Por tanto decidieron mandar una serie de agentes que influenciarían y dirigirían a los pueblos de la tierra en la batalla, pero de un modo sutil y sin hacerse notar. Como primero, y superior de la orden se escogió a Curumo, servidor de Aulë, el herrero, a cuyo servicio estaba Sauron antes de renegarse (de ahí viene su pasión por la forja). Curumo adquirió el nombre de Saruman tras abandonar Valinor y sería reconocido como jefe de los Heren Ithryn (s. Orden de los Magos), aunque esto no está claro, no se sabe si de verdad era el superior o se le tomó como tal ante el carácter menos notorio de los demás. Tras este, se eligió a Alatar el mayor de los magos azules (Ithryn Luin), servidor de Oromë, el cazador, cuya actuación en la guerra del anillo es completamente ignorada, si es que la tuvo. Por último estuvo Olórin, a quien se le atreve a ver como la manifestación física del propio Manwë. Sobre su papel en la Orden de los Magos nos encontramos en una incógnita, pues aunque se le supone como inferior a Saruman, cuando es elegido para la empresa y se le designa como tercero, el mismo Manwë levanta la cabeza y dice "como tercero no", puede ser esta la primera fricción que llevase a Saruman a odiar en secreto al mago grís, aunque no la única. Tras esta designación Alatar pidió que le acompañara Pallando en su misión, el segundo mago azul y también servidor de Oromë, esto crea cierta controversia. Pues aunque nos es desconocido el objeto de su misión, el que pidiera ayuda ya es significativo, sumándolo a su viaje inmediato al este, junto con Saruman, y su posterior desaparición llama poderosamente la atención, ¿qué hicieron? ¿cuál era su mandato? ¿qué les ocurrió? En cuanto a Radagast el Pardo, su presencia le fue impuesta a Saruman como compañero de viaje por Yavanna como guardiana de las plantas quería a alguien que se preocupara de la naturaleza. Saruman siempre le trató con desdén e indiferencia, muchas veces tildándolo de tonto.


Saruman fue el primero en llegar a la Tierra Media, sin su compañero, algo significativo, siendo recibido por Círdan, del que se decía que era el ser con la vista mas profunda de todos. Posteriormente llegarían los magos azules, y junto con Saruman partieron al este, desapareciendo de la cuenta de los años que envuelven a la Guerra del Anillo. Lo único que sabemos de manera cierta es que solo Gandalf volvió a Valinor, por lo que podemos presumir que fallecieron o se perdieron. Y tras Radagast, el último en llegar fue el mago gris, al cual Círdan entrego el tercer anillo elfíco que le había sido entregado por Gil-galad tras la muerte del herrero Celebrimbor a manos de Sauron. Pronto llegó a Saruman las nuevas del poderoso regalo y su inquina por Gandalf no hizo sino crecer, hasta tal punto que pudo suponer el viaje a la sombra del antaño istar.

No nos es desconocido el destino de los dos magos principales de la historia, Saruman se reduciría a Zarquino, un ser vil y debil que encontraría su fin en las manos de Grima tras un breve reinado de terror en la Comarca (no hagáis caso a las películas de Peter Jackson). Mientras que un Gandalf triunfante volvería al Reino Bendecido, cuando su nostalgia resultó imparable y su misión estaba completa. De Radagast nada se puede contar, puesto que su fana se integró tanto con la Tierra Media que le resultó imposible abandonarla, aunque el propio Tolkien avisaba en una de sus cartas, que los "pecadillos" del mago pardo no hubieren sido tan graves como para impedirle su vuelta a Aman.

En cuanto a Pallando y Alatar no hay nada seguro, la obra de Tolkien estaba en continua revisión y muchos de sus textos se contradicen con otros. Se les suponía a ambos como servidores de Oromë el cazador, el primero que viajó a las tierras del este donde se encuentra la cuna de los hombres y los elfos, por ello parecían los mas indicados para viajar hacia tales latitudes. Pero también encontramos que Pallando podría ser sirviente de Námo (Mandos), señor de los muertos. Este hecho es usado en el suplemento del MERP, Señores de la Tierra Media Vol I para aventurar un enfrentamiento entre ambos magos, algo interesante y atractivo, pero fantasioso en todo caso.

Poco mas conocemos de estas figuras tan relevantes, como cierre al artículo solo nos queda mencionar el poema encontrado entre las notas del profesor Tolkien y en el que se los menciona:
¿Quieres conocer la historia / por mucho tiempo secreta de los Cinco que vinieron / desde un remoto país? Sólo uno regresó. / Los otros nunca de nuevo bajo el dominio del Hombre / andarán la Tierra Media hasta que sobrevengan Dagor Dagorath / y el Día del Juicio Final. ¿Lo habéis oído bien? / ¿El concilio oculto de los Señores del Oeste / reunido en la tierra de Aman? Se perdieron los largos caminos / que allí conducían, y a los Hombres mortales / no habla Manwë. Desde el Oeste-que-fue / un viento lo llevó cargado a oídos del durmiente / en los silencios de la sombra de la noche / cuando llegan las nuevas de tierras olvidadas / y de edades perdidas por encima de océanos de años / al pensamiento que indaga. No a todos ha olvidado / el Rey Mayor. A Sauron vio / como una amenaza lenta... 

No lean frases célebres, lean libros célebres.


 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 


Yobailopogo! 
-"De los libros le queda lo que deja la memoria, 
esa forma del olvido que retiene el sentido y que los títulos refleja" 
Borges-

Te espero



Te espero cuando la noche se haga día,
suspiros de esperanzas ya perdidas.
No creo que vengas,
lo sé, sé que no vendrás.

Sé que la distancia te hiere,
sé que las noches son más frías,
sé que ya no estás.

Creo saber todo de ti.
Sé que el día de pronto se te hace noche:
sé que sueñas con mi amor,
pero no lo dices,
sé que soy un idiota al esperarte,
pues sé que no vendrás.

Te espero cuando miremos al cielo de noche:
tu allá,
yo aquí,
añorando aquellos días
en los que un beso marcó la despedida,
quizás por el resto de nuestras vidas.

Es triste hablar así.
Cuando el día se me hace de noche,
y la luna oculta ese sol tan radiante,
me siento sólo, lo sé;
nunca supe de nada tanto en mi vida,
solo sé que me encuentro muy sólo,
y que no estoy allí.

Mis disculpas por sentir así,
nunca mi intención ha sido ofenderte.
Nunca soñé con quererte,
ni con sentirme así.

Mi aire se acaba como agua en el desierto,
mi vida se acorta pues no te llevo dentro.
Mi esperanza de vivir eres tu,
y no estoy allí.
¿Por qué no estoy allí?,
te preguntarás...
¿Por qué no he tomado ese bus que me llevaría a ti?
Porque el mundo que llevo aquí no me permite estar allí,
porque todas las noches me torturo pensando en ti.
¿Por qué no sólo me olvido de ti?
¿Por qué no vivo sólo así?
¿Por qué no sólo...?






