La Segunda Guerra Mundial (un breve resúmen)



La contienda que se iniciaba en 1939 venía a ser una segunda parte, corregida y aumentada, de la guerra anterior y con unas consecuencias que ninguno de los contendientes pudo jamás suponer cuando comenzaron los primeros combates en las llanuras polacas. Una guerra que se inició en un mundo dividido y lo dejó más dividido todavía, aunque las coordenadas de tal división fueran otras.

El imperio colonial italiano desapareció en plena guerra, al igual que el holandés al final de la misma. Y en poco tiempo le seguirían el francés, el británico y el belga. La Conferencia de Potsdam sirvió para simular por última vez la unión de las potencias vencedoras, pero su más evidente resultado fue la erección de un Telón de Acero en la Europa central, que partía en dos al continente, y en particular a Alemania, como partida en dos quedaba Corea y pronto lo estaría Vietnam.

Parciparon 56 países
La Segunda Guerra Mundial resultó la más mortífera que el mundo ha conocido. Participaron 56 países y hubo más de 60 millones de muertos. Y si para los estados europeos supuso a la postre la ruina y el fin de sus imperios coloniales, para los Estados Unidos significó la salida definitiva de la Gran Depresión, a costa de gastar el 38% del PIB del país. Los norteamericanos mantenía en 1945 un ejército de más de 12 millones de hombres y casi tres millones de trabajadores se dedicaban a la industria militar. Enfrente, ya como antagonista, surgía la Unión Soviética, dominando media Europa, infiltrándose en los nuevos países nacidos de la etapa descolonizadora y dispuesta a disputarle a Washington el liderazgo mundial, en una tensión igual o quizá mayor que la que el mundo vivió en los prolegómenos de la anterior guerra.

De aquel mundo en ruinas surgieron los Estados Unidos y la Unión Soviética como las dos únicas superpotencias, pero lo cierto es también que la sangre soviética y la potencia industrial y económica norteamericanas resultaron los factores determinantes de la victoria aliada. A pesar de la superioridad táctica demostrada contra todos sus enemigos y mantenida a lo largo de la guerra, el Reich no podía vencer al resto del mundo y Japón, superada su ventaja inicial, no tenía en absoluto capacidad de hacer frente al gigante americano. Sin embargo, en el año 1939 la impresión generalizada era otra.

Apostando fuerte

Hitler resultó ser un jugador que apostaba fuerte y tuvo la fortuna de contar con el inicial apoyo tácito de las democracias occidentales y del incipiente complejo militar industrial estadounidense. Aunque pudieron haberlo frenado fácilmente en 1938, los líderes de las democracias occidentales no quisieron ver el peligro. Por ello, cuando el dictador nazi invadió Polonia pensaba que tal ataque obtendría una respuesta aliada similar a la ocurrida con la ocupación de Austria o de Checoslovaquia, es decir, la pasividad y la aceptación de un hecho consumado. Francia y Gran Bretaña decidieron que no podían permitir más expansionismo y actuaron en consecuencia. Era ya demasiado tarde.

La Blitzkrieg demostró todo su potencial arrollando a los polacos y, una vez corregidos los defectos iniciales, a los poderosos ejércitos anglo-franceses con la maniobra de Sedán. En diez días de mayo, la suerte de Francia estaba echada y, seis semanas después del comienzo del ataque, se firmó el armisticio. La Blitzkrieg había logrado lo que la doctrina convencional no había conseguido en la Gran Guerra. Ni en las seis semanas previstas también entonces, ni en cuatro años de feroces enfrentamientos.

El Reino Unido se encontró solo hasta que surgió la figura de Churchill, que supo galvanizar la voluntad de resistir del pueblo británico. Pero de bien poco hubiera servido si Hitler hubiera tenido una intención firme de acabar con Gran Bretaña. En realidad el Führer estaba pensando en Rusia, su auténtica obsesión en la búsqueda de un espacio vital para su imperio. Y así, el 22 de junio de 1941 comenzó la mayor operación militar de la historia, en la que tendrían lugar algunas de las mayores batallas que el mundo jamás vería. Pero las extraordinarias victorias de la Wehrmacht no fueron suficientes para vencer a la URSS. Las inmensas distancias, la complicada logística y, sobre todo, las enormes magnitudes del Ejército Rojo determinaron la derrota germana.

