AVARICIA

Todos necesitamos, en la vida, algunas seguridades. Y aspiramos a unas condiciones de vida dignas. Es legítimo tratar de ir mejorando un poco, hasta poder darnos algún capricho... Pero, hay una línea que separa la necesidad verdadera de la ansiedad impuesta, la seguridad del exceso y la prudencia del abuso. Hay una tentación muy humana, la de tener más, acumular, acaparar. Parece que no basta nunca con lo que uno ha conseguido. Todo resulta insuficiente, y la aspiración a acumular –riquezas, bienes, relaciones o experiencias– se convierte en voracidad.
 
¿Cuál es el problema? Que en algún punto de ese camino ocurre que dejas de ser dueño para ser esclavo. Los bienes dejan de servir para aquello que necesitabas, para convertirse en tu cadena. La vida va girando en torno a ellos, y poco a poco el miedo a perder puede más que la gratitud ante lo que uno tiene. Además, el ansia de poseer mucho puede producirse a costa de que el otro no posea apenas nada, porque no hay para tantos.
 
Alternativa. Frente a la avaricia, la respuesta es el desprendimiento. Desprendimiento que es una forma de libertad. Una apuesta por la mesura. Se trata de tener una mirada agradecida a la vida, una mirada que te permita valorar lo que tienes como un privilegio. Y que te permita verlo en perspectiva, en un mundo donde tantos carecen de tanto. No se trata de no necesitar nada –eso no es nuestra espiritualidad ni nuestra fe– pero sí de no volver imprescindible lo que en realidad es accesorio.

PADRENUESTRO


PADRE NUESTRO que en ti creemos, confiamos, pensamos y adoramos.

QUE ESTÁS EN EL CIELO y en el último rincón de nuestra vida.

SANTIFICADO SEA TU NOMBRE  por toda persona, sea rica o pobre,

para que sepamos valorar y cumplir tu Palabra.

VENGA A NOSOTROS TU REINO que está aquí, entre nosotros, un tiempo con todos y entre todos, que debemos ir haciendo realidad día a día.

HÁGASE TU VOLUNTAD, COMO EN EL CIELO, TAMBIÉN EN LA TIERRA para que la tierra sea paz y bien, para que el amor esté siempre presente en nosotros.

EL PAN NUESTRO DE CADA DÍA DÁNOSLE HOY, a todos por igual, ricos y pobres, sin diferencias.

Y PERDÓNANOS NUESTRAS DEUDAS, perdónanos porque somos egoístas, porque nos puede la autoidolatría (y la autosuficiencia, y la autoprepotencia…).

ASÍ COMO NOSOTROS PERDONAMOS A NUESTROS DEUDORES, aunque sea a regañadientes.

Y NO NOS DEJES CAER EN LA TENTACIÓN del egoísmo, de los celos, la soberbia, la gula, la locura, el pasotismo y la incultura.

MÁS LÍBRANOS DEL MAL que hemos pasado, que hemos sufrido, contra el cual hemos luchado, que recibiremos y haremos en un futuro próximo.

AMÉN. Aquél que nos hace cómplices, hermanos, amigos, en el día a día, en el cansancio, en la alegría, en la tristeza y en la esperanza.

Amén para que siempre sea tu Palabra nuestra última palabra.

 

 

ORGULLO

Durante 7 días compartiremos las reflexiones, siempre directas y certeras, de J. Mª. Olaizola como ayuda al inicio del tiempo eclesial de la Cuaresma. ¡Gracias José Mª! 
 
Hay un orgullo bueno y necesario. Te puedes sentir orgulloso de un hijo, de un logro, de un amigo. O de ti mismo, cuando has sido capaz de hacer algo que merece la pena. No se trata de no valorar lo que uno es, o lo que uno hace. Pero hay un orgullo diferente, mucho más destructivo. También se conoce como vanidad, o como soberbia, o tantas otras formas de llamarlo. Es esa mirada que se coloca a uno mismo tan en el centro, tan en un pedestal, tan hinchado y contento de sí, que te hace ciego -o indiferente- a los otros. Es estar encantado de ti mismo, desde una mirada complaciente con tus fortalezas; tanto que te olvidas de tus pies de barro y tu limitación. Es creerte el ombligo del mundo.
 
He ahí el problema. Porque si el mundo se convierte en una competición de egos entonces no queda mucho espacio para el diálogo, para el encuentro, para el amor (o solo lo hay para el amor propio). Si solo construyes desde la autocomplacencia y la mirada a ti mismo, te terminas encerrando en una burbuja que te aísla. Y esa burbuja, al final, y aunque ni te des cuenta, es una prisión en la que estás solo. Muy contento de ti mismo, pero solo, convirtiendo a los demás en meras comparsas o palmeros de los que solo esperas aplauso y reconocimiento.
 
Alternativa. Frente a ese orgullo, la respuesta es la humildad. Humildad que, decía Santa Teresa, es andar en verdad. No se trata de ningunear los propios talentos o de minusvalorar(se). Se trata de reconocer y expresar, con sencillez, quién es uno. Humildad es agradecer las capacidades y talentos –que las tenemos–. Y también reconocer las asignaturas pendientes y los defectos –que también–. Es la perspectiva suficiente como para que la mirada te lleve, más allá de ti, a los otros, allá donde haya encuentro verdadero.

ILUMINAR

Sería muy interesante tener algo más en cuenta esta idea en nuestras diversas realidades.