Yobailopogo!

God Dies: An Essay by Frances Farmer



Nunca nadie se me acercó y me dijo:
"Eres una tonta. Dios no existe. Alguien te ha estado engañando".
Creo que no fue asesinado. Dios simplemente murió de viejo.
Cuando me di cuenta de que ya no estaba, no me sorprendió. Me parecía natural y correcto. Tal vez porque nunca me impresionó apropiadamente la religión. Me gustaban las historias sobre Cristo y la estrella de Navidad. Eran hermosas pero no creía en ellas. 
La religión era muy vaga, pero Dios era otra cosa. Era algo real, algo que podía sentir. Aunque sólo podía sentirlo algunas veces. 
Solía recostarme entre sábanas limpias y frías por las noches, después de darme un baño, después de fregar mis nudillos, uñas, dientes y hablar con Dios. Estoy limpia, ahora. Nunca había estado tan limpia y nunca estaré más limpia. De alguna forma, era Dios, no estaba segura de que lo fuera, pero había algo frío, oscuro y limpio.
Pero eso no era la religión. Tenia mucho una sensación física, después de un tiempo, aún por las noches. Pero la sensación de Dios no duró. 
Comencé a preguntarme qué quería decir el pastor cuando decía:
"Dios, Padre, ve hasta lo más pequeño. Protege a todos sus hijos". 
Lo confundió todo para mi. 
Si Dios era un padre con hijos, entonces, esa limpieza que había estado sintiendo no era Dios. 
Entonces, por las noches, cuando me iba a acostar pensaba:
"Estoy limpia, tengo sueño". 
Y luego me dormía.
Y nada me impedía disfrutar de esa sensación de limpieza. Simplemente sabia que Dios no estaba allí. A veces me parece inútil recordar, especialmente cuando había perdido cosas que eran importantes. Después de andar por la casa sin aliento y aterrorizada de buscar, podía detenerme en medio de la habitación y cerrar los ojos:
"Dios ayúdame a encontrar mi sombrero rojo con arreglos azules". 
Generalmente funcionaba. Eso me satisfacía hasta que comencé a preguntarme: si Dios amaba a todos sus hijos, por igual... 
¿Por qué se molestaba por mi sombrero rojo y dejaba que otros perdieran a sus madres y padres para siempre? 
Comencé a entender que él no tenia mucho que ver con la muerte de las personas ni con los sombreros. Todo sucedía lo quisiera él o no. Y él se quedaba en el cielo y fingía no notarlo. Me preguntaba por qué Dios era algo tan inútil. Tenerlo parecía una pérdida de tiempo. Me sentía muy orgullosa por haber descubierto la verdad. Sola. Sin ayuda de nadie. 
Me asombraba que los demás no lo hubiesen descubierto también. 
Dios ya no estaba. 
¿Por qué no podían verlo? 
Aún me asombra.




Yobailopogo!
-Frances Farmer, "God Dies," The Scholastic, May 2, 1931, p. 14; “Frances Farmer Gets First Award In Essay Contest,” West Seattle Chinook, April 14, 1931, p. 1; William Arnold, Shadowland (New York: McGraw-Hill Book Company, 1978); Kyle Crichton, “I Dress as I Like,” Collier's, May 8, 1937, p.31.-

El Conejo de Terciopelo - Margery Williams (1922)



¿Qué es ser REAL?- preguntó el Conejo un día en que estaban los dos tumbados al lado de la chimenea del cuarto de jugar, antes de que Nana empezara a recoger la habitación. ¿Significa que tienes dentro algo que suena y que fuera tienes un mango? - Ser real no tiene que ver con la manera como uno está hecho- dijo el Caballo de Piel-. Es algo que te sucede. Cuando un niño te quiere durante mucho, mucho tiempo, y te quiere de verdad, no solo para jugar, entonces te convierte en REAL. - ¿Y eso duele?- preguntó el Conejo. - Algunas veces- contestó el Caballo de Piel, que siempre decía la verdad-. Pero cuando uno se hace REAL, no importa el dolor. - ¿Y eso te sucede de repente, como cuando te dan cuerda, o poco a poco?- preguntó. - No sucede de repente- dijo el Caballo de Piel-. Te vas convirtiendo lentamente. Por eso no les suele pasar a los que se rompen con facilidad, a quienes tienen el borde muy afilado, o a los que hay que tratar con mucho cuidado. Generalmente, cuando te has hecho REAL, ya casi no tienes pelo, has perdido los ojos, tienes las articulaciones flojas y estás muy usado. Pero nada de eso tiene ya importancia, porque cuando eres real no puedes ser feo, excepto para la gente que no comprende. - Entonces, ¿tú debes de ser real, no?- dijo el Conejo, aunque enseguida se arrepintió de sus palabras, porque el Caballo de Piel podía sentirse molesto. Pero el Caballo de Piel se limitó a sonreír. - El tío del niño me hizo REAL- dijo-. Sucedió hace muchos años pero, una vez te has convertido en algo REAL, ya no puedes cambiar. Es para siempre.

Si lo deseas leer completo picale aqui:
 El Conejo de Peluche O CÓMO JUGUETES SE HACEN REALES




Yobailopogo!
-The Velveteen Rabbit (or How Toys Become Real)-

El cuaderno verde del Che (2007)



Cuando en octubre de 1967 el Che Guevara fue detenido en Bolivia, oficiales militares de ese país y agentes de la CIA decomisaron su mochila En ella encontraron su diario de campaña, rollos fotográficos, un radio portátil, un par de agendas y un cuaderno de pastas verdes El ejército boliviano guardó este último en una caja fuerte Parecía estar destinado al olvido Sin embargo, en agosto de 2002 Paco Ignacio Taibo II, escritor mexicano y uno de los biógrafos del Che, obtuvo una copia Se trataba de 150 páginas con poemas de los autores favoritos del mítico comandante: Pablo Neruda, León Felipe, Nicolás Guillén y César Vallejo Una mañana de agosto de 2002, J A (Jesús Anaya), viejo amigo del autor, compañero fuera de toda sospecha, me puso sobre la mesa un paquete de fotocopias: –¿Qué es esto? ¿De quién es? ¿Puedes autentificar la letra? Ojeé las páginas Me recorrió un escalofrío Parecía un texto escrito por la mano del Che ¿Era? ¿De dónde lo había sacado? Le pedi un par de días Me llevé a mi casa las fotocopias Comparé la letra con diversos documentos que tenía escritos de mano del Che: fragmentos de los diarios de Bolivia, copias de cartas de los primeros años sesenta, un facsímil de la carta de despedida a Fidel, sus correcciones al diario del Congo Era evidentemente la letra del Che Revisé lentamente las ciento cincuenta páginas, no lo niego, con cierta reverencia A pesar de haber vivido tantos años cerca de él, el Che no dejaba de intimidarme y sorprenderme Se trataba de una colección de poemas, muchos de ellos con título o con la referencia numérica de una serie, ausentes de datos sobre el autor, excepto uno, “L Felipe”, que sin duda correspondía al poeta español exiliado en México al final de su vida, León Felipe Muchos de ellos reconocibles ¿Por qué el Che se había tomado la molestia de copiarlos o recordarlos? ¿Por qué había omitido a los autores? ¿Por qué copiar poemas en un cuaderno? Sin duda se trataba del cuaderno verde desaparecido en Bolivia ¿Cómo había llegado hasta aquí? 