Un nuevo actor
El 7 de diciembre de 1941, Japón introdujo un nuevo elemento al atacar a Estados Unidos. A partir de ese momento, a medio plazo, el Eje estaba perdido, aunque, en los meses siguientes, nada parecería indicarlo. La primavera de 1942 vería una extraordinaria expansión japonesa por el Pacífico y una nueva y formidable ofensiva alemana en el sur de Rusia. Tobruk caería en poco tiempo, junto con Singapur. Gran Bretaña estaba en sus horas más bajas, pero el verano supuso un punto de inflexión. Rommel fue detenido en El Alamein, von Paulus se enfrascó en Stalingrado y Japón sufrió un duro golpe en Midway.

1943 vería el comienzo de la contraofensiva aliada en todos los frentes y, en 1944, ya todo estaba claro. Overlord, Bagration y el asalto a las Filipinas anunciarían el principio del fin de una contienda terrible. Pero, a pesar de la magnitud del drama, no todo fueron sombras. Además de un crecimiento económico sin precedentes, los desarrollos científicos en todos los niveles (aviación, informática, telecomunicaciones, medicina…) fueron extraordinarios. Y el nacimiento de la era nuclear añadió una nueva dimensión a la guerra. Una dimensión tal que la siguiente fase de la contienda hubo de reñirse de forma no convencional, a través de terceros, y en la que más que conceptos territoriales, los ideológicos, sociales y económicos serían los decisivos.

En Potsdam, sólo Churchill parecíó darse cuenta de que en ese momento más que una posguerra estaba iniciándose una nueva fase de la guerra, que no acabaría hasta finales de los años ochenta del pasado siglo con el desmoronamiento del comunismo en Europa.

AFECTAR

"NO NOS AFECTA LO QUE NOS SUCEDE, SINO LO QUE NOS DECIMOS ACERCA DE LO QUE NOS SUCEDE" (Epícteto)