Mi poema favorito fue
 «No sé por qué piensas tú», 
del escritor Nicolás Guillén

No sé por qué piensas tú,
soldado, que te odio yo,
si somos la misma cosa
yo,
tú.
Tú eres pobre, lo soy yo;
soy de abajo, lo eres tú;
¿de dónde has sacado tú,
soldado, que te odio yo?
Me duele que a veces tú
te olvides de quién soy yo;
caramba, si yo soy tú,
lo mismo que tú eres yo.
Pero no por eso yo
he de malquererte, tú;
si somos la misma cosa,
yo,
tú,
no sé por qué piensas tú,
soldado, que te odio yo.
Ya nos veremos yo y tú,
juntos en la misma calle,
hombro con hombro, tú y yo,
sin odios ni yo ni tú,
pero sabiendo tú y yo,
adónde vamos yo y tú...
¡No sé por qué piensas tú,
soldado, que te odio yo!



 

Yobailopogo!
 -¿Por qué copiar poemas en un cuaderno?-

El hombre en busca de sentido, Viktor Frankl, fragmentos


Monólogo al amanecer 

"En otra ocasión estábamos cavando una trinchera. Amanecía en nuestro derredor, un amanecer gris. Gris era el cielo y gris la nieve a la pálida luz del alba, grises los harapos que mal cubrían los cuerpos de los prisioneros y grises sus rostros. Mientras trabajaba, hablaba quedamente a mi esposa o, quizás, estuviera debatiéndome por encontrar la razón de mis sufrimientos, de mi lenta agonía. En una última y violenta protesta contra lo inexorable de mi muerte inminente, sentí como si mi espíritu traspasara la melancolía que nos envolvía, me sentí trascender aquel mundo desesperado, insensato, y desde alguna parte escuché un victorioso "sí" como contestación a mi pregunta sobre la existencia de una intencionalidad última. En aquel momento en una franja lejana encendieron una luz, que se quedó allí fija en el horizonte como si alguien la hubiera pintado, en medio del gris miserable de aquel amanecer en Baviera. "Et lux in tenebris lucet, y la luz rilló en medio de la oscuridad." Estuve muchas horas tajando el terreno helado. El guardián pasó junto a mí, insultándome y una vez más yo volvía a conversar con mi amada. La sentía presente a mi lado, cada vez con más fuerza y tuve la sensación de que sería capaz de tocarla, de que si extendía mi mano cogería la suya. La sensación era terriblemetne fuerte; ella estaba allí realmente. Y, entonces, en aquel mismo momento, un pájaro bajó volando y se posó justo frente a mí, sobre la tierra que había extraído de la zanja, y se me quedó mirando fijamente. 

Psicología de los guardias del campamento 

Llegamos ya a la tercera fase de las reacciones espirituales del prisionero: su psicología tras la liberación. Pero antes de entrar en ella consideremos una pregunta que suele hacérsele al psicólogo, sobre todo cuando conoce el tema por propia experiencia: ¿Qué opina del carácter psicológico de los guardias del campo? ¿Cómo es posible que hombres de carne y hueso como los demás pudieran tratar a sus semejantes en la forma que los prisioneros aseguran que los trataron? Si tras haber oído una y otra vez los relatos de las atrocidades cometidas se llega al convencimiento de que, por increíbles que parezcan, sucedieron de verdad, lo inmediato es preguntar cómo pudieron ocurrir desde un punto de vista psicológico. Para contestar a esta pregunta, aunque sin entrar en muchos detalles, es preciso puntualizar algunas cosas. En primer lugar, había entre los guardias algunos sádicos, sádicos en el sentido clínico más estricto. En segundo lugar, se elegía especialmente a los sádicos siempre que se necesitaba un destacamento de guardias muy severos. A esa selección negativa de la que ya hemos hablado en otro lugar, como la que se realizaba entre la masa de los propios prisioneros para elegir a aquellos que debían ejercer la función de "capos" y en la que es fácil comprender que, a menudo, fueran los individuos más brutales y egoístas los que tenían más probabilidades de sobrevivir, a esta selección negativa, pues, se añadía en el campo la selección positiva de los sádicos. Se armaba un gran revuelo de alegría cuando, tras dos horas de' duro bregar bajo la cruda helada, nos permitían calentarnos unos pocos minutos allí mismo, al pie del trabajo, frente a una pequeña estufa que se cargaba con ramitas y virutas de madera. Pero siempre había algún capataz que sentía gran placer en privarnos de esta pequeña comodidad. Su rostro expresaba bien a las claras la satisfacción que sentía no ya sólo al prohibirnos estar allí, sino volcando la estufa y hundiendo su amoroso fuego en la nieve. Cuando a las SS les molestaba determinada persona, siempre había en sus filas alguien especialmente dotado y altamente especializado en la tortura sádica a quien se enviaba al desdichado prisionero. En tercer lugar, los sentimientos de la mayoría de los guardias se hallaban embotados por todos aquellos años en que, a ritmo siempre creciente, habían sido testigos de los brutales métodos del campo. Los que estaban endurecidos moral y mentalmente rehusaban, al menos, tomar parte activa en acciones de carácter sádico, pero no impedían que otros las realizaran. En cuarto lugar, es preciso afirmar que aun entre los guardias había algunos que sentían lástima de nosotros. Mencionaré únicamente al comandante del campo del que fui liberado. Después de la liberación —y sólo el médico del campo, que también era prisionero, tenía conocimiento de ello antes de esa fecha— me enteré de que dicho comandante había comprado en la localidad más próxima medicinas destinadas a los prisioneros y había pagado de su propio bolsillo cantidades nada despreciables. Por lo que se refiere a este comandante de las SS, ocurrió un incidente interesante relativo a la actitud que tomaron hacia él algunos de los prisioneros judíos. Al acabar la guerra y ser liberados por las tropas norteamericanas, tres jóvenes judíos húngaros escondieron al comandante en los bosques bávaros. A continuación se presentaron ante el comandante de las fuerzas americanas, quien estaba ansioso por capturar a aquel oficial de las SS, para decirle que le revelarían donde se encontraba únicamente bajo determinadas condiciones: el comandante norteamericano tenía que prometer que no se haría ningún daño a aquel hombre. Tras pensarlo un rato, el comandante prometió a los jóvenes judíos que cuando capturara al prisionero se ocuparía de que no le causaran la más mínima lesión y no sólo cumplió su promesa, sino que, como prueba de ello, el antiguo comandante del campo de concentración fue, de algún modo, repuesto en su cargo, encargándose de supervisar la recogida de ropas entre las aldeas bávaras más próximas y de distribuirlas entre nosotros. El prisionero más antiguo del campo era, sin embargo, mucho peor que todos los guardias de las SS juntos. Golpeaba a los demás prisioneros a la más mínima falta, mientras que el comandante alemán, hasta donde yo sé, no levantó nunca la mano contra ninguno de nosotros. Es evidente que el mero hecho de saber que un hombre fue guardia del campo o prisionero nada nos dice. La bondad humana se encuentra en todos los grupos, incluso en aquellos que, en términos generales, merecen que se les condene. Los límites entre estos grupos se superponen muchas veces y no debemos inclinarnos a simplificar las cosas asegurando que unos hombres eran unos ángeles y otros unos demonios. Lo cierto es que, tratándose de un capataz, el hecho de ser amable con los prisioneros a pesar de todas las perniciosas influencias del campo es un gran logro, mientras que la vileza del prisionero que maltrata a sus propios compañeros merece condenación y desprecio en grado sumo. Obviamente, los prisioneros veían en estos hombres una falta de carácter que les desconcertaba especialmente, mientras que se sentían profundamente conmovidos por la más mínima muestra de bondad recibida de alguno de los guardias. Recuerdo que un día un capataz me dio en secreto un trozo de pan que debió haber guardado de su propia ración del desayuno. Pero me dio algo más, un "algo" humano que hizo que se me saltaran las lágrimas: la palabra y la mirada con que aquel hombre acompañó el regalo. De todo lo expuesto debemos sacar la consecuencia de que hay dos razas de hombres en el mundo y nada más que dos: la "raza" de los hombres decentes y la raza de los indecentes. Ambas se encuentran en todas partes y en todas las capas sociales. Ningún grupo se compone de hombres decentes o de hombres indecentes, así sin más ni más. En este sentido, ningún grupo es de "pura raza" y, por ello, a veces se podía encontrar, entre los guardias, a alguna persona decente. La vida en un campo de concentración abría de par en par el alma humana y sacaba a la luz sus abismos. ¿Puede sorprender que en estas profundidades encontremos, una vez más, únicamente cualidades humanas que, en su naturaleza más íntima, eran una mezcla del bien y del mal? La escisión que separa el bien del mal, que atraviesa imaginariamente a todo ser humano, alcanza a las profundidades más hondas y se hizo manifiesta en el fondo del abismo que se abrió en los campos de concentración. Nosotros hemos tenido la oportunidad de conocer al hombre quizá mejor que ninguna otra generación. ¿Qué es, en realidad, el hombre? Es el ser que siempre decide lo que es. Es el ser que ha inventado las cámaras de gas, pero asimismo es el ser que ha entrado en ellas con paso firme musitando una oración." _________________________________________ ** Viktor Frankl nació en Viena en el año 1905 y falleció allí mismo en el 1997. Fue psiquiatra y neurólogo y fundador de la logoterapia. Desde el año 1942 al 1945 estuvo en campos de concentración nazis, experiencia a partir de la cual escribió este libro y varios más sobre la psicología del ser humano en situaciones extremas.

La leyenda negra de César González-Ruano



Hasta hace unos meses, uno de los premios de periodismo mejor dotados del mundo -30.000 euros- llevaba su nombre. Con una pluma excelente y con un aire distinguido y bohemio de “hidalgo venido a menos”, César González-Ruano (Madrid, 1903-1965) ha sido considerado durante décadas como uno de los mejores periodistas españoles siglo XX. Sus colegas y discípulos, como Paco Umbral o Camilo José Cela, hablaban con indulgencia e incluso admiración de su carácter amoral, de pícaro, de buscavidas. Ruano fue corresponsal de ABCen el Berlín nazi y en la Roma fascista, y vivió tres años a todo tren en el París ocupado sin escribir ni trabajar. En 1942, la Gestapo lo detuvo y fue encerrado en la cárcel militar de Cherche-Midi. ¿Cuál fue el motivo? ¿De dónde sacaba el dinero para mantener su nivel de vida en la capital francesa?


Él mismo alimentó a su regreso a España el enigma sobre su excéntrica figura y sus andanzas en París -y en Roma y en Berlín- con silencios y medias verdades vertidas en sus diarios y memorias: “No fue por robar relojes, claro está”, reconoció el escritor a propósito de su encarcelamiento parisino sin dar más explicaciones. Ahora, El marqués y la esvástica. César González-Ruano y los judíos en el París ocupado (Anagrama) pone sobre la mesa los episodios más oscuros de la “leyenda Ruano”, que trasladarían al periodista del territorio de la amoralidad a la inmoralidad absoluta. Tanto es así, que el periodista se ganó la desconfianza tanto de la resistencia francesa como de los regímenes nazi y fascista, con los que había colaborado. Los autores del libro son la ensayista especializada en cultura germánica Rosa Sala Rose y el reportero Plàcid Garcia-Planas, que han pasado tres años viajando, visitando archivos y recabando testimonios para llevar a cabo una extensa investigación de 500 páginas.

El marqués y la esvástica está escrito con un estilo ágil que pone al descubierto los propios entresijos de la investigación, añadiéndole al ensayo ingredientes propios de las novelas de misterio. “Desde el principio supe que lo importante no sería la meta, sino todo lo que pudiéramos encontrar por el camino. Esta actitud te permite reflejar no sólo los éxitos de la investigación, sino también los fracasos y las contradicciones”, explica Garcia-Planas.

Según las averiguaciones de los autores, Ruano se aprovechó de la tragedia judía traficando con salvoconductos para los fugitivos, a los que expoliaba sus bienes. De esta manera financiaba las joyas que llevaba y las fiestas que daba en París, aseguran los testimonios de personas que coincidieron con él, contados por sus familiares. Varios documentos -procedentes de la embajada alemana en París y del expediente del juicio al que fue sometido años después por la Francia libre- acreditan que la Gestapo encerró a Ruano en Cherche-Midi durante 78 días por traficar con salvoconductos y extorsionar a una familia judía a cambio de tráfico de influencias.