En tierra inhumana, Józef Czapski


Uno de los efectos inmediatos y más dramáticos del efímero idilio entre la Unión Soviética y el Tercer Reich fue el aplastamiento conjunto de Polonia, que puso a millones de personas a merced de dos voraces regímenes totalitarios. Entre las víctimas se contaron los miles de oficiales y soldados del ejército polaco que cayeron en las fauces del gulag, muy pocos de los cuales sobrevivieron a la experiencia. El NKVD, organismo de seguridad de la URSS, empleó tres campos de concentración principales para retener entre fines de 1939 y abril de 1940 a una muchedumbre de militares polacos: Starobielsk, Kozielsk y Ostaszków. Alrededor de cuatro mil fueron a dar al primero de ellos, situado al sudeste de Ucrania; menos de un centenar salió con vida. Uno de los supervivientes de Starobielsk fue el artista y oficial de reserva Józef Czapski, quien pudo escapar del aciago destino sufrido por miles de reclusos de su nacionalidad, ejecutados en Katyn o devorados por el gulag. Czapski sobrevivió para contarlo y con pleno conocimiento de causa pues no sólo padeció el cruel cautiverio sino que, tras uno de aquellos sórdidos vuelcos de la historia –la Operación Barbarroja, que hizo de soviéticos y polacos unos incómodos aliados-, en 1941 y 1942 estuvo a cargo de las investigaciones sobre el paradero de sus compañeros de armas desaparecidos, apresados poco antes por los soviéticos. Apenas puede concebirse un esfuerzo más vano, el de semejantes investigaciones, pues suponía chocar contra el hermetismo, la mendacidad y el tendido de cortinas de humo: genuinas especialidades del régimen bolchevique. 
Tras el previsible fracaso de sus pesquisas, Czapski fue designado jefe del Departamento de Propaganda del nuevo ejército polaco, organizado con el reticente beneplácito de Stalin en territorio soviético, unos meses después del ataque alemán a la URSS. El puesto lo hizo responsable, entre otros cometidos, de la edición de boletines, de actividades formativas y recreativas y de las relaciones públicas con los soviéticos. Casi completamente desarmado, mal vestido y peor alimentado, compuesto mayoritariamente por hombres de salud quebrantada por toda clase de penurias, este remedo de ejército abandonó la URSS traspasando sus fronteras meridionales y desde Irán se dirigió a Italia, en donde pudo combatir contra las fuerzas alemanas en Montecassino y otros lugares. Czapski vertió el recuerdo de sus experiencias en la Unión Soviética en dos textos publicados clandestinamente en Polonia y que luego fueron reunidos en un único volumen, al que su autor añadió un tercer texto, relativo a la polémica sobre la atribución de las matanzas de Katyn. El conjunto, publicado con el título de En tierra inhumana (originalmente el título del segundo texto, con ventaja el de mayor extensión), es sin duda un invaluable testimonio sobre las iniquidades del estalinismo.
Józef Czapski (1896-1993) nació en el seno de una familia aristocrática, vivió su infancia en Bielorrusia y cursó estudios de derecho en San Petersburgo, tras lo cual se decantó por su verdadera vocación: la pintura. Fue alumno de Bellas Artes en Varsovia, Cracovia y París, trabando contacto en la capital francesa con lo más granado de las artes de vanguardia. Espíritu inquieto y ávido de saber, admiraba ante todo a Cézanne, amaba la literatura y era capaz de dictar conferencias sobre Proust, en el campo de Griazovetz (su segunda estación en el gulag), o sobre la teoría de la relatividad, cuando se ocupaba de actividades educativas en el nuevo ejército polaco. Profesaba convicciones democráticas y en sus días en la Academia de Bellas Artes de Cracovia (a comienzos de los años veinte) se opuso activamente a la oleada de nacionalismo y antisemitismo que en 1922 culminó en el asesinato de Gabriel Narutowicz, segundo presidente de una Polonia recientemente independizada. La carrera artística de Czapski se vio interrumpida en 1939 cuando fue movilizado por segunda vez en su vida (la primera fue en las postrimerías de la Primera Guerra Mundial); detentando el grado de capitán, cayó prisionero del Ejército Rojo el 27 de octubre de aquel año. Tras una etapa de cautiverio, de penurias y de modestas satisfacciones en lo que debía ser el germen del ejército de una Polonia liberada, volvió a radicarse en Francia, país en que reanudó su quehacer pictórico, materializando además su amor por las letras en la fundación de un Instituto de Literatura en Maisons-Laffitte, en las proximidades de París.