El libro también documenta cómo Ruano ocupó y expolió en París el piso de un judío. El empresario español Julián Ruiz Aranda había usado sus contactos para facilitar la huida del comerciante judío José Bernheim hacia la Francia no ocupada. Bernheim le confió las llaves de su fastuoso piso de 850 metros cuadrados a Ruiz Aranda, y éste alojó en él a Ruano. Según la viuda del arquitecto, el periodista desvalijó el piso: “A medida que colgaba una falsificación, vendía el cuadro original y se gastaba el dinero”. Cuando en 1943 los alemanes tasaron el piso para su “arianización”, el lujoso mobiliario y las obras de arte se habían evaporado, según el informe del tasador.

Sala y Garcia-Planas aseguran que “los círculos diplomáticos y jurídicos españoles por los que Ruano se movió a su llegada a París estaban éticamente gangrenados”. Buceando en el archivo de la Prefectura de Policía de París, los autores se han topado con numerosos casos de estafa y chantaje a judíos por parte de españoles con nombres y apellidos a los que Ruano conoció. Sin embargo, de él no hay ni rastro en este archivo. Para Sala, el descubrimiento de esta “gangrena moral” entre los españoles establecidos en el París ocupado es uno de los principales hallazgos de la investigación. “Esta gente, entre los que había gente de derechas y chaqueteros que habían sido republicanos, engañaba con la facilidad de quien se toma un café”, se indigna la germanista.


Terror en Andorra

La acusación más grave sobre Ruano, que no ha podido ser probada, procede de Eduardo Pons Prades, que fue coordinador regional del maquis en los Pirineos y participó desde 1941 en el pasaje clandestino a España de civiles y militares europeos que huían de la Francia ocupada. Según sus memorias publicadas hace unos años, Los senderos de la libertad, su cuadrilla descubrió unas misteriosas caravanas de camiones que llevaban engañados a decenas de fugitivos hasta los Pirineos y allí los asesinaban a tiros. Los guerrilleros encontraron a un superviviente malherido en el bosque, un ingeniero químico judío de apellido Rosenthal. A partir de su testimonio, uno de los compañeros de Pons Prades llamado Manuel Huet viajó con él a París para tirar del hilo. Según sus pesquisas, que Sala y Garcia-Planas admiten no haber podido corroborar, González-Ruano podría haber estafado sistemáticamente a fugitivos judíos en el París ocupado con salvoconductos falsos haciéndose pasar por el agregado cultural de la embajada española. Aquél sería el comienzo de una falsa cadena de evasión que se rompía en Andorra y en muchos casos acababa en asesinato. “Aunque esto fuera cierto, no creo que Ruano supiera el final que le aguardaba a los fugitivos a los que les vendía los salvoconductos”, matiza Sala.


Esta “leyenda negra andorrana” es la otra línea de investigación principal del libro, junto con la de Ruano. Según Garcia-Planas, “se conoce de sobra en el principado pero nadie quiere hablar de ello”. En España se conoció a partir de una serie de reportajes del periodista Eliseo Bayo aparecidos durante los años del destape en la revista Reporter, “entre culos y tetas”, explica el investigador. “Queda mucho por investigar sobre este asunto y debería ser el gobierno andorrano quien tomara las riendas para clarificarlo todo, porque si no la leyenda negra será cada vez más leyenda y más negra”, reclama Garcia-Planas.


Una pluma mercenaria

El libro también demuestra, a partir de documentos intercambiados entre la embajada nazi en España y el ministerio de asuntos exteriores alemán, queRuano puso su pluma al servicio de la propaganda nazi a cambio de dinero. En sus artículos cantaba las bondades del régimen nazi y su concepto del honor patrio y la pureza racial, al tiempo que atacaba y despreciaba a los judíos, sobre todo en dos artículos titulados “La raza”, donde decía que “el judío es un masoquista y un ventajista de la persecución”. En otro artículo, publicado en La Nueva España, afirmaba: “El judaísmo ha ganado terreno en Francia: domina su política, orienta sus tristes destinos, condiciona la vida de la República a los juegos de la masonería y a los intereses de Moscú”.


Después de tres años de investigación, Sala aún no tiene claro cuánto de convicción y cuánto de conveniencia tenía el antisemitismo de Ruano: “Es difícil saberlo, pero había mucho de oportunismo y de ganas de llenarse el bolsillo en su actitud”. Por otra parte, la autora cree que este desprecio hacia los hebreos está relacionado con sus propias aspiraciones aristocráticas -consiguió que Alfonso XIII le prometiera restaurar el marquesado de Cagigal, del que se decía heredero, en caso de volver a ocupar el trono- y su “necesidad de reforzar la seguridad en su superioridad innata, en la nobleza natural de su sangre”.

Sala y Garcia-Planas también han descubierto que Ruano fue condenado por Francia, después de la liberación, a 20 años de trabajos forzados “por inteligencia con el enemigo”, pero no cumplió la pena porque ya había vuelto a España, donde retomó su actividad profesional.

Como recuerda Sala en el libro, Hannah Arendt habló de la “banalidad del mal”, refiriéndose a las personas que actúan siguiendo órdenes, sin ser conscientes de la maldad de sus actos. La filósofa alemana de origen judío inventó este concepto contrapuesto a la idea de “mal radical” de Kant. La coautora de El marqués y la esvástica inventa una nueva etiqueta para situar a Ruano: “la mediocridad del mal”. Según esta categoría moral, “Ruano hacía el mal porque necesitaba francos para comprar champán. Seguro que sentía un poco de remordimiento, pero no demasiado”.

Garcia-Planas asegura que, a pesar de su bajeza moral, la obra de González-Ruano debe ser juzgada por sí misma y destaca su "literatura sublime". "Me he ido enamorando literariamente de Ruano conforme lo íbamos desnudando moralmente", concluye. Fuente: El Cultural