En las memorias de Czapski queda constancia de un itinerario sombrío, que muy especialmente en su primera etapa asemeja las estaciones de un calvario. Apenas hace falta decirlo: las condiciones de vida en los campos de concentración eran espantosas; lo mismo ocurría en las mortíferas marchas a que se sometía a los reclusos cuando se los trasladaba de un campo a otro. Como reflejan el testimonio de nuestro autor y el de sus compatriotas cuya voz recoge el libro, tales marchas recuerdan –salvo en la escala- a las del genocidio armenio, en los años de la Primera Guerra Mundial, y parecen un anticipo de las llamadas “Marchas de la muerte” de 1945, cuando los alemanes evacuaron a los maltrechos supervivientes de sus campos de concentración y los forzaron a recorrer grandes distancias a pie y en las peores circunstancias imaginables, resultando en altos porcentajes de mortandad. Tras la liberación, la narración se enfoca primero en la etapa de la búsqueda de los desaparecidos –Czapski estrellándose contra la burocracia moscovita- y luego en la etapa del nuevo ejército polaco, que es al mismo tiempo una historia de esperanza y de desventuras… y de arduos desplazamientos por la inmensidad del territorio soviético. En el desempeño de sus actividades oficiales y en sus diversos recorridos, a bordo de trenes y en sus obligadas estancias en hospitales, Czapski tuvo ocasión de contactar con gentes de todos los niveles y de diversas etnias, desde altos funcionarios hasta sencillos obreros. Tuvo, pues, la oportunidad de sufrir una «iniciación en la inmensidad de la miseria humana», interiorizándose de los pormenores de un régimen que hacía gala de un sistemático desprecio de la vida humana y que imponía a sus súbditos una atmósfera opresiva. Dramático es el contraste entre la Rusia de la alborada revolucionaria y la Rusia de Stalin, un cuarto de siglo después. Czapski estuvo en el Petrogrado de 1918 y disfrutó de los aires de libertad aún imperantes; era un tiempo en que un simple estudiante como él podía discutir llanamente con las autoridades. Consolidada la dictadura estaliniana, esto resultaba impensable. La maquinaria del terror y la infranqueable distancia entre gobernantes y gobernados lo sofocaban todo. Los mismos soviéticos se maravillaban de la libertad y el desparpajo con que los refugiados polacos ventilaban entre sí sus diferencias. Ni hablar de la realidad social. Al respecto, el testimonio de Czapski es lapidario: «La diferencia de nivel de vida entre un oficial especialista y un simple soldado, entre un alto funcionario y un campesino hambriento de un kolkhoz –koljoz, granja colectiva- de los alrededores de Chkalov, no era substancialmente más pequeña de la que separa a un banquero de un obrero en los “podridos” países capitalistas…»
Al valor testimonial del libro se añaden sus cualidades literarias. La escritura de Czapski es pulcra, precisa, rotunda cuando corresponde, carente de remilgos y siempre fluida. El sostenido pulso narrativo redobla el interés de la lectura, cautivante por su mismo contenido. A despecho de su tema central, no es un libro que rebose acrimonia o que se regodee en la sevicia. Algunas pausas a modo de párrafos descriptivos revelan de cuerpo entero al pintor, a un Czapski que ni siquiera a un país derrengado por la perversidad ideológica y por la guerra –una tierra inhumana- podía dejar de ver con ojos de artista, sensible a las formas, el color y los efectos lumínicos. Así, por ejemplo, en pleno cautiverio: «Era a finales de noviembre y, al rayar el alba, de pronto explotó más allá de los muros rojos de nuestro edificio un cielo lleno de bengalas y de nubes rosadas y rutilantes cual descargas eléctricas entretejidas de estelas de un color añil chillón. Sobre este fondo, la empalizada recién construida con recios leños puntiagudos lució con un resplandor rojizo y dorado, la garita de madera, que no estaba iluminada por los rayos de sol, se tiñó de zafiro y, detrás de la valla, se perfilaron en la lejanía unos árboles gigantescos de troncos azules más claros que el cielo y cubiertos de guirnaldas de chovas y cornejas negras». O bien, en la frontera asiática, durante una de sus varias convalecencias: «Me pregunto qué otro efecto benéfico, además de ofrecerme la amistad humanad, ejerció sobre mí Ak-Altyn –un pueblo en Turquestán-: me permitió mirar por la ventana durante horas y ver en su marco pintado de blanco un cielo siempre azul, límpido, despejado, sin una sola nubecilla, muy claro por la mañana y cada vez más oscuro a medida que avanzaba el día, pero de nuevo resplandeciente, aunque teñido de verde, al atardecer. Pensaba en cómo extraer aquel sonido azul, aquel grito del marco blanco sobre el fondo del cielo azul, y recordaba haber visto muy pocos cuadros que evocaran un cielo idealmente limpio con objetos destacándose en él, y eso que había visto miles y miles de obras de arte». (Cursivas en el original.)
Un libro que, si se quiere, se lee con triple satisfacción, pues su autor iba a contrapelo de las peores seducciones ideológicas del día, lacras que desgraciadamente no tienen visos de extinguirse. Ya está dicho que abominaba Czapski del nacionalismo y el antisemitismo, tan extendidos entre sus connacionales. Lo que se aprecia en las memorias es un espíritu ecuánime que no duda en denunciar la estupidez de algunos de sus compatriotas, como aquel que en medio de una conferencia cita los Protocolos de los sabios de Sión como si fueran un texto sagrado; o el caso de un antiguo terrateniente y oficial de caballería que desprecia a un embajador polaco por no ser sino un científico y un académico, a buen seguro incapaz de cabalgar correctamente; para mayor abundamiento, un reaccionario, este oficial: el sujeto amenazaba con romperle la cara a cualquiera que le fuese con la cuestión de la reforma agraria. Por otra parte, Czapski detesta como es natural al régimen bolchevique y sus agentes; recela de una Rusia –el estado ruso, para decirlo con precisión- que históricamente ha sido el ogro de sus vecinos –si lo sabrán los polacos-; mas no odia a los rusos, ni a los ucranianos, ni a los demás habitantes del imperio soviético. Desea fervientemente un cambio de régimen, para bien de los propios rusos. Adora por otra parte la gran literatura rusa, refiriéndose en diversas ocasiones y siempre en términos elogiosos a poetas como Pushkin, Blok, Belyi, Pásternak y Anna Ajmátova (a quien pudo conocer personalmente); y a narradores como Dostoievski, Tolstói, Lérmontov, Chéjov y Gorki, entre otros (al primero lo menciona y lo cita repetidas veces).
Tratándose de literatura, surgen inevitablemente en el libro los nombres de Adam Mickiewicz, el poeta nacional de Polonia, y Henryk Sienkiewicz, cuya Trilogíanovelística es el gran referente literario del patriotismo polaco. Czapski cuenta que en el campo de Griazoviets se colaron algunos ejemplares de la Trilogía, muy apetecidos por unos reclusos que se solazaban leyendo las inspiradoras hazañas de Kretuski, Volodiovski y demás héroes de Sienkiewicz.
En tierra inhumana es un libro impresionante por muchas razones y como documento testimonial resulta imperecedero. Puestos a escoger algún incidente significativo, fácilmente puede optarse por uno cercano al desenlace. Integrando un grupo de polacos que está a punto de cruzar la frontera con Irán y en que también se halla nuestro autor, un chiquillo de corta edad y precaria salud descubre el omnipresente retrato de Stalin, colgado en la oficina de la aduana, e inmediatamente le dirige su puñito cerrado; para el niño, el tirano sólo representaba hambre, miseria y sufrimiento. Esta expresión de rabia impotente, doblemente impactante por provenir de un niño, fue la impresión postrera de Czapski antes de abandonar el ominoso país.
- Józef Czapski, En tierra inhumana. Acantilado, Barcelona, 2008. 489 pp. Fuente:  www.hislibris.com