La Viena de fin de siglo, Carl E. Schorske


La Viena de la segunda mitad del siglo XIX presenció el ascenso de la burguesía austríaca, el auge y fracaso del liberalismo y la progresiva decadencia del imperio austro-húngaro como potencia internacional. Fue en este contexto que se gestó uno de los períodos álgidos en la historia de la cultura, con la ciudad danubiana como centro neurálgico. Toda una pléyade de artistas e intelectuales de renombre tuvo en Viena su escenario privilegiado, protagonizando un auge cultural que fue aupado por la prosperidad económica de la pujante clase media y por su intenso aunque frustrado protagonismo político. Semejante telón de fondo explica el peso internacional adquirido por la cultura austríaca en ámbitos a los que la tradición aristocrática había relegado a un segundo plano. En efecto, el prestigio cultural de Viena provenía hasta entonces de la arquitectura y de las artes escénicas (música y teatro), patrocinadas por la corona y por la aristocracia. Sin que estas disciplinas sufrieran merma alguna –en realidad ocurrió lo contrario-, la consolidación de la burguesía conllevó el ascenso de las letras, la pintura y la ciencia austríacas, todas las cuales, dicho sea de paso, se vieron beneficiadas por la invaluable inyección de vitalidad aportada por el judaísmo vienés; es este un detalle imposible de soslayar: fueron en grandísima medida individuos de origen judío -artistas, intelectuales y patrocinadores- los que hicieron de la Viena del 1900 uno de los hitos dorados en la historia de la civilización occidental. 
El historiador estadounidense Carl E. Schorske (Nueva York, 1915) publicó en 1980 La Viena de fin de siglo, libro que desde entonces es considerado un clásico en materia de estudios culturales. Conformado por una serie de ensayos temáticamente concatenados, se trata de un libro que refleja la erudición y la capacidad interpretativa de su autor, quien practica en sus páginas una brillante síntesis de historia socio-política y análisis estético-cultural. Trabajo poliédrico, en el primer plano de sus ensayos alternan diversas corrientes y momentos emblemáticos de la política y la cultura así como una serie de nombres señeros: Schnitzler y Hofmannstahl, Kokoshka y Schoenberg, Gustav Klimt, Freud y el psicoanálisis; los políticos antisemitas Georg von Schönerer y Karl Lueger y el padre del sionismo, Theodor Herzl; la construcción de la Ringstrasse y el nacimiento del moderno urbanismo; la literatura austríaca en una perspectiva genérica. La Viena de fin de siglo explora la interacción entre cultura y política en la capital imperial durante las décadas finales del siglo antepasado, con especial énfasis en las dinámicas sociales experimentadas por la burguesía vienesa. Una clase, explica Schorske, que no llegó a asimilarse con la aristocracia y que jamás pudo sustraerle del todo el predominio político, en vista de lo cual nunca pudo prescindir del nebuloso favor de la monarquía; factor decisivo en un estado plurinacional en que la figura del emperador –con el formalismo ceremonial que lo rodeaba- era el vector de cohesión y lealtad política por excelencia.
A lo largo del referido período, la burguesía reservó al arte funciones distintas en concordancia con las vicisitudes de su devenir político, marcado al final de la centuria por la derrota del liberalismo. Inicialmente, apadrinar el arte fue para la burguesía una forma de compensar la falta del prestigio social que le habría granjeado la asimilación con la aristocracia; más tarde, cuando el contexto político se tornaba adverso, el arte le proporcionó una vía de escape, un refugio de una realidad amenazante. No es casual que Hofmannsthal asociase directamente la devoción burguesa por el arte con la angustia que provocaba el fracaso cívico. Por otra parte, la singularidad del contexto vienés puso al arte y los artistas en una situación extraordinaria, distinta de la vivida en el resto de Europa. A lo largo y ancho del continente, la práctica del arte por el arte suponía una ruptura de los lazos sociales; dicho de otro modo: el esteticismo europeo solía ser una protesta contra el adocenado orden burgués. En la Viena finisecular, en cambio, el esteticismo fue una expresión afirmativa de la burguesía y un distintivo del origen social. Lo que se verificó en la capital imperial fue una estrecha alianza entre el arte y la clase media elevada, estamento cuyo inicial entusiasmo cívico perdió fuelle con relativa prontitud y que transfirió su potencial entusiasta a la esfera del arte. En palabras del autor, en Viena «la vida artística sustituyó a la acción. De hecho, a medida que la acción cívica se tornaba cada vez más inútil, el arte se transformaba en una religión, fuente de sentido y alimento para el espíritu». Esta alianza debió sufrir la arremetida de uno de los motivos cruciales del arte austríaco finisecular: la rebelión de los hijos, que en política significó nada menos que el repudio del liberalismo de los padres.
La arquitectura y el urbanismo fueron los ámbitos en que la susodicha unión hizo su estreno. La clase media alta se encumbró al poder en la década de 1860 a raíz de las derrotas militares del imperio Habsburgo, y la remodelación del centro de la capital fue el símbolo de su ascenso. Edificios públicos y residencias particulares erigidos en la fastuosa avenida circunvalar, la Ringstrasse, representaron el triunfo del espíritu burgués, laico y liberal, que en construcciones como el Parlamento y el Ayuntamiento encarnaba su voluntad de oponer el peso de la ley al poder arbitrario, mientras que edificios como la Universidad, el Museo, el Teatro y la Ópera materializaban las aspiraciones de la cultura secular. La Ringstrasse fue a la vez foro y monumento iconográfico del liberalismo austríaco. Más tarde, el contexto político propició el auge de la célebre Secesión, uno de los episodios fundamentales del arte vanguardista. Impregnado de un espíritu innovador, el movimiento artístico protagonizado por arquitectos y pintores como Otto Wagner, Joseph Maria Olbrich y Gustav Klimt -entre otros- recibió el espaldarazo del estado, cosa excepcional en una Europa cuyos gobiernos eran profundamente conservadores en materia artística. Según Schorske, este apoyo derivaba de la delicada composición multiétnica del imperio: enfrentado a un creciente conflicto de rivalidades lingüísticas e identitarias, el estado veía con buenos ojos a los artistas de la Secesión, a quienes los animaba un sincero cosmopolitismo y cuyo programa ambicionaba una síntesis cultural que enaltecía el tradicional universalismo del imperio austro-húngaro.
Las corrientes artísticas y literarias dieron cuenta de la acentuada declinación del liberalismo, dinámica confirmada por el paradigma antropológico en boga: el psicoanálisis. La clásica concepción racionalista del hombre fue puesta en entredicho por la revolución freudiana, y si a esto se suma el influjo irradiado por la obra de Schopenhauer, Kierkegaard y Nietzsche, el resultado es una atmósfera cultural que tendía a ubicarse en las antípodas del racionalismo, con grave menoscabo del realismo estético y del ethos empirista y utilitario del liberalismo austríaco. Las vanguardias artísticas hicieron de la ruptura con la tradición un programa radical e irrenunciable, estimulando el desprecio de las ortodoxias académicas y la experimentación sin traba alguna. El moralismo y la reproducción mecánica de la naturaleza fueron desplazados por la indagación sociológica y el análisis sicológico desinhibido, con una fuerte inclinación hacia los claroscuros de la sexualidad. Novedad, juventud y rebeldía fueron las enseñas del arte característico del momento; la rebelión generacional contra los padres fue el signo de la época. Entre los artistas y escritores de la nueva hornada –escritores como Schnitzler y Hofmannstahl, pintores como Klimt y Kokoshka-, la preceptiva irreverencia se tradujo en un rechazo del credo liberal de los padres, al que identificaban con una cultura de corto aliento, mezquina y moribunda. Finalmente, la generación más joven de artistas, creadores como el mismo Kokoshka, el compositor Arnold Schoenberg y el arquitecto Adolf Loos completaron el círculo del rupturismo: al contrario que sus predecesores, ya no hablaban en nombre de la burguesía a la que pertenecían y procuraron emancipar su obra de la asignada función social (arte como una forma de evasión y de enmascaramiento de la realidad).
En política, mientras tanto, las personalidades emblemáticas fueron los antisemitas Schönerer, padre del pangermanismo, y Lueger, adalid del socialismo cristiano y célebre alcalde de Viena, además de Theodor Herzl, fundador del sionismo. Los tres surgieron de la matriz liberal, de la que renegaron con vistas a aglutinar a las masas que el liberalismo había postergado. «Para Schönerer –escribe Schorske-, los liberales nacionalistas alemanes eran los peores traidores entre los alemanes y los más peligrosos entre los liberales. Para Lueger, los liberales católicos, pusilánimes pero bien establecidos, constituían el principal obstáculo para la renovación que proponía el socialismo cristiano. Para Herzl, los judíos liberales “ilustrados” formaban parte de su misma clase social e intelectual pero, en su ceguera, se negaban a reconocer la naturaleza de su propio problema como judíos. El liberalismo: voilà l’enemmi». Más allá de sus profundas divergencias doctrinarias, los tres dirigentes tenían en común el repudio de un paradigma que no satisfacía las ansias espirituales de unas masas que añoraban las bondades (idealizadas) de un orden social premoderno, esa Arcadia perdida. Fuente: hislibris

En tierra inhumana, Józef Czapski


Uno de los efectos inmediatos y más dramáticos del efímero idilio entre la Unión Soviética y el Tercer Reich fue el aplastamiento conjunto de Polonia, que puso a millones de personas a merced de dos voraces regímenes totalitarios. Entre las víctimas se contaron los miles de oficiales y soldados del ejército polaco que cayeron en las fauces del gulag, muy pocos de los cuales sobrevivieron a la experiencia. El NKVD, organismo de seguridad de la URSS, empleó tres campos de concentración principales para retener entre fines de 1939 y abril de 1940 a una muchedumbre de militares polacos: Starobielsk, Kozielsk y Ostaszków. Alrededor de cuatro mil fueron a dar al primero de ellos, situado al sudeste de Ucrania; menos de un centenar salió con vida. Uno de los supervivientes de Starobielsk fue el artista y oficial de reserva Józef Czapski, quien pudo escapar del aciago destino sufrido por miles de reclusos de su nacionalidad, ejecutados en Katyn o devorados por el gulag. Czapski sobrevivió para contarlo y con pleno conocimiento de causa pues no sólo padeció el cruel cautiverio sino que, tras uno de aquellos sórdidos vuelcos de la historia –la Operación Barbarroja, que hizo de soviéticos y polacos unos incómodos aliados-, en 1941 y 1942 estuvo a cargo de las investigaciones sobre el paradero de sus compañeros de armas desaparecidos, apresados poco antes por los soviéticos. Apenas puede concebirse un esfuerzo más vano, el de semejantes investigaciones, pues suponía chocar contra el hermetismo, la mendacidad y el tendido de cortinas de humo: genuinas especialidades del régimen bolchevique. 
Tras el previsible fracaso de sus pesquisas, Czapski fue designado jefe del Departamento de Propaganda del nuevo ejército polaco, organizado con el reticente beneplácito de Stalin en territorio soviético, unos meses después del ataque alemán a la URSS. El puesto lo hizo responsable, entre otros cometidos, de la edición de boletines, de actividades formativas y recreativas y de las relaciones públicas con los soviéticos. Casi completamente desarmado, mal vestido y peor alimentado, compuesto mayoritariamente por hombres de salud quebrantada por toda clase de penurias, este remedo de ejército abandonó la URSS traspasando sus fronteras meridionales y desde Irán se dirigió a Italia, en donde pudo combatir contra las fuerzas alemanas en Montecassino y otros lugares. Czapski vertió el recuerdo de sus experiencias en la Unión Soviética en dos textos publicados clandestinamente en Polonia y que luego fueron reunidos en un único volumen, al que su autor añadió un tercer texto, relativo a la polémica sobre la atribución de las matanzas de Katyn. El conjunto, publicado con el título de En tierra inhumana (originalmente el título del segundo texto, con ventaja el de mayor extensión), es sin duda un invaluable testimonio sobre las iniquidades del estalinismo.
Józef Czapski (1896-1993) nació en el seno de una familia aristocrática, vivió su infancia en Bielorrusia y cursó estudios de derecho en San Petersburgo, tras lo cual se decantó por su verdadera vocación: la pintura. Fue alumno de Bellas Artes en Varsovia, Cracovia y París, trabando contacto en la capital francesa con lo más granado de las artes de vanguardia. Espíritu inquieto y ávido de saber, admiraba ante todo a Cézanne, amaba la literatura y era capaz de dictar conferencias sobre Proust, en el campo de Griazovetz (su segunda estación en el gulag), o sobre la teoría de la relatividad, cuando se ocupaba de actividades educativas en el nuevo ejército polaco. Profesaba convicciones democráticas y en sus días en la Academia de Bellas Artes de Cracovia (a comienzos de los años veinte) se opuso activamente a la oleada de nacionalismo y antisemitismo que en 1922 culminó en el asesinato de Gabriel Narutowicz, segundo presidente de una Polonia recientemente independizada. La carrera artística de Czapski se vio interrumpida en 1939 cuando fue movilizado por segunda vez en su vida (la primera fue en las postrimerías de la Primera Guerra Mundial); detentando el grado de capitán, cayó prisionero del Ejército Rojo el 27 de octubre de aquel año. Tras una etapa de cautiverio, de penurias y de modestas satisfacciones en lo que debía ser el germen del ejército de una Polonia liberada, volvió a radicarse en Francia, país en que reanudó su quehacer pictórico, materializando además su amor por las letras en la fundación de un Instituto de Literatura en Maisons-Laffitte, en las proximidades de París.
En las memorias de Czapski queda constancia de un itinerario sombrío, que muy especialmente en su primera etapa asemeja las estaciones de un calvario. Apenas hace falta decirlo: las condiciones de vida en los campos de concentración eran espantosas; lo mismo ocurría en las mortíferas marchas a que se sometía a los reclusos cuando se los trasladaba de un campo a otro. Como reflejan el testimonio de nuestro autor y el de sus compatriotas cuya voz recoge el libro, tales marchas recuerdan –salvo en la escala- a las del genocidio armenio, en los años de la Primera Guerra Mundial, y parecen un anticipo de las llamadas “Marchas de la muerte” de 1945, cuando los alemanes evacuaron a los maltrechos supervivientes de sus campos de concentración y los forzaron a recorrer grandes distancias a pie y en las peores circunstancias imaginables, resultando en altos porcentajes de mortandad. Tras la liberación, la narración se enfoca primero en la etapa de la búsqueda de los desaparecidos –Czapski estrellándose contra la burocracia moscovita- y luego en la etapa del nuevo ejército polaco, que es al mismo tiempo una historia de esperanza y de desventuras… y de arduos desplazamientos por la inmensidad del territorio soviético. En el desempeño de sus actividades oficiales y en sus diversos recorridos, a bordo de trenes y en sus obligadas estancias en hospitales, Czapski tuvo ocasión de contactar con gentes de todos los niveles y de diversas etnias, desde altos funcionarios hasta sencillos obreros. Tuvo, pues, la oportunidad de sufrir una «iniciación en la inmensidad de la miseria humana», interiorizándose de los pormenores de un régimen que hacía gala de un sistemático