CONQUISTAR

"No son las montañas
las que hemos de conquistar,
sino a nosotros mismos" (Hillary,E.,)

Anwar Congo, El acto de matar

Los escuadrones de la muerte

Anwar Congo, uno de los cabecillas de los escuadrones de la muerte que actuaron en Indonesia tras el golpe militar contra el presidente Sukarno, es la estrella de esta película. Verdugo responsable, según sus palabras, de la tortura y asesinato con sus propias manos de más de mil personas, escenifica ante la cámara los crímenes que cometió, explica cómo perpetraba sus agresiones y se vanagloria de haberse inspirado para ello en las películas de gángsteres que estrenaban en el cine.
Matón de cine, en su juventud él y sus amigos controlaban el mercado negro de entradas. El ejército les reclutó tras el golpe para los escuadrones de la muerte porque sabía que odiaban a los comunistas -principales boicoteadores de las películas de EEUU, las más rentables en los cines- y ya habían demostrado que eran capaces de cualquier acto de violencia. Hoy, casi cincuenta años después, Anwar Congo es una figura venerada en Indonesia.
Fundador de una poderosísima organización paramilitar (Juventud de Pancasila), en la que figuran públicamente ministros del Gobierno, se le trata con todos los honores. Es la imagen, el símbolo, de un país demente, que aplaude la corrupción y la violencia. Un país en el que los genocidas son invitados de lujo en los programas de televisión, donde se explayan sobre sus proyectos cinematográficos y sobre sus aterradores asesinatos reales. Un país donde una buena parte de la población sigue viviendo completamente aterrorizada y a la que da la espalda el resto del planeta.