desprecio de la vida humana y que imponía a sus súbditos una atmósfera opresiva. Dramático es el contraste entre la Rusia de la alborada revolucionaria y la Rusia de Stalin, un cuarto de siglo después. Czapski estuvo en el Petrogrado de 1918 y disfrutó de los aires de libertad aún imperantes; era un tiempo en que un simple estudiante como él podía discutir llanamente con las autoridades. Consolidada la dictadura estaliniana, esto resultaba impensable. La maquinaria del terror y la infranqueable distancia entre gobernantes y gobernados lo sofocaban todo. Los mismos soviéticos se maravillaban de la libertad y el desparpajo con que los refugiados polacos ventilaban entre sí sus diferencias. Ni hablar de la realidad social. Al respecto, el testimonio de Czapski es lapidario: «La diferencia de nivel de vida entre un oficial especialista y un simple soldado, entre un alto funcionario y un campesino hambriento de un kolkhoz –koljoz, granja colectiva- de los alrededores de Chkalov, no era substancialmente más pequeña de la que separa a un banquero de un obrero en los “podridos” países capitalistas…»
Al valor testimonial del libro se añaden sus cualidades literarias. La escritura de Czapski es pulcra, precisa, rotunda cuando corresponde, carente de remilgos y siempre fluida. El sostenido pulso narrativo redobla el interés de la lectura, cautivante por su mismo contenido. A despecho de su tema central, no es un libro que rebose acrimonia o que se regodee en la sevicia. Algunas pausas a modo de párrafos descriptivos revelan de cuerpo entero al pintor, a un Czapski que ni siquiera a un país derrengado por la perversidad ideológica y por la guerra –una tierra inhumana- podía dejar de ver con ojos de artista, sensible a las formas, el color y los efectos lumínicos. Así, por ejemplo, en pleno cautiverio: «Era a finales de noviembre y, al rayar el alba, de pronto explotó más allá de los muros rojos de nuestro edificio un cielo lleno de bengalas y de nubes rosadas y rutilantes cual descargas eléctricas entretejidas de estelas de un color añil chillón. Sobre este fondo, la empalizada recién construida con recios leños puntiagudos lució con un resplandor rojizo y dorado, la garita de madera, que no estaba iluminada por los rayos de sol, se tiñó de zafiro y, detrás de la valla, se perfilaron en la lejanía unos árboles gigantescos de troncos azules más claros que el cielo y cubiertos de guirnaldas de chovas y cornejas negras». O bien, en la frontera asiática, durante una de sus varias convalecencias: «Me pregunto qué otro efecto benéfico, además de ofrecerme la amistad humanad, ejerció sobre mí Ak-Altyn –un pueblo en Turquestán-: me permitió mirar por la ventana durante horas y ver en su marco pintado de blanco un cielo siempre azul, límpido, despejado, sin una sola nubecilla, muy claro por la mañana y cada vez más oscuro a medida que avanzaba el día, pero de nuevo resplandeciente, aunque teñido de verde, al atardecer. Pensaba en cómo extraer aquel sonido azul, aquel grito del marco blanco sobre el fondo del cielo azul, y recordaba haber visto muy pocos cuadros que evocaran un cielo idealmente limpio con objetos destacándose en él, y eso que había visto miles y miles de obras de arte». (Cursivas en el original.)
Un libro que, si se quiere, se lee con triple satisfacción, pues su autor iba a contrapelo de las peores seducciones ideológicas del día, lacras que desgraciadamente no tienen visos de extinguirse. Ya está dicho que abominaba Czapski del nacionalismo y el antisemitismo, tan extendidos entre sus connacionales. Lo que se aprecia en las memorias es un espíritu ecuánime que no duda en denunciar la estupidez de algunos de sus compatriotas, como aquel que en medio de una conferencia cita los Protocolos de los sabios de Sión como si fueran un texto sagrado; o el caso de un antiguo terrateniente y oficial de caballería que desprecia a un embajador polaco por no ser sino un científico y un académico, a buen seguro incapaz de cabalgar correctamente; para mayor abundamiento, un reaccionario, este oficial: el sujeto amenazaba con romperle la cara a cualquiera que le fuese con la cuestión de la reforma agraria. Por otra parte, Czapski detesta como es natural al régimen bolchevique y sus agentes; recela de una Rusia –el estado ruso, para decirlo con precisión- que históricamente ha sido el ogro de sus vecinos –si lo sabrán los polacos-; mas no odia a los rusos, ni a los ucranianos, ni a los demás habitantes del imperio soviético. Desea fervientemente un cambio de régimen, para bien de los propios rusos. Adora por otra parte la gran literatura rusa, refiriéndose en diversas ocasiones y siempre en términos elogiosos a poetas como Pushkin, Blok, Belyi, Pásternak y Anna Ajmátova (a quien pudo conocer personalmente); y a narradores como Dostoievski, Tolstói, Lérmontov, Chéjov y Gorki, entre otros (al primero lo menciona y lo cita repetidas veces).
Tratándose de literatura, surgen inevitablemente en el libro los nombres de Adam Mickiewicz, el poeta nacional de Polonia, y Henryk Sienkiewicz, cuya Trilogíanovelística es el gran referente literario del patriotismo polaco. Czapski cuenta que en el campo de Griazoviets se colaron algunos ejemplares de la Trilogía, muy apetecidos por unos reclusos que se solazaban leyendo las inspiradoras hazañas de Kretuski, Volodiovski y demás héroes de Sienkiewicz.
En tierra inhumana es un libro impresionante por muchas razones y como documento testimonial resulta imperecedero. Puestos a escoger algún incidente significativo, fácilmente puede optarse por uno cercano al desenlace. Integrando un grupo de polacos que está a punto de cruzar la frontera con Irán y en que también se halla nuestro autor, un chiquillo de corta edad y precaria salud descubre el omnipresente retrato de Stalin, colgado en la oficina de la aduana, e inmediatamente le dirige su puñito cerrado; para el niño, el tirano sólo representaba hambre, miseria y sufrimiento. Esta expresión de rabia impotente, doblemente impactante por provenir de un niño, fue la impresión postrera de Czapski antes de abandonar el ominoso país.
- Józef Czapski, En tierra inhumana. Acantilado, Barcelona, 2008. 489 pp. Fuente:  www.hislibris.com