Palabra de genocida

“Matar está prohibido, por tanto, todos los asesinos son castigados, a menos que maten en grandes cantidades y al sonido de las trompetas”. Son las palabras de Voltaire con las que se abre esta película, en la que conviven las escenas del pavoroso rodaje en el que trabajan los criminales, con imágenes de ellos en otras situaciones y ante la cámara contestando a las preguntas del equipo de Oppenheimer.
- ¿Cómo exterminó a los comunistas?
- Los matamos a todos. Eso fue lo que pasó.

“No importa si acaba en la pantalla grande o en la televisión”, dice Anwar Congo refiriéndose a la película que están rodando y antes de añadir: “Tenemos que demostrar que ésta es la historia, que esto es lo que somos, para que la gente en el futuro lo recuerde”. Un esfuerzo tardío después de hablar ante las cámaras de este documental, pues es absolutamente imposible olvidar lo que cuentan, cómo lo cuentan y, lo peor, cómo lo celebran.

Anwar Congo baila vestido como un gangster de película después de mostrar el sitio donde llevaba a cabo las torturas. “Al principio los apaleábamos hasta la muerte, pero había muchísima sangre (…). Cuando limpiábamos, el olor era terrible. Para evitar la sangre, teníamos un sistema”. Y dicho esto, unos pasos de chachachá. Estremecedor.

“Matar a gente que no quería morir”

Testimonios como éste se suceden a lo largo de toda la película y no solo procedentes del recuerdo de Anwar Congo. Un editor de prensa -”mi trabajo era hacer que el público odiase a los comunistas”-, un líder paramilitar local que hace ante las cámaras una ronda de extorsión en el mercado exigiendo dinero, el mismísimo vicepresidente del país, otro verdugo de la época, un miembro del Parlamento de Sumatra del Norte o el subsecretario de Juventud y Deporte hacen sus personales aportaciones al documental, dejando constancia de una de las cosas más sorprendentes de todas, la absoluta banalidad con que todos perciben el genocidio cometido y la perfecta impunidad que han construido a su alrededor.
“¿A cuántas personas mató?” pregunta a Anwar Congo con una sonrisa deslumbrante una presentadora de la TVRI, televisión pública de Indonesia. “A unas mil”, contesta él también sonriente. Espeluznante y, al mismo tiempo, lógico. Al fin y al cabo, Anwar Congo y sus colegas torturadores están ahí haciendo publicidad, promocionando la película que han rodado describiendo sus asesinatos.
La aberración ha llegado aquí a su punto culminante. Han pasado casi dos horas desde que comenzara la película y el espectador ha asistido al grotesco espectáculo de la fanfarronería de unos asesinos de masas. En todo ese tiempo se habrá preguntado, seguramente varias veces, ¿cómo es posible vivir con ello y ni siquiera arrepentirse? La respuesta es que probablemente no es posible.
“Sé que mis pesadillas las causa lo que hice, matar a gente que no quería morir”, dice en un momento del documental Anwar Congo, cada vez más afectado por el proceso de rodaje de la película y a quien la cámara de Oppenheimer graba también mientras interpreta el papel de víctima en una de sus recreaciones. Momento clave para el genocida y para The Act of Killing, éste en que el asesino se pone en lugar de sus víctimas. Es una secuencia que conduce al final de este documento. Y aquí, las turbulencias emocionales por las que ha pasado el espectador son tantas y tan profundas que ya es muy difícil decidir si ese hombre -en el que algo ahora ha cambiado- está arrepentido o si lo que siente es asco ante la marea de sangre provocada o si es que realmente no quería entender y ahora, por fin, ha entendido lo que significa el acto de matar.
Página de la película: The act of killing
Disponible el vídeo también aquí: The act of killing – El acto de matar

MIGRACIONES

¿Cuántos de nosotros no hemos tenido que abandonar algo "nuestro"?
Quizás, de alguna manera, podríamos comprender mejor muchas realidades de los inmigrantes.

El desalojo de los bosquimanos


Un reportaje de la BBC ha encontrado a los bosquimanos de Botsuana viviendo en condiciones deplorables más de una década después de que fueran desalojados de sus tierras ancestrales en la Reserva de Caza del Kalahari Central (CKGR según sus siglas en inglés).
La reportera de la BBC, Pumza Fihlani, viajó al campo de reasentamiento de New Xade en Botsuana central, donde muchos bosquimanos permanecen a pesar de la sentencia de 2006 del Tribunal Supremo que garantiza su derecho a volver a su hogar.
Fihlani informa que los bosquimanos que conoció se sentían “perdidos” y que eran “tratados como perros” por las fuerzas del Gobierno, que han imposibilitado a los bosquimanos abandonar los campos de reasentamiento.
Quienes una vez fueron cazadores-recolectores nómadas, han sido forzados a una vida sedentaria previamente desconocida por la tribu. Como resultado, el alcoholismo y el SIDA se han disparado en los campos de reasentamiento.
Los bosquimanos de la reserva fueron deportados de sus tierras por el Gobierno en tres oleadas distintas de expulsiones en 1997, 2002 y 2005.
En 2006, los bosquimanos ganaron una histórica batalla judicial que reconocía su derecho a regresar a la reserva.
Sin embargo, en reminiscencia a las leyes de pases de Sudáfrica que separaban a las familias negras bajo el apartheid, la mayoría de los bosquimanos son obligados a solicitar un permiso de un mes de duración para entrar en la CKGR. Los hijos que visitan a sus padres en la reserva son amenazados con juicios y encarcelamiento si se quedan más tiempo del estipulado.
Goiotseone Lobelo, una mujer bosquimana, dijo a la BBC: “Echo de menos mi hogar y la forma en que vivíamos. La vida era sencilla, había mucha fruta, animales y no había barras ni cervezas. Ahora estamos perdidos”.
“Estamos contrayendo SIDA y otras enfermedades que no conocíamos; los jóvenes están bebiendo alcohol, las niñas están teniendo bebés. Todo está mal aquí”, explicó su hermana Biotumelo.
Roy Sesana, un líder bosquimano que ha estado a la vanguardia de la campaña por los derechos de los bosquimanos, dijo a Fihlani: “Nos preocupa que en el futuro no habrá nadie que pueda ser capaz de practicar la cultura bosquimana, a menos que sea con fines turísticos para empresas que lo utilicen para sus negocios”.
El gobierno dice que la restricción está destinada a preservar la vida salvaje y el ecosistema de la vasta reserva , que es ligeramente más grande que Dinamarca.  Pero grupos de derechos humanos y los propios bosquimanos creen que la verdadera razón es más siniestra. La minería, según explica el propio reportaje,  es una de las industrias clave de Botswana, con la extracción de diamantes como principal fuente de ingresos.  Las tierras ancestrales de los bosquimanos se encuentran en el medio de la mina de diamantes más ricas del mundo, y creen que los bosquimanos fueron reubicados para dar la entrada a un proyecto minero multimillonario. De hecho, un productor de diamantes que cotiza en Londres ha comenzado los planes para la extracción de alrededor de 45 km (28 millas) de la frontera oriental de la reserva.
La construcción de la primera fase del proyecto se inició en 2011, y la primera salida se espera para finales de este año.
El gobierno, por su parte, siempre ha negado que exista un vínculo entre las reubicaciones y los yacimientos de diamantes, descubiertos por primera vez en la década de 1980 .
El estado ha proporcionado algunos servicios en los campos de reasentamiento : hay clínicas , escuelas y casas de cemento con patios cercados, todo parte de un plan de modernización de la comunidad.
Pero la vida moderna no funciona para todo el mundo: Los basarwa, según constanta la reportera Fihlani, han construido chozas en sus patios, como un recordatorio de tiempos más felices y de formas de vida tradicionales.
El desempleo es elevado y esta comunidad no tiene habilidades que utilizar en el mundo exterior. No es raro ver a los hombres jóvenes tropezando a la salida de los bares locales a media tarde, y a la tienda de licores no le falta clientela.
Pero no sólo las condiciones sociales están creando problemas. Cientos de vacas y sus pastores descansan bajo los árboles y se preparan para dar un paseo de cinco kilómetros. Cuando los reubicaron, cada familia bosquimana recicibi cinco vacas o cabras para animarles a convertirse en granjeros.
Pero el pastoreo tiene sus desafíos. “Si empujas a alguien a un cierto estilo de vida que no conoce, se enfrentará a un montón de dificultades”, dice un agricultor bosquimano, Jumanda Galekebone. “Nuestra gente no sabe cómo cuidar a las vacas cuando enferman , no saben nada acerca de las enfermedades del ganado, como la fiebre aftosa”, explica.
Sus compañeros están de acuerdo, dicen que quieren ir a casa.  Dicen que la vida moderna no ha funcionado para ellos.
“Esta vida no ha mejorado sus vidas. Todavía recibimos un montón de gente que se aventura al interior del parque para cazar y son arrestados. Algunos se enfrentan a sanciones judiciales. Lo cual sólo demuestra que no se puede obligar a la gente a cambiar”, dice Galekebone .
Pero parece que los bosquimanos no tienen más remedio que cambiar, adaptarse, por lo menos según revelan los últimos planes del gobierno. Muchos creen que no tienen cabida en la sociedad moderna de Botswana. Algunos funcionarios se refieren a ellos como un pueblo “edad de piedra”, se debe integrarse en el siglo XXI.
A pesar de que en 2006 un tribunal declaraba inconstitucional su expulsión de las tierras, solo un puñado ha sido autorizado a regresar al parque, aquellos cuyos nombres aparecían en los documentos judiciales.
Roy Sesana,  líder de la comunidad, es uno de ellos. Pero dice que no goza de la victoria. Ahora vive entre RCKC y Nueva Xade para estar cerca de su familia y su pueblo .”Hemos estado separados de nuestros hijos y nuestras esposas. ¿Qué clase de vida es ésta? No hicimos nada para merecer esto”, argumenta.
Fue uno de los principales demandantes, y explica que para un pueblo que ha pasado la mayor parte de su vida vagando por la tierra libremente, vivienda de la caza de animales salvajes y la recolección de bayas y frutos secos, este lugar no les ofrece la oportunidad de vivir de la tierra. “Ahora dependemos de la dádiva del Gobierno,
” Estamos acostumbrados a alimentarnos, pero ahora dependedemos de la dádiva del gobierno, nos están convirtiendo en vagos y estúpidos”, se queja. “Estamos siendo tratados como perros. El perro es el único que no puede traer su propio aliemento, tiene que esperar a que lo haga su dueño”
Survival International está pidiendo que se lleve a cabo un “boicot internacional al  turismo”, su segunda fuente de ingresos, para que el Gobierno deje de perseguir a los primeros habitantes, permita a los bosquimanos regresar a su hogar y garantice sus derechos humanos reconocidos constitucional e internacionalmente.

Para unirse al boicot, existe el siguiente enlace: www.survival.es/email/boycott-botswana